La galería estará encantada: “El niño pez” promete y cumple amor lésbico, lágrimas, parricidio, incesto, trata de blancas, corrupción e impunidad. Imágenes, una: la camiseta de los Ramones en la cárcel (vaya y venga, la luce una acusada guaraní en una cárcel argentina...). Un género, el thriller (porque sucede de noche; la mayor parte del tiempo...) devenido en telenovela con final feliz (besos incluidos); no importa, casos se han visto.
En esta película de Lucía Puenzo (2009) basada en su propia novela, la proliferación de lugares comunes es una costumbre que se amaestra como a los perros (pero los lugares comunes no se dejan amaestrar y campean a lo largo y ancho de la narración). Ejemplo a mano: unos pies entran en el agua y una voz en off dice: “el mundo entero está en el fondo del lago, el cielo es la superficie”. Un niño-pez, Caronte diminuto, aparece y desaparece un segundo después.
Historia de amor entre una empleada doméstica y la hija del dueño de la casa, matrimonio en ruinas (el de Lala, la niña rica), pobre padre actor de telenovelas enamorado de su propia sangre (el de la Guayi, la niña humilde). Pese a las distancias sociales, culturales y geográficas, el amor lo vence todo, como en la célebre égloga de Virgilio. Y lo vence porque abundan besitos, desnuditos, viajecitos, mapitas, bañitos, velitas, crimencitos, disparitos, leyenditas, melodramitas. ¡Pobre Virgilio en su tumba fría!