Por Roque Casciero
Deben haber sido 50 de los minutos más abrasivos que se hayan visto y oído en un festival en la Argentina: cuando The Mars Volta debutó en la primera edición del Personal Fest, perderse en la música igual que los dos líderes de la banda era la única forma de conectar con ese magma burbujeante de experimentación en el que se fundían el hardcore punk, el free jazz, el rock progresivo y la música caribeña. El cantante Cedric Bixler-Zabala sólo recuerda que “el público era más entusiasta que lo normal”. “Nos gusta más tocar en países latinos porque allá la gente tiene más pasión y no nos mira como si fuéramos unos bichos raros”, se ríe. Pero sucede que, en el mejor de los sentidos, los Mars Volta sí son una especie extraña, ya que no resulta fácil encontrar conexión entre su obra y la de sus contemporáneos, ni tanto arrojo para crear sin ponerles atención a los dictados del mercado. Buena noticia: los bichos raros liderados por Bixler-Zabala y el guitarrista Omar Rodríguez López regresarán este viernes al club Ciudad de Buenos Aires, donde serán parte del Personal Fest 2008 junto a The Offspring, The Jesus & Mary Chain y Spiritualized.
La evolución de los Mars Volta los ha llevado hasta The Bedlam in Goliath, un cuarto disco de estudio en el que ciertos pasajes hacen imaginar un King Crimson fuera de control, si eso es posible. Pero el vocalista no quiere saber nada de que le digan que hace rock progresivo. “¡No, no, todavía somos punks! –interrumpe amablemente–. Nos formamos con bandas que arrancaron haciendo punk y que en el final de sus carreras sacaban discos que hacían enojar a los punks. Para mí eso es punk: no sonar siempre igual. ‘Rock progresivo’ es un término que me suena muy unidimensional. Hay mucho más en nosotros que ser una banda de rock progresivo. Podemos tener nuestros momentos cercanos a lo progresivo, pero crecimos con el punk rock.”
–Esos momentos, ¿tendrán que ver con que ahora son mejores músicos?
–Quizás. En realidad, no sé si somos mejores músicos (risas). Tenemos el apoyo de músicos que son muy buenos en términos técnicos, pero los líderes de la banda operamos más como alguien que no sabe qué está haciendo. Pero, a diferencia de otras bandas, nunca ponemos piloto automático.
–A veces, durante los conciertos, parece que usted y Rodríguez López estuvieran perdidos en la música, de tan inmersos que están en ella.
–Sí, es un buen modo de explicarlo. Sé que va a sonar a cliché y medio tonto, pero a veces es como si no estuviéramos ahí, en el show. Eso de estar perdidos en la música es nuestro modo de escapar, como cuando vas a un psíquico y pagás para contactarte con alguien a quien no podés ver. Hacemos eso: nuestros ojos están cerrados y nos entregamos al espíritu que aparece.
–Ya que habla de espíritus: su uso de la tabla ouija (una especie de juego de la copa) inspiró The Bedlam in Goliath y según su compañero les trajo mucha mala suerte. Hace poco le dijo a este diario que hubo muertes en su entorno y que incluso el ingeniero casi borra todo el disco porque lo consideraba maligno. Después de todo eso, ¿a dónde fue a parar la ouija?
–Omar la enterró sin avisarme. Fue una especie de intervención, como si tuviera un problema con las drogas o algo así, porque para mí era tan divertido jugar con la tabla que no me daba cuenta de que todo lo que me rodeaba tendría que haberme asustado y haberme hecho abandonarla. Pero, como me pasa con la banda, cuanto más me dicen que no a una idea, más me empecino en probarla. Y por eso Omar decidió intervenir. De todos modos, lo de la tabla ouija es la versión maquillada de la historia de The Bedlam..., que en realidad es mucho más profunda. El disco tiene que ver con el modo en que se trata a las mujeres en las religiones organizadas, con el fenómeno de los crímenes de honor en el islamismo extremo, cosa que es casi medieval. Las religiones no respetan ni celebran a la mujer, sino que la usan. A mi modo ignorante e insignificante, lo que quiero decir es que lo único que debe ser liberado en el Medio Oriente son las mujeres, no cosas como el petróleo.
–¿Cuál es la conexión entre estas ideas y la experiencia con la tabla ouija?
–Los espíritus que nos contactaron. Los espíritus masculinos no querían que habláramos sobre esto y hubo dos espíritus femeninos que querían darse a conocer. Era como si tuviéramos a una persona que decía “no uses este tema, es demasiado tabú”, pero cuanto más le sacábamos el velo del anonimato a este espíritu malicioso, más podíamos hablarle a la gente sobre esto. Porque no muchas personas conocen el fenómeno de las muertes por honor, que suceden en los lugares del mundo más inimaginables, como Nueva York, por ejemplo. Los espíritus femeninos contaban con nosotros para que usáramos esto como tema del disco. The Bedlam... es casi la versión rockera de lo que hizo (el escritor indobritánico) Salman Rushdie.
–¿No tuvieron miedo de que les pasara lo mismo que a Rushdie?
–No sé, simplemente teníamos que hacer que la gente se enterara de esa historia, de que esa clase de violación a los derechos humanos todavía sucede mientras nosotros estamos preocupados por otras insignificancias de la vida. Hay mujeres que mueren por las razones más estúpidas, ya sea por conseguirse un novio o por ser asaltada por un varón. En Medio Oriente, si una mujer es asaltada por un varón, a la que juzgan es a la mujer y dicen que es su culpa. Esa es la clase de mentalidad que la religión organizada siempre ha sostenido. Eso del “opio de los pueblos” será un cliché, pero es cierto. Así es como la gente deja de tener fe en la versión de un Dios al que hay que temerle en lugar de amarlo y entenderlo.
