miércoles, 4 de marzo de 2009

Un cadáver exquisito: Elvis Pelvis (1997)

1. INTROITO EN EL ALTAR DE UN DIOS

La encarnación del sueño americano yace al lado de sus progenitores terrestres, Gladys y Vernon, en el Jardín de la Meditación, una pequeña fuente de agua y rosas situada en la Tierra de Gracia, Graceland, en Memphis, Tennesse, Estados Unidos de América.

De los mitos pop, ninguno tan fascinante, enfermizo, grandioso y repugnante como el que simboliza Elvis Aaron Presley, antes y ahora, Rey del Rock and Roll.

Al pie de su lujosísima mansión, Graceland, un blanco castillo que esconde las horas más oscuras de quien vivió sus sueños, se arremolinan ahora peregrinos venidos de todos los confines de la tierra: regordetas amas de casa, avergonzados punks en vías de extinción, viejos dinosaurios que lo conocieron en vida y dan fe de sus extravagancias, acongojados padres de familia que antaño aprovecharon su cinturón para calmar los ánimos de sus hijos rockeros, eternas solteronas que se quedaron esperando un guiño, jóvenes que de Elvis sólo conocen una colorida estampilla; todos ellos penitentes que buscan en esa suerte de santuario Lourdes del Pop la respuesta y el milagro.

Las puras paredes de la mansión están violadas por letras nerviosas que acuñan frases estilo “Elvis es amor”, “Me drogué escuchando a Elvis” o, la mejor de todas ellas, “Elvis no merecía ser blanco”.

2. EL HOMBRE QUE SERÍA REY

Así como, llegado el caso, todo esclavo ya libre añora los golpes de su amo, los Estados Unidos, cuna de la democracia, han manifestado desde siempre un profundo anhelo por la realeza, erigiendo o recibiendo reyes autoproclamados por doquier.

Al incorporar esa idea de sangre azul a la idiosincrasia nacional, los Estados Unidos buscan limpiar su mezcla de sangres impuras y su pasado de confluencia de las más disímiles nacionalidades.

Elvis, quien nació el 8 de enero de 1935 en Tupelo, Mississippi y entró en la inmortalidad el 16 de agosto se 1977 en Memphis, Tennesse, se sabía Rey y disfrutaba viendo cómo se extendía su manto protector por los cuatro puntos cardinales. Al momento de su muerte, la imagen de Elvis era la segunda más reproducida del planeta. La primera era Mickey Mouse.

El rito de los últimos conciertos era ciertamente real: anuncio de aparición bajo las notas iniciales de “Así hablaba Zaratustra” de Richard Strauss, entrada triunfal escoltado por una devota corte que adoraba a un hombre convencido de su misión en la tierra (corte integrada por una guardia pretoriana apodada nada inocentemente The Memphis Mafia - mayordomos serviles, bufones privilegiados, correveidiles profesionales, músicos a sueldo, un confesor particular, un sumiso médico de cabecera, un tesorero del reino y un ministro manager manipulador llamado Thomas Parker), gritos y desmayos de una audiencia enloquecida que asistía a la presentación de un ser especial (de aquellos que aparecen una vez cada milenio para inspirar a su civilización), traje luminoso de cuello alto estilo napoleónico, capa isabelina, enorme cinturón de gladiador romano y, en el centro del pecho, una enorme águila roja, dorada y azul, símbolo puro de Su Real e Imperial Alteza Americana.

Para volar tan alto, Elvis había tenido que arrastrarse.

3. UN CHICO CUALQUIERA COMO USTED O COMO USTED

Nuestro animal disecado fue un pobre muchacho blanco sureño que aprendió a cantar escuchando a los vagos negros de su pueblo y que, bajo la batuta del coronel Parker, se convirtió en un popularísimo cantante de delicadas maneras femeninas que cantaba como un supermacho y que a pesar de la fama de mujeriego se comportaba con las chicas como un niño voyeurista.

Castrado por su madre Gladys, al decir de alguno de sus críticos, a Elvis nunca le perdonaron en casa que su hermano gemelo Jessie Garon naciera muerto. Elvis durmió con su madre hasta bien entrada la pubertad. La pareja neutralizaba al padre hablando en una jerigonza casi indescifrable.

