
He de ser sincero: Cruz está muchísimo mejor aquí que en la horrible V.C.B. de Woody Allen y Kingsley, de veras, es capaz de llorar y guardarse lágrimas. El problema aquí es otro: la obsesión por el paso del tiempo, la decandencia y la vejez hubieran podido llegar a ser creíbles si Coixet hubiera contratado a seres de carne y hueso, mortales entre los pobres mortales que por aquí rodamos. Pero escogió a dos estampas salidas de un gimnasio: Kingsley y Patricia Clarkson. Y si eso es envejecer, si eso es temer al paso del tiempo, si eso es preocuparse por lo que pudo ser y nunca fue, apaga y vámonos.