domingo, 9 de diciembre de 2007

¿Por qué Thriller cambió el pop?

Por Jody Rosen
Esta semana se cumplen 25 años de la llegada de Thriller, de Michael Jackson, a las disquerías. El hito será celebrado oficialmente en febrero, con una edición aniversario que contendrá temas inéditos, interesantes extras de DVD (incluyendo la extraordinaria actuación de Jackson en el especial para televisión Motown 25, cantando “Billie Jean” y remixes de Kanye West y will.i.am entre otros). Entre tanto, Jackson ha resurgido en una entrevista exclusiva para la revista Ebony –donde se lo ve más bien marfileño en la foto de tapa– en la que se pavonea acerca de su famoso álbum. ¿Quién podría culparlo por eso? A un cuarto de siglo de distancia, el lanzamiento de Thriller parece... el evento más significativo en la historia de la música popular del último cuarto de siglo. Es el disco que le puso fin al apartheid de facto que se vivía en las radios comerciales, que inició la era moderna de los videos musicales, que transformó a una estrella infantil en el equivalente generacional de Elvis Presley o Los Beatles. Thriller vendió cuarenta millones de copias en su primera liquidación, y hoy las ventas en todo el mundo alcanzan los 104 millones. Esos números pueden representar el último gran consenso pop. En esta época de intensa fragmentación musical, es encantador recordar un disco que pareció seducir a todos: negros, blancos, colegiales, abuelos. Hasta los metaleros aceptaron el disco gracias a que participaba Eddie Van Halen.
Hoy conocemos Thriller tan bien que es difícil escucharlo. O recordar, por ejemplo, lo desprejuiciado y novedoso que resultó escuchar a Eddie Van Halen poniéndole la guitarra a un hit de Michael Jackson. Pero la seducción del diario enmascara su profunda excentricidad. “Billie Jean”, por ejemplo. El sonido está a un mundo de distancia del beatífico y elegante disco del disco previo de Jackson, Off The Wall (1979). Tiene algo crudo, con un bajo que suena como un gato en celo, y las voces fragmentadas entre los vastos espacios entre teclados y cuerdas. Jackson y el productor Quincy Jones buscaron, y encontraron, lo extraño. Jackson cantó y grabó usando un tubo de cartón de casi dos metros; el saxofonista de jazz Tom Scott fue invitado a tocar el lyricon, un sintetizador análogo controlado por vientos cuyas líneas amargas y parecidas a una trompeta contestaban los hipos y “hee-hee” de Jackson. Y después está la letra, un drama sobre la paternidad; un estofado de vergüenza, paranoia y terror sexual; una parábola sobre el acoso a las celebridades. La oscuridad de “Billie Jean” es típica del disco. Y hay que olvidarse de la simpatía clase B del tema del título y escuchar “Wanna Be Startin Something”, un show de horror disfrazado de himno bailable: “Es demasiado alto para sobrepasarlo, y demasiado bajo para pasar por debajo/ Estás atrapado en el medio, y el miedo es un trueno/ Sos un vegetal, y aún así te odian/ Sos sólo un buffet, te van a devorar”. Jackson escribió letra y música de esa canción, así como del precioso y tontón dúo con Paul McCartney “The Girl Is Mine”. Y así, tanto las canciones oscuras como las luminosas recuerdan que, en su mejor momento, Jackson Pop era uno de los autores más grandes de la historia del pop.

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