Desde muy niño, Elvis bebió del Santo Grial que guardaban sin celo figuras negras como Big Bill Broonzy, B.B. King, John Lee Hooker o Cherter “Howlin` Wolf” Burnett. Atónito ante el tesoro descubierto, Elvis fusionó ritmos blanco y negros (el rhythm and blues con el gospel y el country and western), al estilo de lo que ya habían hecho los Delmore Brothers en los años 30 y Arthur “Guitar Boogie” Smith en los 40 y fue inaugurando su propia tradición. Elvis, tan modesto como Jerry Lee Lewis, Roy Obison, Johnny Cash o Carl Perkins, se abrió paso hasta llegar a la cima, dejando un reguero de muertos, tan buenos o mejores que él, en el camino.

Vendido apropiadamente por la televisión, el Top 40 radial y Hollywood como héroe sexual para adolescentes, es decir, imagen a seguir en un período de indiferenciación sexual, desde muy temprano Elvis empezó a consumir cantidades industriales de drogas legales, básicamente tranquilizantes y excitantes como Placidyl o Quaalude, con el fin de aceptar y convivir con el espejo deformador del éxito.

4. EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR ELVIS JEKYLL Y MISTER ELVIS HYDE

Según Albert Goldman, uno de sus taxidermistas más reputados, Elvis sufría “de una personalidad totalmente bifurcada, siempre profesando su amor eterno y lealtad a su madre, su fe y su país ; un rústico sureño a quien le faltó poco para inscribirse en el K.K.K. o en la John Birch Society pero también, y a la vez, la gran figura de la Revolución Pop Americana que ha terminado siendo un panteón de mártires narcisistas, anarquistas y drogados. Acostumbrado a convivir con dos mundos simultáneos y contradictorios, el diurno de los normales y el nocturno de los gatos, Elvis acogió la división como la condición natural e inevitable de la existencia humana”.

Vulnerable a las críticas de la reacción oficial que lo consideraba un peligro público (“sexibicionista”) y quemaba sus discos, ultrasensible ante las palabras de sus amigos de toda la vida, caprichoso ante las mujeres que adoraba ver (tras falsas ventanas) en luchas de fango, llevado de su parecer, dueño del mundo y a la vez dominado, aún después de muerta, por la voz de su madre, Elvis cumplió el sueño de apartarse de la vida de la familia norteamericana promedio: padre eructando, madre rascándose y niños gritando, para moldear, a su imagen y semejanza, a Priscilla, una niña de 14 años que luego convertiría en su virginal mujer.

Contradictorio insuperable, Elvis el obediente cedía el paso a Elvis el rebelde, Elvis el bravo sucumbía ante Elvis el culpable, Elvis el muchacho que se esforzaba hasta sangrar por agradar a una nación sorda se arrodillaba ante Elvis el Rey.

Nuestro pobre muchacho blanco sureño se fue acomodando por necesidad a los hipócritas dictados de la normalidad norteamericana: Hollywood fue el hibernadero escogido para convertir a un joven rebelde en el inofensivo animador de veladas en Las Vegas.

Haciendo esfuerzos desesperados por atraer audiencias cuando ya los vientos no soplaban a su favor, prometiendo regresos a la senda que lo hizo grande, atrapado por el éxito y la fama, acosado por la máquina de hacer dinero a costa del bolsillo de los demás, el desenlace era previsible. La muerte volvió vulnerable al Rey (lo hizo presa fácil de imitadores y ridiculizadores) pero, a la vez, lo inmortalizó, ajeno a la mano del hombre, cerca de Dios, donde ya nada lo toca.

5. FAVOR MIRAR AL MUERTO

El mito nació el 16 de agosto de 1977. A los 42 años, el camino del exceso lo condujo al palacio de la sabiduría y su corazón no aguantó la buena nueva. La eterna juventud, esa vieja fantasía rockera, ya amenazada por la generación desempleada y desilusionada que redescubría la rabia y la impotencia en el punk, tal como él había redescubierto siglos antes la rabia y la impotencia, tenía un nuevo mártir.

Apenas se anunció su deceso, ante el asombro de sus fans que lo creían inmortal, la RCA encargó 10.000.000 de copias de sus grabaciones. La lotería de Maryland registró apuestas por 650.000 dólares al número 653, los tres últimos dígitos de la placa del carro funerario que transportó a Elvis Pelvis a mejor vida.

