jueves, 1 de enero de 2009

Alma por Junot Díaz

Tienes una novia que se llama Alma, con un largo y delicado cuello de caballo y un gran culo dominicano que parece existir en una cuarta dimensión más allá de los jeans. Un culo que podría sacar a la Luna de orbita. Un culo que a ella nunca le gustó hasta que te conoció. No pasa un día en que no quieras presionar tu cara contra ese culo o morder los delicados tendones de su cuello. Te gusta como ella tiembla cuando lo muerdes, como se resiste con esos brazos tan flacos que parecen salidos de un after-school special.
Alma es estudiante de Mason Gross, una de esas alternatinas que escuchan a Sonic Youth y leen comics, sin las que jamás habrías perdido tu virginidad. Creció en Hoboken, parte de esa comunidad Latina a la que le quemaron el corazón en los ochenta, dejando en llamas sus apartamentos. Se pasó casi todos los días de su adolescencia en el Lower East Side, pensando que siempre sería su hogar, pero entonces NYU y Columbia dijeron nyet, y terminó aún más lejos de la ciudad que antes. Está en su etapa de pintora, y la gente que pinta es toda color moho, como si los hubiesen arrastrado desde el fondo de un lago. Su última pintura era de ti recostado contra la puerta de entrada: tanto tu mala cara y esa mirada de tuve-una-jodida-niñez-tercermundista-y-todo-lo-que-saqué-fue-esto, eran reconocibles. Te puso un antebrazo enorme. Te dije que iba a poner los músculos. En las últimas semanas, ahora que llegó el calor, Alma abandonó el negro, empezó a ponerse esos ligeros vestiditos que parecen hechos de papel; no bastaría más que una ventisca para desvestirla. Dice que lo hace por ti: Estoy reclamando mi herencia Dominicana (lo que no es del todo incierto-hasta está aprendiendo español para poder lidiar con tu mamá), y cuando la ves por la calle, figureando, figureando, tú sabes exactamente lo que cada prieto que pasa está pensando. Todas las semanas se encontraban en las fiestas latinas del DownUnder en New Brunswick. Ella nunca iba a esas fiestas, la arrastraba su mejor amiga del bachillerato, Patricia, quien todavía escuchaba a TKA, y así fue que tuviste oportunidad de atacar mientras, como dicen tus panas, la popola estaba encendía.
Alma es flaca como un palo, tú un bloc adicto a los esteroides; Alma adora conducir, tú los libros; Alma tiene un Saturn (se lo compró su papá que es carpintero y que sólo habla Inglés en la casa), tú no tienes ni un punto en la licencia; Alma tiene las uñas demasiado sucias para cocinar, tu espagueti con pollo es el mejor del país. Son tan diferentes-voltea los ojos cada vez que pones las noticias y dice que no soporta la política. Ni siquiera se llama a sí misma Hispana. Se jacta con sus amigas diciendo que eres un “radical” y un verdadero Dominicano (aunque en el Índice del Plátano tú no ranqueas, y Alma es la tercera Latina con la que realmente has salido). Te jactas con tus panas de que ella tiene más discos que todos ellos juntos, que dice unas terribles vainas de blanquita cuando están singando. Es más audaz en la cama que otras muchachas que has tenido; en la primera cita te preguntó si querías venirte en sus tetas o en su cara, y tal vez durante tu entrenamiento de hombre no te llegó ese memo, pero le dijiste, como que, hmm, en ninguno. Y al menos una vez a la semana se arrodillaba en el colchón frente a ti y, con una mano tirando de sus oscuros pezones, se tocaba, y no te dejaba que la tocaras, los dedos cepillándole la semilla y su cara de desesperada y furiosa felicidad. Le encanta hablar cuando se pone de sucia, también, susurrar, Te gusta mirarme, verdad, te gusta oír cuando me vengo, y cuando se viene suelta un gemido largo y demoledor y sólo entonces te deja que la abraces mientras se limpia los dedos en tu pecho. Esa soy yo, te dice.
Sí—es uno de esos casos de opuestos que se atraen, del mejor sexo, de no pensar. ¡Es maravilloso! ¡Maravilloso! Hasta que en junio Alma descubre que también te estás tirando a una muchachita preciosa de primer año llamada Laxmi; descubre que te estás tirando a Laxmi porque ella, Alma, la novia, abre tu diario y lo lee. (Oh, ella tenía sus sospechas.) Te espera en el pórtico, y cuando llegas en su Saturn y ves tu diario en su mano se te cae el corazón como un gordo bandido en la trampa del verdugo. Te tomas tu tiempo apagando el carro. Te sobreviene una tristeza pelágica. Tristeza de ser atrapado, de la incontrovertible certeza de que nunca te perdonará. Miras fijamente sus piernas increíbles y entre ellas, a esa aún más increíble popola que has amado de manera tan inconstante estos últimos ocho meses. Sólo cuando empieza a aproximarse furiosa, decides salir. Bailas por el césped, impulsado por la última chispa de tu atroz sinvergüencería. Hey, muñeca, le dices, prevaricando hasta el final. Cuando empieza a gritar, le preguntas, Mi amor, ¿qué es lo que pasa? Te dice:
Mamagüebo
Punk motherfucker
Fake-ass Dominican.
Asegura:
Que lo tienes chiquito
Que no tienes pene
Y peor aún que te gusta la popola con curry.
(Lo que es realmente injusto, tratas de decirle, porque Laxmi es técnicamente de Guyana, pero Alma no te escucha.)
En lugar de bajar la cabeza y aguantar como un hombre, recoges el diario como si fuese un pañal de bebe cagado, como un condón recién explotado. Le das un vistazo a los pasajes ofensivos. Entonces la miras y sonríes una sonrisa que tu cara hipócrita recordará hasta el día que te mueras. Bebé, le dices, bebé, esto es parte de mi novela.
Así es como la pierdes.