"Visitamos los campos de los detenidos y vimos las celdas, las duchas, cómo se entretienen con películas, clases de arte, libros. Fue todo muy interesante", escribió. "No quería irme, fue un lugar tan relajante, tan tranquilo y hermoso", agregó. "También conocimos a los perros militares, y nos hicieron una muy buena demostración de sus habilidades. Todos los chicos del Ejército fueron increíbles con nosotras", dijo.
Vano intento por cantar en español el mejor verso de Dylan: “The ghost of electricity howls in the bones of her face” (“El fantasma de la electricidad aúlla en los huesos de su rostro”), periodismo de escritorio, caspa narrativa, literatura para leer en los paraderos, radio pirata & portátil, discos rayados, consejos para llegar a La Nada, comentarios varios, digresiones en orden alfabético, abrazos, besos; el último que salga, que cierre la puerta y apague la luz.
martes, 31 de marzo de 2009
"También conocimos a los perros militares y nos hicieron una muy buena demostración de sus habilidades"
"Visitamos los campos de los detenidos y vimos las celdas, las duchas, cómo se entretienen con películas, clases de arte, libros. Fue todo muy interesante", escribió. "No quería irme, fue un lugar tan relajante, tan tranquilo y hermoso", agregó. "También conocimos a los perros militares, y nos hicieron una muy buena demostración de sus habilidades. Todos los chicos del Ejército fueron increíbles con nosotras", dijo.
"El idealismo mágico" (sic)
Es autora de las novelas Lo que le falta al tiempo, El penúltimo sueño y De los amores negados, así como del poemario Alma abierta. Sus obras han sido traducidas al alemán, el inglés, el italiano, el francés, el portugués, el húngaro, el holandés, el turco, el polaco, el flamenco, el mandarín, el ruso, el griego, el checo, el búlgaro, el noruego y el sueco.
Algunos críticos consideran que Becerra es la precursora del "idealismo mágico", que, según sus propias palabras, es "la magia al servicio de las emociones".
Antes de dedicarse a "tiempo completo" a la escritura, Becerra fue también una exitosa redactora de agencias de publicidad y alcanzó el cargo de vicepresidente creativa de una agencia en España, país en el que vive desde 1988.
Becerra ha señalado en diferentes entrevistas que sus referentes literarios son García Márquez, Chéjov, Wolf, Tolstoi y Azorín.
lunes, 30 de marzo de 2009
Dice Alfonsín, contesta Ubaldini
Destinos fatales: los libros de Andrés Caicedo editados en la Argentina
¡Que viva la música!
Siguiendo su propia máxima “vivir y dejar obra”, Andrés Caicedo se suicidó, a los 25 años, el día que recibió el primer ejemplar impreso de esta novela, un 4 de marzo de 1977. Es la historia, narrada en primera persona, de María del Carmen Huerta, una chica de la alta burguesía del norte de Cali que un día sale a una fiesta sin fin que la arrastrará desde los Rolling Stones y el rock hasta la salsa del pueblo y del barrio sur, llevada por la constante rumba. Con ritmo vertiginoso y un estilo agobiante —la transpiración, los oídos aturdidos de música—, es una novela pionera en el uso del lenguaje urbano y de la jerga caleña; tiene momentos de intenso delirio que pueden incluir desde un ídolo rumbero gay hasta el asesinato de gringos que vienen a Colombia en busca de hongos alucinógenos. Hacia el final, Caicedo parece tomar la voz de María del Carmen: sentencia “nadie quiere a los niños envejecidos” y proclama “no accedas al arrepentimiento, ni a la envidia, ni al arribismo social. Es preferible bajar, desclasarse”. La edición argentina tiene prólogo de Fabián Casas.
Calicalabozo
La edición local de esta colección de cuentos cuenta con el prólogo de otra recopilación, publicada en 1984 —Destinitos fatales—, también realizada por sus amigos Sandro Romero Rey y Luis Ospina (co-fundador del Cine-Club Cali y director de Unos buenos pocos amigos, documental sobre Caicedo). Se trata de cuentos que tienen a la ciudad como escenario y a veces como protagonista (“Odio a Cali, una ciudad que espera, pero no les abre las puertas a los desesperados”, escribe en “Infección”). Pero también están sus obsesiones: la mujeres comehombres, algo vampiras (“Los dientes de Caperucita”, 1969), la ambigüedad sexual (“Besacalles”, sobre una travesti caleña), la cinefilia (“El espectador”). Calicalabozo es el título que Caicedo siempre quiso para su primera colección de relatos cortos, aseguran sus amigos y encargados del rescate de la obra póstuma, conservada en un baúl.
Angelitos empantanados (o historias para jovencitos)
Tres relatos que Caicedo llevó al cine en un cortometraje (Angelita y Miguel Angel, 1972) sobre dos adolescentes enamorados y muy ricos: ella, la hija del Rey del Ají, un hacendado infeliz y millonario; él, un heredero que convive con su madre loca, ambos alumnos de colegios de curas y monjas exclusivos (el San Juan Berchmans, siempre presente en la obra de Caicedo, y el Sagrado Corazón). Angelita y Miguel Angel viven aislados, entre criadas, con policía en la propia casa, custodiados a cada instante, rodeados del riesgo que acarrea la condición de privilegio en una ciudad de contrastes brutales como Cali (“ya la policía no era un lujo sino una necesidad, como los automóviles”). La tragedia sobreviene cuando buscan la libertad marchando hacia el barrio Sudeste con cierto paternalismo de clase que no pueden evitar —en “El tiempo de la ciénaga”—. La edición local tiene un prólogo excelente del profesor de la Universidad del Valle, Carlos Patiño Millán, que contextualiza la excepcionalidad de Cali y su historia de violencia, además de ubicar históricamente a la generación de Caicedo.
El cuento de mi vida
Después del suicidio de su hijo, la madre de Andrés Caicedo recogió cuanto papel y pertenencia encontró, y metió todo en un baúl que cerró con candado. Años más tarde, primero el padre de Caicedo, luego los amigos y las hermanas, se encargaron de abrirlo, y de clasificar e investigar ese material. Sin embargo, hubo unos textos, los diarios de Andrés, que no estaban en el baúl: su hermana María Victoria se los guardó durante treinta años, para que sus padres no los leyeran. En 2006, María Victoria se reunió con la editora María Elvira Bonilla y juntas seleccionaron los fragmentos del diario incluidos en este libro, a los que se suman dos cartas, una de ellas escrita para Patricia, la última novia de Andrés, que estaba en la mesa del suicida el día de su muerte. De ese material, además de fotos familiares y de instantáneas tomadas por amigos, está hecho El cuento de mi vida.
sábado, 28 de marzo de 2009
Un poema de Antonin Artaud
en la avenida una ventana
En los odres de las sábanas hinchadas en los que respira la noche entera
el poeta siente que sus cabellos
crecen y se multiplican.
