“Yo no me preocupo por la sombra de Andrés Caicedo, nunca la he evitado, forma parte de mi vida y si hay influencias en mi trabajo pues bienvenidas sean. Cuando Andrés murió en 1977, yo conocí su libro ¡Que viva la música!, iba al cine club que tenía en el teatro San Fernando en Cali y su imagen se me hizo un tanto obsesiva, aunque no tuve un contacto tan cercano como la gente piensa. La verdad, lo conocí mejor después de muerto. Fue la primera vez que sentí el suicidio como algo real. Yo sabia que él había dejado un tesoro, yo me ofrecí a ayudar a organizar ese material, junto a su familia y amigos cercanos, como Luis Ospina. Yo no me he colgado de su obra como piensan los que no me quieren”.