¿Dónde está la izquierda? Asunto de actualidad, por cierto, pero también asunto fundamental. ¿Cuándo apareció? ¿Dónde está? ¿Qué la define? ¿Cuáles son sus luchas? ¿A qué se parece su historia? ¿Y los grandes nombres? ¿Sus luchas más célebres? ¿Sus fracasos, sus límites, sus zonas oscuras? El socialismo, el comunismo, el estalinismo, el trotskismo, el maoísmo, el marxismo-leninismo, el social-liberalismo, el bolchevismo forman parte de ella, desde luego. ¿Pero qué tienen en común Jaurès y Lenin? ¿Stalin y Trotsky? ¿Mao y Mitterrand? ¿Saint-Juste y François Hollande? En teoría: el deseo de no tolerar la pobreza, la miseria, la injusticia, la explotación de la mayoría por un puñado de poderosos. En la práctica: la Revolución Francesa, 1848, la Comuna, 1917, el Frente Popular, Mayo del ’68, París de 1981 a 1983... Pero también, en su nombre: el Terror del ’93, el Gulag, Kolyma, Pol Pot. Esa es la Historia: pulsión de vida y pulsión de muerte entremezcladas.
¿Y el espíritu de la izquierda? Si la juzgamos por sus logros en la historia de Francia, igualdad jurídica de los ciudadanos en 1789: judíos y no judíos, hombres y mujeres, blancos y negros, ricos y pobres, parisienses y provincianos, nobles y plebeyos, hombres de letras y artesanos; fraternidad social de los trabajadores: obras comunitarias y trabajo para todos en 1848, semana de cuarenta horas y vacaciones pagas en 1936; libertades ampliadas de la mayoría después de las barricadas de Mayo del ’68. Esas conquistas se derivan del uso de la fuerza y de la potencia del genio colérico de la revolución. Esa energía que recorre aquellos tres siglos constituye lo que yo llamo la mística de izquierda. Una fuerza arquitectónica que sentimos dentro de nosotros mismos o no, y a la que adherimos o no. Surge menos de una deducción racional que de una situación epidérmica con relación a nosotros mismos: también allí el psicoanálisis existencial podría dar cuenta de la presencia del hálito en nosotros mismos... o de su ausencia... (...)
Desde Mayo del ’68 no ha salido a la luz ningún valor nuevo. Además, parece que el crepúsculo ha caído sobre la moral en su totalidad. Hemos rechazado la de papá, la instrucción cívica del bisabuelo, nos hemos burlado de una buena cantidad de referencias éticas, hemos criticado los tiempos pasados –la obediencia, el aprendizaje, la memoria, la ley–, nos hemos reído en presencia de las viejas reliquias –la Nación, el Estado, la República, el Derecho, Francia–, hasta que un día descubrimos, delante del televisor, a qué se parece nuestra época: a la mala cara del día después de la fiesta.
Terminemos con esta realidad miserable. Intentemos más bien la reconquista gramsciana de la izquierda, muerta por su renuncia a las ideas a fin de venderse ventajosamente al mejor postor dispuesto a permitirle disfrutar una vez más de los palacios presidenciales o de las prebendas del poder en la república. Hay ideas que permitirán resolver los problemas contemporáneos que enfrenta la izquierda en los campos ético, político y económico.
¿Y el espíritu de la izquierda? Si la juzgamos por sus logros en la historia de Francia, igualdad jurídica de los ciudadanos en 1789: judíos y no judíos, hombres y mujeres, blancos y negros, ricos y pobres, parisienses y provincianos, nobles y plebeyos, hombres de letras y artesanos; fraternidad social de los trabajadores: obras comunitarias y trabajo para todos en 1848, semana de cuarenta horas y vacaciones pagas en 1936; libertades ampliadas de la mayoría después de las barricadas de Mayo del ’68. Esas conquistas se derivan del uso de la fuerza y de la potencia del genio colérico de la revolución. Esa energía que recorre aquellos tres siglos constituye lo que yo llamo la mística de izquierda. Una fuerza arquitectónica que sentimos dentro de nosotros mismos o no, y a la que adherimos o no. Surge menos de una deducción racional que de una situación epidérmica con relación a nosotros mismos: también allí el psicoanálisis existencial podría dar cuenta de la presencia del hálito en nosotros mismos... o de su ausencia... (...)
Desde Mayo del ’68 no ha salido a la luz ningún valor nuevo. Además, parece que el crepúsculo ha caído sobre la moral en su totalidad. Hemos rechazado la de papá, la instrucción cívica del bisabuelo, nos hemos burlado de una buena cantidad de referencias éticas, hemos criticado los tiempos pasados –la obediencia, el aprendizaje, la memoria, la ley–, nos hemos reído en presencia de las viejas reliquias –la Nación, el Estado, la República, el Derecho, Francia–, hasta que un día descubrimos, delante del televisor, a qué se parece nuestra época: a la mala cara del día después de la fiesta.
Terminemos con esta realidad miserable. Intentemos más bien la reconquista gramsciana de la izquierda, muerta por su renuncia a las ideas a fin de venderse ventajosamente al mejor postor dispuesto a permitirle disfrutar una vez más de los palacios presidenciales o de las prebendas del poder en la república. Hay ideas que permitirán resolver los problemas contemporáneos que enfrenta la izquierda en los campos ético, político y económico.
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