El rostro obtuso de los techos
Entre el suelo y los pavimentos
la vida es una pitanza profunda.
Poeta, lo que te preocupa
la lluvia es fresca, el vientre está bien.
Mira como se llenan los vasos
en los mostradores de la tierra
la vida está vacía, la cabeza está lejos.
En alguna parte un poeta piensa.
No tenemos necesidad de la luna,
la cabeza es grande,
el mundo está atestado.
En cada aposentoel mundo tiembla,
la vida engendra algo
que asciende hacia los techos.
Un mazo de cartas flota en el aire
alrededor de los vasos;
humo de vinos, humo de vasos
y de las pipas de la tarde.
En el ángulo oblicuo de los techos
de todos los aposentos que tiemblan
se acumulan los humos marinos de los sueños mal construidos.
Porque aquí se cuestiona la Vida
y el vientre del pensamiento;
las botellas chocan los cráneos
de la asamblea áerea.
El Verbo brota del sueño
como una flor o como un vaso
lleno de formas y de humos.
El vaso y el vientre chocan:
la vida es clara
en los cráneos vitrificados.
El areópago ardiente de los poetas
se congrega alrededor del tapete verde,
el vacío gira.
La vida pasa por el pensamiento del poeta melenudo.
viernes, 27 de marzo de 2009
Flawless
Little Richard dixit
jueves, 26 de marzo de 2009
Poemas de Andrés Neuman
¿Y si mentir no fuera vil
ni tan siquiera grave, no tuviese
fatales consecuencias,
no fuese irremediable ni sonase a pólvora;
y si mentir
no dejara marchitos los jardines
ni congelase el manantial sagrado
que riega nuestros sueños;
y si después de todo
mentir no fuera malo
sino sólo difícil?
–de Métodos de la noche, 1997-1998–
(PALABRAS A UNA HIJA QUE NO TENGO)
Entornaré tus ojos si prometes soñarme.
Compréndeme, no es fácil velar por alguien siempre:
a veces necesito saber que tienes miedo.
Cuando sepas hablar, dame mi nombre;
diciéndome papá habrás hecho bastante.
En invierno no abrigues demasiado
tu cuerpo de princesa, más útil y más noble
es irse acostumbrando a resistir.
Acepta golosinas de los desconocidos
(no está el mundo como para negarse)
pero apréndete esto en cuanto puedas:
más frecuente es lo amargo, que te ignoren,
y no los caramelos.
Te enseñaré a leer fuera del aula
y llegada la hora quiero que escribas «mar»
sobre los azulejos del pasillo.
Cuando cruces por fin la calle sola
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.
No creas que en el fondo no soy un optimista:
de lo contrario tú no estarías ahí
cuidando que te cuide como debo.
Como ves, desconfío
de quienes no veneran el asombro
de estar aquí, ahora.
Existe la alegría, pero duele;
tendrás que conseguirla.
Y cuando la consigas tendrás miedo.
–de El tobogán, 1998-2001–
(EL PARAÍSO LITERAL)
Brilla sin anunciarse.
Apenas hace falta alzar la vista.
Es un ofrecimientoque la vida nos hace silenciosa
esperando que sean dignos ojosy digna su alegría.
Sencillamente azul dentro del pecho:
qué dicha haber llegado
al lugar donde estaba.
Hoy quisierano añadir una coma
al cielo literal de cada día.
–de Mística abajo, 2001-2007–
IX
¿No es cierto, jugador,
que el tránsito que observas en las bolas
se parece a la trágica armonía
del tiempo cuando pasa,
de la vida que ocurre
y se detiene
para iniciarse en otro cuerpo?
–de El jugador de billar, 1998-1999–
AL CAMINAR, tu sombra tomaba decisiones
separándose en radios, lamiendo las paredes y las puertas.
Noche cerrada hoy, dominio del antílope,
del cazador en celo que se ofrece a sus víctimas,
ha menguado la luna como una pastilla efervescente
y sobreviven sólo las luces interiores.
Mucho antes que el hambre te gobierna el deseo,
por eso vas rondando
sin furia que lucir ni mansedumbre.
–de La canción del antílope, 1999-2000–
VI
El silencio se baña. Está sediento.
Con su boca de estrellas ha dejado
la marca de los lobos en el agua.
La presa no aparece.
Hay un extraño amor en este miedo.
El mar de noche
vuelve a ser el origen del enigma,
ese hoyo anterior a las preguntas.
Perdido el horizonte,
en unión lo creado y lo vacío,
dos ojos salvavidas buscan nombre.
–de Mundo mar, 2000-2005–
II
Qué le han hecho a mi cuerpo,
cómo se ha transformado en este impulso
que en lugar de caminos abre zanjas.
Todavía me extraña este vacío,
el vacío también es un acorde.
Al fondo de la boca que perdí
alguien nombra mis agradecimientos.
Qué raro, balbucea,
qué raro ser un muerto pensativo.
–de Alguien al otro lado, 2003-2006–
HOJA caída
sobre el cristal del coche.
Envejecer.
–de Gotas negras, 2000-2002–
MEDIA gaviota
dormida sobre el agua.
La luz la empuja.
–de Gotas de sal, 2004-2005–
(ALBADA DE LA JOVEN ESTUDIANTE)
Atraviesa el pasillo del hotel
donde ha sido la dulce bacana
luna delgada joven espectral
sin recordar siquiera el nombre de él.
Tiene el rímel corrido y no es Chanel
lo que enciende su cuello: huele a sal.
Suspirando, comprende que es fatal
que sus padres le lean en la piel
todo el placer prohibido que ha probado,
toda la tentación que siempre es buena
si se sacia sin culpa ni pasado.
Y ordenándose un poco la morena
rebeldía del pelo despeinado,
llama a casa poniendo voz de pena.
–de Sonetos del extraño, 1997-2006–
Un cuento perfecto: Los asesinos (Ernest Hemingway)
-¿Qué van a pedir? -les preguntó George.
-No sé -dijo uno de ellos-. ¿Tú qué tienes ganas de comer, Al?
-Qué sé yo -respondió Al-, no sé.
Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres leían el menú. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien había estado conversando con George cuando ellos entraron, los observaba.
-Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas -dijo el primero.
-Todavía no está listo.
-¿Entonces para qué carajo lo pones en la carta?
-Esa es la cena -le explicó George-. Puede pedirse a partir de las seis.
George miró el reloj en la pared de atrás del mostrador.
-Son las cinco.
-El reloj marca las cinco y veinte -dijo el segundo hombre.
-Adelanta veinte minutos.
-Bah, a la mierda con el reloj -exclamó el primero-. ¿Qué tienes para comer?
-Puedo ofrecerles cualquier variedad de sándwiches -dijo George-, jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado y tocineta, o un bisté.
-A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas.
-Esa es la cena.
-¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?
-Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado...
-Jamón con huevos -dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y un sobretodo negro abrochado. Su cara era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.
-Dame tocineta con huevos -dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque de cara no se parecían, vestían como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los codos sobre el mostrador.
-¿Hay algo para tomar? -preguntó Al.
-Gaseosa de jengibre, cerveza sin alcohol y otras bebidas gaseosas -enumeró George.
-Dije si tienes algo para tomar.
-Sólo lo que nombré.
-Es un pueblo caluroso este, ¿no? -dijo el otro- ¿Cómo se llama?
-Summit.
-¿Alguna vez lo oíste nombrar? -preguntó Al a su amigo.
-No -le contestó éste.
-¿Qué hacen acá a la noche? -preguntó Al.
-Cenan -dijo su amigo-. Vienen acá y cenan de lo lindo.
-Así es -dijo George.
-¿Así que crees que así es? -Al le preguntó a George.
-Seguro.
-Así que eres un chico vivo, ¿no?
-Seguro -respondió George.
-Pues no lo eres -dijo el otro hombrecito-. ¿No es cierto, Al?
-Se quedó mudo -dijo Al. Giró hacia Nick y le preguntó-: ¿Cómo te llamas?
-Adams.
-Otro chico vivo -dijo Al-. ¿No es vivo, Max?
-El pueblo está lleno de chicos vivos -respondió Max.
George puso las dos bandejas, una de jamón con huevos y la otra de tocineta con huevos, sobre el mostrador. También trajo dos platos de papas fritas y cerró la portezuela de la cocina.
-¿Cuál es el suyo? -le preguntó a Al.
-¿No te acuerdas?
-Jamón con huevos.
-Todo un chico vivo -dijo Max. Se acercó y tomó el jamón con huevos. Ambos comían con los guantes puestos. George los observaba.
-¿Qué miras? -dijo Max mirando a George.
-Nada.
-Cómo que nada. Me estabas mirando a mí.
-En una de esas lo hacía en broma, Max -intervino Al.
George se rió.
-Tú no te rías -lo cortó Max-. No tienes nada de qué reírte, ¿entiendes?
-Está bien -dijo George.
-Así que piensas que está bien -Max miró a Al-. Piensa que está bien. Esa sí que está buena.
-Ah, piensa -dijo Al. Siguieron comiendo.
-¿Cómo se llama el chico vivo ése que está en la punta del mostrador? -le preguntó Al a Max.
-Ey, chico vivo -llamó Max a Nick-, anda con tu amigo del otro lado del mostrador.
-¿Por? -preguntó Nick.
-Porque sí.
-Mejor pasa del otro lado, chico vivo -dijo Al. Nick pasó para el otro lado del mostrador.
-¿Qué se proponen? -preguntó George.
-Nada que te importe -respondió Al-. ¿Quién está en la cocina?
-El negro.
-¿El negro? ¿Cómo el negro?
-El negro que cocina.
-Dile que venga.
-¿Qué se proponen?
-Dile que venga.
-¿Dónde se creen que están?
-Sabemos muy bien dónde estamos -dijo el que se llamaba Max-. ¿Parecemos tontos acaso?
-Por lo que dices, parecería que sí -le dijo Al-. ¿Qué tienes que ponerte a discutir con este chico? -y luego a George-: Escucha, dile al negro que venga acá.
-¿Qué le van a hacer?
-Nada. Piensa un poco, chico vivo. ¿Qué le haríamos a un negro?
George abrió la portezuela de la cocina y llamó:
-Sam, ven un minutito.
El negro abrió la puerta de la cocina y salió.
-¿Qué pasa? -preguntó. Los dos hombres lo miraron desde el mostrador.
-Muy bien, negro -dijo Al-. Quédate ahí.
El negro Sam, con el delantal puesto, miró a los hombres sentados al mostrador:
-Sí, señor -dijo. Al bajó de su taburete.
-Voy a la cocina con el negro y el chico vivo -dijo-. Vuelve a la cocina, negro. Tú también, chico vivo.
El hombrecito entró a la cocina después de Nick y Sam, el cocinero. La puerta se cerró detrás de ellos. El que se llamaba Max se sentó al mostrador frente a George. No lo miraba a George sino al espejo que había tras el mostrador. Antes de ser un restaurante, el lugar había sido una taberna.
-Bueno, chico vivo -dijo Max con la vista en el espejo-. ¿Por qué no dices algo?
-¿De qué se trata todo esto?
-Ey, Al -gritó Max-. Acá este chico vivo quiere saber de qué se trata todo esto.
-¿Por qué no le cuentas? -se oyó la voz de Al desde la cocina.
-¿De qué crees que se trata?
-No sé.
-¿Qué piensas?
Mientras hablaba, Max miraba todo el tiempo al espejo.
-No lo diría.
-Ey, Al, acá el chico vivo dice que no diría lo que piensa.
-Está bien, puedo oírte -dijo Al desde la cocina, que con una botella de ketchup mantenía abierta la ventanilla por la que se pasaban los platos-. Escúchame, chico vivo -le dijo a George desde la cocina-, aléjate de la barra. Tú, Max, córrete un poquito a la izquierda -parecía un fotógrafo dando indicaciones para una toma grupal.
-Dime, chico vivo -dijo Max-. ¿Qué piensas que va a pasar?
George no respondió.
-Yo te voy a contar -siguió Max-. Vamos a matar a un sueco. ¿Conoces a un sueco grandote que se llama Ole Andreson?
-Sí.
-Viene a comer todas las noches, ¿no?
-A veces.
-A las seis en punto, ¿no?
-Si viene.
-Ya sabemos, chico vivo -dijo Max-. Hablemos de otra cosa. ¿Vas al cine?
-De vez en cuando.
