¿Por qué razón el director Guy Ritchie (2008) insiste en decirnos que es un cínico absoluto, que ve el mundo como un escenario en donde sólo caben malos y peores, y que es posible y necesario glamourizar la violencia? Dinero, dinero, dinero. Veámoslo de otra forma: RocknRolla es, entre otras cosas, la historia de una valiosa pintura (a la que nunca vemos de frente) que cambia de manos en un abrir y cerrar de ojos. El paisaje es la Londres actual con sus rusos millonarios y mafiosos, drogadictos cantantes de rock vivos/muertos, matones sin límites, concejales corruptos, etc. Ritchie hace de este discutible infortunio una suerte de drama cómico del bajo mundo. El suyo es un hermoso bajo mundo: aun las sesiones de tortura y los vistazos al infierno de las drogas se ven bien, lindos, pulcros como postales navideñas. Pero, bueno, Ritchie no es David Samuel Peckinpah; lo suyo no es el arte cinematográfico sino el dinero.
Pensándolo bien, un cínico que se reconoce como tal no lo es tanto, la vida es ciertamente horrible y de vez en cuando hay que arrebatarle la palabra glamour a una norteamericana vulgar como Madonna y arrojársela a los perros.
Pensándolo bien, un cínico que se reconoce como tal no lo es tanto, la vida es ciertamente horrible y de vez en cuando hay que arrebatarle la palabra glamour a una norteamericana vulgar como Madonna y arrojársela a los perros.