–Entonces, con esta historia, sí salió algo bueno de esos contactos espirituales.
–Eso creo. El hecho de que podamos hacer entrevistas en las que hablamos de estos temas ayudará a que más gente se entere y que piense que el modo en que se trata a las mujeres es más importante que otras cosas superficiales. No voy a ir tan lejos como para autocalificarme de feminista, pero cuando veo que pasan cosas de mierda por lo menos tengo que hacer que los demás estén conscientes de que suceden.
–Una de las características de The Mars Volta es la imprevisibilidad, y parece que seguirán así en el futuro. ¿Es cierto que están haciendo un disco pop?
–En la banda hay gente que escucha King Crimson y Mahavishnu Orchestra, esa clase de música para prestar total atención y rascarse la barbilla, pero a mí me gustan Slade, The Raspberries, The Sweet, mucho pop de los ’60 y los ’70, los girl groups, Motown... O sea, material que es estrofa-estribillo. Y después de estar siete años haciendo lo opuesto a eso, con canciones de 15 minutos y temáticas muy puntales que no todos entienden, lo más revolucionario que podemos hacer –por nosotros mismos, no por el público– es experimentar con la más obvia avenida del pop. Desde nuestro punto de vista, eso es progresar: sacarse de encima a la gente vieja que cree que puede definirnos y esperar que escribamos la misma clase de material todo el tiempo.
–Pero definirlos no es nada fácil, en realidad.
–Bueno, pero eso también es definirnos como un enigma. Y ser un enigma es una trampa para una banda de rock, porque siempre hay ciertas expectativas. Por ejemplo, se me acerca gente que me dice “escribime otra canción sobre fetos” o lo que sea. Y eso es la prueba de que cualquiera puede quedar atrapado en la trampa de la descripción. Pero nosotros queremos seguir moviéndonos y que la gente tenga que moverse para seguirnos.
–Su compañero ha grabado material audiovisual para un documental desde que empezaron la banda. ¿Eso servirá para que la gente realmente los entienda?
–¡Para nada! Es como cuando te sacan fotos: a mí no me gustan que me las saquen, me siento incómodo, y termina pareciendo que estoy enojado con el mundo y en una pose de gangster. Pero la gente que nos conoce sabe que somos unos payasos, que nos lo pasamos jodiendo y que tenemos un humor negro bastante jodido. Y no creo que ni un documental ni nada pueda explicar eso. Pero está bueno que sea así, porque la mayoría de las relaciones terminan cuando se puede definir al otro: la manera de mantenerlas es mantener el signo de pregunta.
–Rodríguez López siempre habla de la influencia que tuvo en él la música latina. ¿A usted también lo influyó?
–Sí, totalmente, sobre todo material más viejo. No hay mucha música latina actual que me guste, me parece que depende mucho de la cultura occidental. Sé que va a sonar mal, pero me gusta que mi música étnica suene completamente pura, sin influencia anglosajona. Me gusta que mi música me haga sentir que no estoy en Estados Unidos. En realidad, con todo el arte me pasa eso: quiero que me haga sentir parte de otra realidad, en un mundo que no sea tan aburrido. Fania All Stars, los viejos boleros, Pedro Infante, Astor Piazzolla: esas cosas me hacen sentir que no vivo en California (risas). A veces no tengo los huevos para irme o soy demasiado vago para viajar. Tengo que hacerlo tanto para tocar que después prefiero quedarme en casa.
–Usted no la tiene fácil: no sólo vive en un país manejado por George W. Bush, sino que el gobernador de su estado es Arnold Schwarzenegger.
–La realidad es que esa clase de gente siempre va a estar a cargo, entonces necesito del arte para sacarme de eso. Ya no puedo depender del uso de drogas, entonces mis películas, mi literatura y mi música son lo que me ayuda a recordar que hay otros lugares adonde ir, que no tengo por qué ser manejado por un cowboy o el Terminator (risas).
–¿No cree que eso está por terminarse?
–No, no. Ojo, es sólo mi opinión, todos parecen decir otra cosa. Pero tengo mi propia ignorancia romántica de lo que es la política. Para mí, si no sos blanco y de una familia de mucha, pero mucha guita, entonces tu voto no cuenta. Siempre nos lo pasamos discutiendo acaloradamente acerca de Obama y McCain; algunos creen que el sistema funciona y otros que no. Por ejemplo, cuando me piden ejemplos sobre mi pensamiento, lo único que tengo que hacer es mencionar a Martin Luther King, JFK, Malcolm X o las últimas elecciones que fueron robadas. Hay una gran mafia que maneja este país y si no estás con ellos, no tenés voz. El sistema no funciona y no representa a personas como yo. Hace unos años, mis opciones eran votar por Bush o por un tipo (Al Gore) cuya esposa (Tipper) le ponía stickers de advertencia a los discos. A la larga eso ayudó a las bandas, pero si no puedo vender mis discos en Wal Mart porque una dama anda diciendo que son malignos, no voy a votar por su esposo y no me importa cuánto se preocupe el tipo por el medio ambiente. Por otra parte, me lo paso escuchando cosas sobre que Obama tiene relación directa con Cheney, así que ¿quién es el títere? No confío en ninguno. De todos modos, son cosas que están por encima de mí. Yo sólo voy a proveer la banda sonora para el descontento.