-Tendrías que ir más seguido. Para alguien tan vivo como tú, está bueno ir al cine.
-¿Por qué van a matar a Ole Andreson? ¿Qué les hizo?
-Nunca tuvo la oportunidad de hacernos algo. Jamás nos vio.
-Y nos va a ver una sola vez -dijo Al desde la cocina.
-¿Entonces por qué lo van a matar? -preguntó George.
-Lo hacemos para un amigo. Es un favor, chico vivo.
-Cállate -dijo Al desde la cocina-. Hablas demasiado.
-Bueno, tengo que divertir al chico vivo, ¿no, chico vivo?
-Hablas demasiado -dijo Al-. El negro y mi chico vivo se divierten solos. Los tengo atados como una pareja de amigas en el convento.
-¿Tengo que suponer que estuviste en un convento?
-Uno nunca sabe.
-En un convento judío. Ahí estuviste tú.
George miró el reloj.
-Si viene alguien, dile que el cocinero salió. Si después de eso se queda, le dices que cocinas tú. ¿Entiendes, chico vivo?
-Sí -dijo George-. ¿Qué nos harán después?
-Depende -respondió Max-. Esa es una de las cosas que uno nunca sabe en el momento.
George miró el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de la calle se abrió y entró un conductor de tranvías.
-Hola, George -saludó-. ¿Me sirves la cena?
-Sam salió -dijo George-. Volverá en alrededor de una hora y media.
-Mejor voy a la otra cuadra -dijo el chofer. George miró el reloj. Eran las seis y veinte.
-Estuviste bien, chico vivo -le dijo Max-. Eres un verdadero caballero.
-Sabía que le volaría la cabeza -dijo Al desde la cocina.
-No -dijo Max-, no es eso. Lo que pasa es que es simpático. Me gusta el chico vivo.
A las siete menos cinco George habló:
-Ya no viene.
Otras dos personas habían entrado al restaurante. En una oportunidad George fue a la cocina y preparó un sándwich de jamón con huevos "para llevar", como había pedido el cliente. En la cocina vio a Al, con su sombrero hongo hacia atrás, sentado en un taburete junto a la portezuela con el cañón de un arma recortada apoyado en un saliente. Nick y el cocinero estaban amarrados espalda con espalda con sendas toallas en las bocas. George preparó el pedido, lo envolvió en papel manteca, lo puso en una bolsa y lo entregó. El cliente pagó y salió.
-El chico vivo puede hacer de todo -dijo Max-. Cocina y hace de todo. Harías de alguna chica una linda esposa, chico vivo.
-¿Sí? -dijo George- Su amigo, Ole Andreson, no va a venir.
-Le vamos a dar otros diez minutos -repuso Max.
Max miró el espejo y el reloj. Las agujas marcaban las siete en punto, y luego siete y cinco.
-Vamos, Al -dijo Max-. Mejor nos vamos de acá. Ya no viene.
-Mejor esperamos otros cinco minutos -dijo Al desde la cocina.
En ese lapso entró un hombre, y George le explicó que el cocinero estaba enfermo.
-¿Por qué carajo no consigues otro cocinero? -lo increpó el hombre- ¿Acaso no es un restaurante esto? -luego se marchó.
-Vamos, Al -insistió Max.
-¿Qué hacemos con los dos chicos vivos y el negro?
-No va a haber problemas con ellos.
-¿Estás seguro?
-Sí, ya no tenemos nada que hacer acá.
-No me gusta nada -dijo Al-. Es imprudente, tú hablas demasiado.
-Uh, qué te pasa -replicó Max-. Tenemos que entretenernos de alguna manera, ¿no?
-Igual hablas demasiado -insistió Al. Éste salió de la cocina, la recortada le formaba un ligero bulto en la cintura, bajo el sobretodo demasiado ajustado que se arregló con las manos enguantadas.
-Adiós, chico vivo -le dijo a George-. La verdad es que tuviste suerte.
-Cierto -agregó Max-, deberías apostar en las carreras, chico vivo.
Los dos hombres se retiraron. George, a través de la ventana, los vio pasar bajo el farol de la esquina y cruzar la calle. Con sus sobretodos ajustados y esos sombreros hongos parecían dos artistas de variedades. George volvió a la cocina y desató a Nick y al cocinero.
-No quiero que esto vuelva a pasarme -dijo Sam-. No quiero que vuelva a pasarme.
Nick se incorporó. Nunca antes había tenido una toalla en la boca.
-¿Qué carajo...? -dijo pretendiendo seguridad.
-Querían matar a Ole Andreson -les contó George-. Lo iban a matar de un tiro ni bien entrara a comer.
-¿A Ole Andreson?
-Sí, a él.
El cocinero se palpó los ángulos de la boca con los pulgares.
-¿Ya se fueron? -preguntó.
-Sí -respondió George-, ya se fueron.
-No me gusta -dijo el cocinero-. No me gusta para nada.
-Escucha -George se dirigió a Nick-. Tendrías que ir a ver a Ole Andreson.
-Está bien.
-Mejor que no tengas nada que ver con esto -le sugirió Sam, el cocinero-. No te conviene meterte.
-Si no quieres no vayas -dijo George.
-No vas a ganar nada involucrándote en esto -siguió el cocinero-. Mantente al margen.
-Voy a ir a verlo -dijo Nick-. ¿Dónde vive?
El cocinero se alejó.
-Los jóvenes siempre saben qué es lo que quieren hacer -dijo.
-Vive en la pensión Hirsch -George le informó a Nick.
-Voy para allá.
Afuera, las luces de la calle brillaban por entre las ramas de un árbol desnudo de follaje. Nick caminó por el costado de la calzada y a la altura del siguiente poste de luz tomó por una calle lateral. La pensión Hirsch se hallaba a tres casas. Nick subió los escalones y tocó el timbre. Una mujer apareció en la entrada.
-¿Está Ole Andreson?
-¿Quieres verlo?
-Sí, si está.
Nick siguió a la mujer hasta un descanso de la escalera y luego al final de un pasillo. Ella llamó a la puerta.
-¿Quién es?
-Alguien que viene a verlo, señor Andreson -respondió la mujer.
-Soy Nick Adams.
-Pasa.
Nick abrió la puerta e ingresó al cuarto. Ole Andreson yacía en la cama con la ropa puesta. Había sido boxeador peso pesado y la cama le quedaba chica. Estaba acostado con la cabeza sobre dos almohadas. No miró a Nick.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-Estaba en el negocio de Henry -comenzó Nick-, cuando dos tipos entraron y nos ataron a mí y al cocinero, y dijeron que iban a matarlo.
