Cuando el filósofo y escritor George Steiner declaraba recientemente que no le gustaría compartir vecindario con una familia jamaicana, pretendía subrayar que el racismo es inherente a toda persona y que la pretendida tolerancia de las clases medias no traspasa la superficie. Otrora profesor de literatura comparada en Cambridge, Steiner conoce los estragos de la intolerancia, en su condición de hijo de una familia judía que se instaló en Reino Unido huyendo de la entrada de las tropas nazis en París. En el transcurso de la conversación sostenía que “es muy fácil sentarse aquí, en esta habitación, y decir: ‘¡El racismo es horrible!’. Pero pregúnteme lo mismo si se traslada a vivir a la casa de al lado una familia jamaicana con seis hijos y escuchan reggae y rock and roll todo el día. O cuando mi asesor venga y me diga que (...) el valor de mi propiedad ha caído en picado. ¡Pregúnteme entonces!”.