Diez años después de su muerte, en 1987, Elvis recibía dos o tres cartas diarias, publicaba discos e inspiraba libros y documentales; medio millón de personas visitaban Graceland al año: había cerca de 300 clubes de sus fanáticos en todo el mundo; Ann “Botones” McClain de Walls, Missouri reclamaba para sí el mérito de pertenecer a 47 de ellos y de poseer más de 200 botones del Rey; el distrito Harajuku de Tokio, Japón, le erguía una estatua de bronce; aparecían en el mercado el shampoo “Love me tender”, un whisky con el rostro del ídolo, estampillas, toallas, sleepings bags, relojes, un vino anunciado como “el vino que Elvis tomaría si tomara vino” y hasta un sobre llamado “Love Me Tender Chunks” que, una vez abierto, dejaba ver exquisita comida para perros.

Hoy, a veinte años de su muerte, todavía aparecen de vez en cuando testimonios como el de George Klein, un viejo disc-jockey de Memphis, quien asegura que una vez rodando por el camino, Elvis hizo detener el automóvil. “Miren esa nube, nos dijo. La voy a mover. Y la nube se movió. Tal vez el viento sopló en ese momento, no sé. El hecho es que Elvis se volteó hacia nosotros y sonrió agradecido”.

Como lo señala el crítico Greil Marcus, autor de “Mystery train”, acaso el mejor libro que se ha escrito sobre el rock, “Elvis parece ahora una cabeza en la mitad de un campo. Una cabeza con la que cualquiera jugaría fútbol”.

Para entender el fenómeno, hay que considerar que pocas culturas son tan escatológicas y necrofílicas como la norteamericana, en donde los cadáveres bien parecidos como James Dean, Marylin Monroe, Jim Morrison, John Lennon, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Buddy Holly, Kurt Cobain o cualquier otro bufón mesiánico sigue dando órdenes y declaraciones a los vivos, apareciendo aquí y allá, haciendo grabaciones para felicidad de sus compañías disqueras, filmando películas y llenando sus arcas con la excusa de la nostalgia.

6. ELVIS PRESLEY NO ES ELVIS ALVAREZ

El preocupante estado actual del rock, ese complejo andamiaje de intereses comerciales, esa ilusión disfrazada de ruptura y transgresión, deja ver donde está lo que en sus comienzos era una reacción musical contra la mentira y la hipocresía de la vida adulta.

Muerto, enterrado, pudriéndose, Elvis sigue dando de comer a aves de carroña tan disímiles como Paul Simon, UB40, U2, Sex Pistols, Dire Straits, Residents, Chris Isaak, Frank Sinatra, John Hiatt, Phil Ochs, Stray Cats, Nina Hagen, Bruce Springsteen, Forgotten Rebels y cientos más que encuentran, en el homenaje o en el agravio, su manera de preguntarse “pero, quién era él, que todavía nos importa?”.

Muerto, enterrado, pudriéndose pero no olvidado, Elvis continua siendo el plato favorito del menú de la memorabilia y trivia norteamericana. Cada edición de los numerosos fanzines que le son dedicados contiene intrincados tests sobre su vida que no respondería ni él ni su madre:

PREGUNTA: ¿Cuál es el nombre de la canción que Elvis, de 13 años, interpretó delante de sus compañeros de clase en su último día en Tupelo antes de mudarse con su familia a Memphis?

RESPUESTA: Leaf On A Tree.

PREGUNTA: ¿A cuál cantante le disparó Elvis al verlo por la televisión “cantar con técnica pero sin emoción”?

RESPUESTA: Robert Goulet.

PREGUNTA: ¿Qué le propuso, en secreto, Elvis al presidente Richard Nixon?

RESPUESTA: Ser nombrado agente honorario del F.B.I para ayudar en la lucha “contra el comunismo y el poder destructor de las drogas”. De hecho, ese nombramiento se hizo el 21 de diciembre de 1970.

PREGUNTA: ¿ Qué libro se encontró en el baño de Elvis el día de su muerte ?

La respuesta no podría ser más escalofriante: “La búsqueda científica del rostro de Jesús”.