lunes, 8 de diciembre de 2008

El cónsul





Que el cónsul de Colombia en Maracaibo, Carlos Galvis, haya sido sorprendido en su regocijo por el triunfo de Manuel Rosales es apenas un fragmento de una historia que jamás tuvo por qué darse. Hay mucho más para contar, aunque lo de su vínculo con el nuevo Alcalde de la capital del Zulia no es nada nuevo. Es más, en abril, Galvis invitó a Rosales a Valledupar, a disfrutar del Festival Vallenato, y el entonces Gobernador del Zulia pasó a la historia como el único forastero que ha sido mal atendido en el 'Valle', donde la hospitalidad es casi un mito. Convencido de que había asistido en calidad de invitado oficial, Rosales esperaba mucho más; por ejemplo, de su lugar de hospedaje. Pero terminó en una casa desocupada y con escasísimas comodidades. Aquello no podía tratarse de la invitación de un gobierno, lo que corroboró con el saludo precario del presidente Uribe en un evento público. Hubo foto, por supuesto, pero era evidente que Uribe estaba actuando con prudencia, ante la clara posibilidad de un alarido desde Caracas. A su regreso a Maracaibo, Rosales lo resumió todo ante su círculo íntimo con una frase muy diciente: "Me alojaron en una casa donde no había ni almohada". Ciertamente, la calamitosa "visita oficial" del archienemigo de Chávez no había sido la mejor de las movidas por parte del Cónsul, más aun cuando se señala a Rosales como uno de los artífices del movimiento que pretende descentralizar al Zulia.
Galvis, entonces, es la personificación de la razón por la cual cargos tan delicados como cualquier consulado de Colombia, más aún en la hirviente frontera venezolana, deberían estar en manos de verdaderos diplomáticos. En su caso particular, Galvis había colaborado en la primera campaña presidencial de Álvaro Uribe, como integrante de los cuadros directivos en Valledupar. Mientras muchos colombianos se matan en la universidad durante años y acuden a una dura convocatoria para tener acceso a la menudencia laboral diplomática, un hombre como Galvis salió premiado con muslo y pechuga.
En los últimos días, Galvis se ha llenado la boca diciendo que fue condecorado como el mejor cónsul de Colombia en Maracaibo en los últimos 165 años, pero basta hablar con líderes de la copiosa colonia colombiana para poner en duda esa afirmación. La líder Damaris Cancino, quien representa a siete parroquias, me contó de sus diferencias con el cónsul y todo por reclamarle sobre las dificultades en trámites de pasaportes a colombianos. Las cosas llegaron al extremo de que a ella y otros líderes se les prohibió el ingreso al consulado. Me cuentan que un colombiano recibía su volante para ir al banco a pagar y si regresaba al consulado después de la hora del cierre, al día siguiente no aceptaban el recibo cancelado y tenía que pagarlo otra vez.
Pero más allá de los notorios problemas con la comunidad base en Maracaibo, de su letargo para visitar a los presos, de su ojo vigilante por el circuito cerrado de televisión, hay en la Cancillería por lo menos dos denuncias de ex funcionarios que se quejan del manejo que el cónsul dio a sus emolumentos, pagándoles menos de lo pactado.
Ese mismo tufillo servil que se advierte en su conversación con José Obdulio Gaviria era parte de la vida diaria del cónsul, que en su oficina exhibía una foto muy curiosa. Allí aparece dándose la mano con el presidente Uribe, pero es evidente que se trata de un montaje con photoshop. En la foto original hay varias personas. En la foto transformada, esas personas desaparecen por arte de magia, como lo hizo también el brazo abyecto que toca la espalda del presidente. En fin, ¡una obra maestra de la más pura lambocracia gubernamental! La verdad es que Galvis duró demasiado, como es cierto también que los cargos diplomáticos continúan en manos de tipos así, mientras aquellos que se prepararon terminan "boleando" documentos en Bogotá o en algún cargo menor en el mundo. ¿Puede un gobierno serio darse ese lujo?
Ernesto Macausland