Por Juan José Hoyos
Escribo esta carta por una manda de un chamán de La María, Antioquia. No tiene las manos manchadas de sangre. Es un chamán del Resguardo Marcelino Tascón, de Valparaíso. Me pidió que le escribiera esta carta porque él y los indios de su tierra conocieron a su padre, don Alberto Uribe. Ellos se acuerdan mucho de él, de todos sus hermanos. Me contó que él tenía por costumbre celebrarles la Primera Comunión en el convento de la Madre Laura, en Belencito. Su padre era para ellos como otro padre. Cuando los saludaba les decía: ¿Cómo están, mis hermanos? Ellos crecieron trabajando como peones en fincas ajenas. Usted sabe que ellos son hombres de paz. Saben a qué conduce el odio porque les ha tocado vivirlo.El chamán me dijo que Colombia es un país que está en guerra hace años, y que hoy está en llamas. Me explicó que ellos han sido víctimas, como don Alberto y mucha gente más, de esta guerra. Que en 1986, cuando usted era parlamentario, los guerrilleros de las Farc fusilaron en una semana a más de 80 hermanos suyos en Murindó, por chismes inventados por un indio embera llamado Belisario. En esa época, a los embera del Bajo Atrato les tocaba pagar por cabeza 200 pesos por mes para que no los metieran en problemas, ni los mataran. Ellos juzgaron a Belisario con sus leyes y la condena fue dejarlo vivo, pero después de pedirles perdón.Gran Jefe Blanco: las tierras de los embera y de casi todos los indios de Colombia fueron invadidas por nuestros abuelos, que huían de la pobreza. Luego, esas tierras fueron invadidas por guerrilleros, narcotraficantes, paramilitares, tropas de los batallones de la alta montaña. Todos ellos han abusado de los indios. Eso me dijo el jaibaná. A sus hijos se los han llevado a la fuerza los guerreros de todos los bandos. Por eso en el resguardo de La María, aprobaron hace años una ley que ellos han cumplido al pie de la letra: no meterse en las guerras de los blancos.Señor Gran Jefe Blanco: el jaibaná me dijo que ni él ni su familia nacieron con tierra. Se las quitaron a sus abuelos, a sus padres. Él creció trabajando alquilado. Hasta que ya mayor le dieron un puesto en un trapiche a orillas del río Conde. Un blanco llamado Vicente heredó esas tierras. Un día resolvió devolvérselas. En esa época, ellos eran indios errantes. Se habían escondido en las selvas para que no los mataran en la violencia de los años cincuenta. Cuando Vicente les devolvió su tierra, ellos regresaron, aunque con temor. El Estado les legalizó la propiedad. Pero a su alrededor había una gran hacienda ganadera. El socio de su padre, don Edgar Jaramillo, dijo que no le gustaba esa vecindad. A partir de ese momento, la nueva tierra se volvió para ellos un infierno. El gobierno de Antioquia abrió una carretera, les puso electricidad, pero don Edgar se empeñó en que no quería indios de vecinos. Su padre le dijo: "Me hace el favor y les entrega esta tierra a ellos cuanto antes, porque yo sé que a mí me van a matar". Y lo mataron a los pocos meses unos guerrilleros de las Farc, en la hacienda Guacharacas, en el valle del río Nus. En cumplimiento de la voluntad de su padre, la nueva tierra les fue entregada a los embera. Hoy ellos no son unos indios desvalidos. Tienen casas, acueducto, alcantarillado, escuelas, energía eléctrica. Están exportando heliconias a los mercados del Oriente Medio.El chamán me advirtió que usted tiene muy buena memoria. Que cuando hablaron en La Pintada, Antioquia, en su primera campaña electoral, en esa fiesta de coleo donde recogieron tanta plata, usted les prometió otras cosas. Que les cumplió lo de la tierra. Pero me dijo que usted no les cumplió otra promesa: la de no usar las armas contra sus hermanos. El viejo invocó el nombre de su padre y el de la Madre Laura, antes de despedirse. Me dijo que en el convento de ella hicieron la Primera Comunión casi todos los Uribe. Escribo esta carta porque así me la dictó el chamán. Me dijo que no sabía escribir. Que la escribiera yo por él.