Sonó tonto decirlo. Ole Andreson no dijo nada.
-Nos metieron en la cocina -continuó Nick-. Iban a dispararle apenas entrara a cenar.
Ole Andreson miró a la pared y siguió sin decir palabra.
-George creyó que lo mejor era que yo viniera y le contase.
-No hay nada que yo pueda hacer -Ole Andreson dijo finalmente.
-Le voy a decir cómo eran.
-No quiero saber cómo eran -dijo Ole Andreson. Volvió a mirar hacia la pared: -Gracias por venir a avisarme.
-No es nada.
Nick miró al grandote que yacía en la cama.
-¿No quiere que vaya a la policía?
-No -dijo Ole Andreson-. No sería buena idea.
-¿No hay nada que yo pueda hacer?
-No. No hay nada que hacer.
-Tal vez no lo dijeron en serio.
-No. Lo decían en serio.
Ole Andreson volteó hacia la pared.
-Lo que pasa -dijo hablándole a la pared- es que no me decido a salir. Me quedé todo el día acá.
-¿No podría escapar de la ciudad?
-No -dijo Ole Andreson-. Estoy harto de escapar.
Seguía mirando a la pared.
-Ya no hay nada que hacer.
-¿No tiene ninguna manera de solucionarlo?
-No. Me equivoqué -seguía hablando monótonamente-. No hay nada que hacer. Dentro de un rato me voy a decidir a salir.
-Mejor vuelvo adonde George -dijo Nick.
-Chau -dijo Ole Andreson sin mirar hacia Nick-. Gracias por venir.
Nick se retiró. Mientras cerraba la puerta vio a Ole Andreson totalmente vestido, tirado en la cama y mirando a la pared.
-Estuvo todo el día en su cuarto -le dijo la encargada cuando él bajó las escaleras-. No debe sentirse bien. Yo le dije: "Señor Andreson, debería salir a caminar en un día otoñal tan lindo como este", pero no tenía ganas.
-No quiere salir.
-Qué pena que se sienta mal -dijo la mujer-. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?
-Sí, ya sabía.
-Uno no se daría cuenta salvo por su cara -dijo la mujer. Estaban junto a la puerta principal-. Es tan amable.
-Bueno, buenas noches, señora Hirsch -saludó Nick.
-Yo no soy la señora Hirsch -dijo la mujer-. Ella es la dueña. Yo me encargo del lugar. Yo soy la señora Bell.
-Bueno, buenas noches, señora Bell -dijo Nick.
-Buenas noches -dijo la mujer.
Nick caminó por la vereda a oscuras hasta la luz de la esquina, y luego por la calle hasta el restaurante. George estaba adentro, detrás del mostrador.
-¿Viste a Ole?
-Sí -respondió Nick-. Está en su cuarto y no va a salir.
El cocinero, al oír la voz de Nick, abrió la puerta desde la cocina.
-No pienso escuchar nada -dijo y volvió a cerrar la puerta de la cocina.
-¿Le contaste lo que pasó? -preguntó George.
-Sí. Le conté pero él ya sabe de qué se trata.
-¿Qué va a hacer?
-Nada.
-Lo van a matar.
-Supongo que sí.
-Debe haberse metido en algún lío en Chicago.
-Supongo -dijo Nick.
-Es terrible.
-Horrible -dijo Nick.
Se quedaron callados. George se agachó a buscar un repasador y limpió el mostrador.
-Me pregunto qué habrá hecho -dijo Nick.
-Habrá traicionado a alguien. Por eso los matan.
-Me voy a ir de este pueblo -dijo Nick.
-Sí -dijo George-. Es lo mejor que puedes hacer.
-No soporto pensar que él espera en su cuarto y sabe lo que le pasará. Es realmente horrible.
-Bueno -dijo George-. Mejor deja de pensar en eso.
miércoles, 25 de marzo de 2009
martes, 24 de marzo de 2009
"Mediterráneo" por Joaquín Sabina
domingo, 22 de marzo de 2009
Consejos de un editor del "New Yorker" a sus autores
El típico colaborador de esta revista es semianalfabeto; es demasiado rebuscado y propenso a las variaciones sin sentido. Es de esperar que use tres oraciones cuando podría usar una sola palabra. Es imposible plantear una fórmula precisa y completa para ordenar el caos que resulta, pero existen algunas reglas generales:
Antonio Samudio dixit
sábado, 21 de marzo de 2009
martes, 17 de marzo de 2009
Titán, Mimas, Dione y Encélado
Sandro Romero Rey dixit
lunes, 16 de marzo de 2009
jueves, 12 de marzo de 2009
Un remolino muy difícil de controlar
Botero dijo en un entrevista que Uribe "no es muy vanidoso", pero ha aprendido que "no puede meterse a cualquier sitio a cortarse el pelo".
Una actriz "muy amiga del presidente" le recomendó a Botero para que éste fuera el peluquero de cabecera del jefe del Estado, recordó el estilista, convencido de que el gobernante necesitaba a "alguien que le cuidara muy bien su corte y lo asesorara en la parte del vestuario y en todo lo personal".
A Uribe "se le hace un corte clásico", explicó al detallar intimidades como que tiene un remolino "muy difícil de controlar".
Detalló que el presidente colombiano "aprendió a aplicarse ampolletas para la caída del cabello" y usa el champú y los productos especiales que le recomienda Botero.
El estilista agregó que va a la Casa de Nariño cuando lo llaman las secretarias del presidente o después de que él se comunica con ellas para decirles que le ha visto por televisión y necesita arreglarse el cabello, porque "está mechudo".
miércoles, 11 de marzo de 2009
martes, 10 de marzo de 2009
lunes, 9 de marzo de 2009
Como un antiguo tambor. Escrito en Colombia.
1. Como un antiguo tambor. Escrito en Colombia, es un libro de poemas compuesto por 22 cantos escritos bajo registro épico. Un poemario que da cuenta de la visión del extranjero en una tierra que por sus referentes explícitos e implícitos es Colombia. Se trata del hallazgo de la otredad a manos del extranjero que proviene de una patria “vieja” y que llega al encuentro de una nueva naturaleza, unos hábitos recientes y una fresca geografía hechos símbolos en el Poema. La voz poética se declara “huésped entre habitantes de un canto general, de una isla negra, del país del viento…”, situándose en la América que han cantado Pablo Neruda, Aurelio Arturo y William Ospina.
