jueves, 10 de enero de 2008

La pantera y la espada

Morir para contarlo por Juan Carlos González
José Urbano es un referente de la cinefilia caleña. Crítico, cineclubista, profesor, empresario: pocas actividades relacionadas con el cine y el video se le escapan. No sabíamos de su trayectoria previa como realizador, que ha reverdecido con La pantera y la espada, el caso Johnny Silva, mediometraje documental que fue estrenado hace un mes en Cali a propósito del día mundial de los derechos humanos. La película se ha exhibido de manera limitada y aunque sabemos que participará en festivales en México y Buenos Aires, sería importante su difusión nacional, sobre todo entre el público universitario.
El tema es la muerte de un estudiante de la Universidad del Valle el 22 de septiembre del 2005, en circunstancias confusas donde la Fuerza Pública habría tenido responsabilidad directa. Aunque era fácil caer en la tentación del panfleto político, José Urbano apunta a un tratamiento en el que el aspecto humano tiene tanta o más importancia que la denuncia, que a dos años de ocurridos los hechos tiene el valor de evitar la muy colombiana amnesia ante este tipo de crímenes. Por eso, además de reconstruir los hechos, el director decide reencarnar al estudiante en un actor, que ejerce como una especie de espíritu oficiante que va a estar omnipresente mientras los padres de Johnny Silva recuerdan con nostalgia a su hijo y sus compañeros de curso evocan los últimos momentos en que lo vieron con vida. El fallecido tiene una presencia viva a cuya personalidad taciturna y a su pensativo andar nos vamos acostumbrando. Ese referente crea lazos con el espectador, una cercanía muy útil a la hora de generar interés e identificación con el protagonista.
Múltiples voces nos tratan de explicar que pasó esa tarde, cuando al parecer la policía ingresó a los predios de la universidad y se desató una batalla que culminó con los trágicos resultados. Una recreación de lo sucedido da sentido visual a esos testimonios, mientras las notas de los noticieros locales de la TV y las aseveraciones y explicaciones del alto Gobierno añaden una verosimilitud que en este caso es indispensable. En esos momentos, la agilidad y el ritmo de la edición dan realce a un trabajo documental digno, hecho con respeto por la memoria de un joven que se ha convertido -junto con otros estudiantes caídos- en un símbolo de la defensa de la vida frente a todos aquellos que pretendan apagarla.

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