“En mi juventud, la literatura formaba parte integrante de la vida; se absorbía, se asimilaba en el organismo. No se era conocedor, esteta, amante de la literatura. No, con la literatura daba uno forma a su vida, era algo que se ingería, que pasaba a ser parte de la propia sustancia, que constituía la senda de la liberación y la libertad plena. Creo que el ambiente de entusiasmo y amor por la literatura, ampliamente extendido en los años veinte, empezó a desaparecer en el decenio de los treinta”.