Hernando Urriago Benítez
Horacio Benavides
domingo, 8 de marzo de 2009
Ruvén Afanador dixit
Sigue siendo una negación
Último día de enero: Sonia está muerta, yo estoy en problemas
Vitali Vitaliev
Bajísimas temperaturas y mi chaqueta nueva de cuero negro se queda en alguna parte de algún aeropuerto, así que meto las manos en los bolsillos llenos de dólares falsos y aplasto cigarrillo tras cigarrillo en el pavimento.
-Five degrees, tovarich, dice la azafata.
-I don’t speak russian, sorry...
Una sucesión de calles sucias y vacías me conducen a Sonia: Moscú, mediados de enero y el sol es un recuerdo en mi cuerpo.
-Sonia, soy yo, abra la puerta...
Su pálido rostro es un color completamente borrado de mi memoria. En Colombia, cuando la conocí y amé, ambos tomábamos demasiadas drogas y nos daba igual esto y aquello. Recuerdo haber entrado con ella a un club de Juanchito a escuchar cantar el cadáver de Héctor Lavoe, pero no recuerdo cómo llegamos a casa y menos cómo me tumbé entre sus senos y su ombligo.
-Despierte, Carlos, es tarde. Manolo lo está esperando desde hace rato en la sala...
Ella abre la puerta, está envuelta en una cobija de lana virgen. Superados los formalismos del saludo, me señala un sofá desvencijado. ¿Se supone que ahí debo acomodar mi humanidad? Sonia, tenga piedad, acabo de atravesar medio mundo para venir a verla. Ella hace caso omiso a mi pedido y se sienta en la alfombra, sus piernas blancas dejan ver venas, arterias, tendones, tejidos, huesos, toda la instalación eléctrica.
-¿Tuvo algún problema con...?
-No.
-Bueno, pues a trabajar...
Mis primeros siete días en Moscú transcurren en un abrir y cerrar de maletas de doble y triple fondo. Sonia me presenta a Iván –previamente recomendado por Manolo-, Iván me presenta a Vladimir, Vladimir a León, León a Josef, Josef a Nikita, Nikita a Leonid, Leonid a Yuri, Yuri a Konstantín, Konstantín a Mijail; todos quieren su mercancía, su pedazo de felicidad.
-Dígales que para todos hay, Sonia...
-....
-La comida aquí es horrible...
-Usted ha debido venir antes...
-¿Era peor?
-El estalinismo era hambre...
-No, en serio...
-Es en serio...
-No me venga con propaganda trasnochada...
-En serio, Carlos, esto era horrible...
-¿Y también era cierto que los comunistas se comían a los niños de los capitalistas?, pregunté apagando el cigarrillo número veinte del día muy cerca de su mano izquierda.
-Búrlese pero esto era el infierno...
-Sí, el infierno a un grado de convertirse en hielo...
Salimos a las calles de nuevo. Un aviso gigante recuerda a todo aquel que lo quiera saber: “Zgorel ot vodki” (se mató quemándose con vodka), mientras vemos un cuerpo horriblemente desfigurado. Gente grita en un parque. Basura y más basura. Ella me va señalando, uno a uno, apartamentos de tipos que no quieren aflojar el dinero que nos deben a Manolo y a mí: “él es el colombiano, como pueden ver”, dice señalándome y los tipos sacan billetes de todas partes: una muñeca que esconde a una muñeca que esconde a una muñeca, la taza del inodoro, un techo falso, una pata de un equipo de sonido coreano o japonés; tipos que distribuirán, a su vez, los otros dólares que traje: “todos de baja numeración, series distintas, imposibles de seguir, mejores que los que imprime el Tesoro de los Estados Unidos”, a lo que ellos responden moviendo la cabeza de arriba a abajo; tipos que quieren saber cuál es la maravilla colombiana: “directamente del corazón de la selva colombiana al exigente paladar de los rusos, prueben sin compromiso, es caviar blanco”.
El carro se atasca en la nieve, me bajo a empujar, un guardia armado se acerca a ayudar pero yo levanto el puño como diciendo “yo fui bolchevique, camarada, yo apoyé la revolución y me sé de memoria La Internacional” y el hombre sigue su curso sin detenerse a ayudar a esta pareja de colombianos que guarda quince kilos de cocaína pura en los sillones de un Lada 89.
-¿Usted está loco, cómo le pone conversa a ese policía?
-....
-En serio, Carlos, no se las dé de gracioso por aquí...
Como en la boca misma del lobo, Sonia y yo damos vueltas y vueltas. Estamos perdidos, quién lo duda, pero no abro mi bocota para no agregar más gasolina a la hoguera. Trato de sintonizar algo en la radio. La apago apenas me topo con sus ojos fijos en los míos. En silencio regresamos al nuevo apartamento. Cada cuatro días tenemos que movernos a “sitios seguros”. Eso lo ha dicho Iván y nosotros seguimos las instrucciones al pie de la letra; yo vine aquí a vender y a cobrar, no a poner en duda la palabra de alguien que mide un metro con noventa y ocho centímetros.
Jueves y viernes, se acaba el mes y todavía faltan cosas por hacer. Sonia y yo ya no nos hablamos: ella se desespera con el humo de mis cigarrillos mentolados, yo me pregunto de qué habla ella con Iván, en ruso, todo el día. Si por lo menos Manolo estuviera aquí. Me asomo a la ventana y veo a unos niños correr detrás de una pelota desinflada. Amas de casa hacen fila al frente de una oficina de empleos. Una estatua de Lenin sirve de puente entre una orilla y otra de un pequeño río congelado. Pienso: la única revolución en la que creo es en la del dólar, la única lucha de clases que reconozco es la de las distintas clases de cocaína, en el único pueblo que confío es en el consumidor. Pienso y pienso y sueño y sueño. Me despiertan las ganas de orinar los nueve vodkas con los que he celebrado un mes más de vida. Salgo a la sala, encuentro a la niña dormida.
-Despierte, Sonia, tenemos que irnos...
-...
-Sonia...
-...
Me le acerco y no resisto la tentación de desabotonar su saco y mirar a través de su blusa.
-Sonia, ya deje el chou y vámonos...
-...
Empiezo a preocuparme cuando veo el teléfono descolgado. Mierda. Lo tomo y escucho lejanas voces lejanas que, por supuesto, no entiendo. Más mierda. Cuelgo. Cuando voy a ponerlo en la mesa, veo la bolsa de cocaína en la alfombra. Mierda: Sonia se metió todo eso, TODO ESO, puta mierda. Le acerco mi dedo a su nariz, no respira, trato de escuchar su corazón, nada: mierda, mieRDA, ¡MIERDA!
Entonces suena el timbre.
Un recuerdo de Bioy Casares (a diez años de su muerte)
viernes, 6 de marzo de 2009
miércoles, 4 de marzo de 2009
Un cadáver exquisito: Elvis Pelvis (1997)
1. INTROITO EN EL ALTAR DE UN DIOS
La encarnación del sueño americano yace al lado de sus progenitores terrestres, Gladys y Vernon, en el Jardín de la Meditación, una pequeña fuente de agua y rosas situada en la Tierra de Gracia, Graceland, en Memphis, Tennesse, Estados Unidos de América.
De los mitos pop, ninguno tan fascinante, enfermizo, grandioso y repugnante como el que simboliza Elvis Aaron Presley, antes y ahora, Rey del Rock and Roll.
Al pie de su lujosísima mansión, Graceland, un blanco castillo que esconde las horas más oscuras de quien vivió sus sueños, se arremolinan ahora peregrinos venidos de todos los confines de la tierra: regordetas amas de casa, avergonzados punks en vías de extinción, viejos dinosaurios que lo conocieron en vida y dan fe de sus extravagancias, acongojados padres de familia que antaño aprovecharon su cinturón para calmar los ánimos de sus hijos rockeros, eternas solteronas que se quedaron esperando un guiño, jóvenes que de Elvis sólo conocen una colorida estampilla; todos ellos penitentes que buscan en esa suerte de santuario Lourdes del Pop la respuesta y el milagro.
Las puras paredes de la mansión están violadas por letras nerviosas que acuñan frases estilo “Elvis es amor”, “Me drogué escuchando a Elvis” o, la mejor de todas ellas, “Elvis no merecía ser blanco”.
2. EL HOMBRE QUE SERÍA REY
Así como, llegado el caso, todo esclavo ya libre añora los golpes de su amo, los Estados Unidos, cuna de la democracia, han manifestado desde siempre un profundo anhelo por la realeza, erigiendo o recibiendo reyes autoproclamados por doquier.
Al incorporar esa idea de sangre azul a la idiosincrasia nacional, los Estados Unidos buscan limpiar su mezcla de sangres impuras y su pasado de confluencia de las más disímiles nacionalidades.
Elvis, quien nació el 8 de enero de 1935 en Tupelo, Mississippi y entró en la inmortalidad el 16 de agosto se 1977 en Memphis, Tennesse, se sabía Rey y disfrutaba viendo cómo se extendía su manto protector por los cuatro puntos cardinales. Al momento de su muerte, la imagen de Elvis era la segunda más reproducida del planeta. La primera era Mickey Mouse.
El rito de los últimos conciertos era ciertamente real: anuncio de aparición bajo las notas iniciales de “Así hablaba Zaratustra” de Richard Strauss, entrada triunfal escoltado por una devota corte que adoraba a un hombre convencido de su misión en la tierra (corte integrada por una guardia pretoriana apodada nada inocentemente The Memphis Mafia - mayordomos serviles, bufones privilegiados, correveidiles profesionales, músicos a sueldo, un confesor particular, un sumiso médico de cabecera, un tesorero del reino y un ministro manager manipulador llamado Thomas Parker), gritos y desmayos de una audiencia enloquecida que asistía a la presentación de un ser especial (de aquellos que aparecen una vez cada milenio para inspirar a su civilización), traje luminoso de cuello alto estilo napoleónico, capa isabelina, enorme cinturón de gladiador romano y, en el centro del pecho, una enorme águila roja, dorada y azul, símbolo puro de Su Real e Imperial Alteza Americana.
Para volar tan alto, Elvis había tenido que arrastrarse.
3. UN CHICO CUALQUIERA COMO USTED O COMO USTED
Nuestro animal disecado fue un pobre muchacho blanco sureño que aprendió a cantar escuchando a los vagos negros de su pueblo y que, bajo la batuta del coronel Parker, se convirtió en un popularísimo cantante de delicadas maneras femeninas que cantaba como un supermacho y que a pesar de la fama de mujeriego se comportaba con las chicas como un niño voyeurista.
Castrado por su madre Gladys, al decir de alguno de sus críticos, a Elvis nunca le perdonaron en casa que su hermano gemelo Jessie Garon naciera muerto. Elvis durmió con su madre hasta bien entrada la pubertad. La pareja neutralizaba al padre hablando en una jerigonza casi indescifrable.
Desde muy niño, Elvis bebió del Santo Grial que guardaban sin celo figuras negras como Big Bill Broonzy, B.B. King, John Lee Hooker o Cherter “Howlin` Wolf” Burnett. Atónito ante el tesoro descubierto, Elvis fusionó ritmos blanco y negros (el rhythm and blues con el gospel y el country and western), al estilo de lo que ya habían hecho los Delmore Brothers en los años 30 y Arthur “Guitar Boogie” Smith en los 40 y fue inaugurando su propia tradición. Elvis, tan modesto como Jerry Lee Lewis, Roy Obison, Johnny Cash o Carl Perkins, se abrió paso hasta llegar a la cima, dejando un reguero de muertos, tan buenos o mejores que él, en el camino.
Vendido apropiadamente por la televisión, el Top 40 radial y Hollywood como héroe sexual para adolescentes, es decir, imagen a seguir en un período de indiferenciación sexual, desde muy temprano Elvis empezó a consumir cantidades industriales de drogas legales, básicamente tranquilizantes y excitantes como Placidyl o Quaalude, con el fin de aceptar y convivir con el espejo deformador del éxito.
4. EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR ELVIS JEKYLL Y MISTER ELVIS HYDE
Según Albert Goldman, uno de sus taxidermistas más reputados, Elvis sufría “de una personalidad totalmente bifurcada, siempre profesando su amor eterno y lealtad a su madre, su fe y su país ; un rústico sureño a quien le faltó poco para inscribirse en el K.K.K. o en la John Birch Society pero también, y a la vez, la gran figura de la Revolución Pop Americana que ha terminado siendo un panteón de mártires narcisistas, anarquistas y drogados. Acostumbrado a convivir con dos mundos simultáneos y contradictorios, el diurno de los normales y el nocturno de los gatos, Elvis acogió la división como la condición natural e inevitable de la existencia humana”.
Vulnerable a las críticas de la reacción oficial que lo consideraba un peligro público (“sexibicionista”) y quemaba sus discos, ultrasensible ante las palabras de sus amigos de toda la vida, caprichoso ante las mujeres que adoraba ver (tras falsas ventanas) en luchas de fango, llevado de su parecer, dueño del mundo y a la vez dominado, aún después de muerta, por la voz de su madre, Elvis cumplió el sueño de apartarse de la vida de la familia norteamericana promedio: padre eructando, madre rascándose y niños gritando, para moldear, a su imagen y semejanza, a Priscilla, una niña de 14 años que luego convertiría en su virginal mujer.
Contradictorio insuperable, Elvis el obediente cedía el paso a Elvis el rebelde, Elvis el bravo sucumbía ante Elvis el culpable, Elvis el muchacho que se esforzaba hasta sangrar por agradar a una nación sorda se arrodillaba ante Elvis el Rey.
Nuestro pobre muchacho blanco sureño se fue acomodando por necesidad a los hipócritas dictados de la normalidad norteamericana: Hollywood fue el hibernadero escogido para convertir a un joven rebelde en el inofensivo animador de veladas en Las Vegas.
Haciendo esfuerzos desesperados por atraer audiencias cuando ya los vientos no soplaban a su favor, prometiendo regresos a la senda que lo hizo grande, atrapado por el éxito y la fama, acosado por la máquina de hacer dinero a costa del bolsillo de los demás, el desenlace era previsible. La muerte volvió vulnerable al Rey (lo hizo presa fácil de imitadores y ridiculizadores) pero, a la vez, lo inmortalizó, ajeno a la mano del hombre, cerca de Dios, donde ya nada lo toca.
5. FAVOR MIRAR AL MUERTO
El mito nació el 16 de agosto de 1977. A los 42 años, el camino del exceso lo condujo al palacio de la sabiduría y su corazón no aguantó la buena nueva. La eterna juventud, esa vieja fantasía rockera, ya amenazada por la generación desempleada y desilusionada que redescubría la rabia y la impotencia en el punk, tal como él había redescubierto siglos antes la rabia y la impotencia, tenía un nuevo mártir.
Apenas se anunció su deceso, ante el asombro de sus fans que lo creían inmortal, la RCA encargó 10.000.000 de copias de sus grabaciones. La lotería de Maryland registró apuestas por 650.000 dólares al número 653, los tres últimos dígitos de la placa del carro funerario que transportó a Elvis Pelvis a mejor vida.
Diez años después de su muerte, en 1987, Elvis recibía dos o tres cartas diarias, publicaba discos e inspiraba libros y documentales; medio millón de personas visitaban Graceland al año: había cerca de 300 clubes de sus fanáticos en todo el mundo; Ann “Botones” McClain de Walls, Missouri reclamaba para sí el mérito de pertenecer a 47 de ellos y de poseer más de 200 botones del Rey; el distrito Harajuku de Tokio, Japón, le erguía una estatua de bronce; aparecían en el mercado el shampoo “Love me tender”, un whisky con el rostro del ídolo, estampillas, toallas, sleepings bags, relojes, un vino anunciado como “el vino que Elvis tomaría si tomara vino” y hasta un sobre llamado “Love Me Tender Chunks” que, una vez abierto, dejaba ver exquisita comida para perros.
Hoy, a veinte años de su muerte, todavía aparecen de vez en cuando testimonios como el de George Klein, un viejo disc-jockey de Memphis, quien asegura que una vez rodando por el camino, Elvis hizo detener el automóvil. “Miren esa nube, nos dijo. La voy a mover. Y la nube se movió. Tal vez el viento sopló en ese momento, no sé. El hecho es que Elvis se volteó hacia nosotros y sonrió agradecido”.
Como lo señala el crítico Greil Marcus, autor de “Mystery train”, acaso el mejor libro que se ha escrito sobre el rock, “Elvis parece ahora una cabeza en la mitad de un campo. Una cabeza con la que cualquiera jugaría fútbol”.
Para entender el fenómeno, hay que considerar que pocas culturas son tan escatológicas y necrofílicas como la norteamericana, en donde los cadáveres bien parecidos como James Dean, Marylin Monroe, Jim Morrison, John Lennon, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Buddy Holly, Kurt Cobain o cualquier otro bufón mesiánico sigue dando órdenes y declaraciones a los vivos, apareciendo aquí y allá, haciendo grabaciones para felicidad de sus compañías disqueras, filmando películas y llenando sus arcas con la excusa de la nostalgia.
6. ELVIS PRESLEY NO ES ELVIS ALVAREZ
El preocupante estado actual del rock, ese complejo andamiaje de intereses comerciales, esa ilusión disfrazada de ruptura y transgresión, deja ver donde está lo que en sus comienzos era una reacción musical contra la mentira y la hipocresía de la vida adulta.
Muerto, enterrado, pudriéndose, Elvis sigue dando de comer a aves de carroña tan disímiles como Paul Simon, UB40, U2, Sex Pistols, Dire Straits, Residents, Chris Isaak, Frank Sinatra, John Hiatt, Phil Ochs, Stray Cats, Nina Hagen, Bruce Springsteen, Forgotten Rebels y cientos más que encuentran, en el homenaje o en el agravio, su manera de preguntarse “pero, quién era él, que todavía nos importa?”.
Muerto, enterrado, pudriéndose pero no olvidado, Elvis continua siendo el plato favorito del menú de la memorabilia y trivia norteamericana. Cada edición de los numerosos fanzines que le son dedicados contiene intrincados tests sobre su vida que no respondería ni él ni su madre:
PREGUNTA: ¿Cuál es el nombre de la canción que Elvis, de 13 años, interpretó delante de sus compañeros de clase en su último día en Tupelo antes de mudarse con su familia a Memphis?
RESPUESTA: Leaf On A Tree.
PREGUNTA: ¿A cuál cantante le disparó Elvis al verlo por la televisión “cantar con técnica pero sin emoción”?
RESPUESTA: Robert Goulet.
PREGUNTA: ¿Qué le propuso, en secreto, Elvis al presidente Richard Nixon?
RESPUESTA: Ser nombrado agente honorario del F.B.I para ayudar en la lucha “contra el comunismo y el poder destructor de las drogas”. De hecho, ese nombramiento se hizo el 21 de diciembre de 1970.
PREGUNTA: ¿ Qué libro se encontró en el baño de Elvis el día de su muerte ?
La respuesta no podría ser más escalofriante: “La búsqueda científica del rostro de Jesús”.