Si yo fuera Uribe ya habría renunciado (tal vez por ello los colombianos no me eligieron hace dos años). Yidis, en toda su ingenuidad, confesó que su voto fue obtenido con promesas de nombramientos (la expresión técnica exacta para designar el delito confesado es cohecho). Y sin su voto no habría habido reelección. Matemático. Si Yidis se hubiera mantenido en su negativa, Uribe no estaría gobernando. (A menos que alguien se hubiera inventado otro atajo.)
Cuando el atajo está al servicio de una buena causa, muchos colombianos lo aceptan (lo aceptamos). Los resultados justifican la falta. Lo de Yidis fue un atajo. Un atajo dolorosamente documentado en el video con Noticias Uno. Yidis temía dos cosas: que la mataran, que le incumplieran. Sus entrevistas, incluida la de El Espectador, son patéticos documentos de época. ¡Se equiparan la rabia por el incumplimiento de las promesas y el miedo a perder la vida! A Yidis le sigue pareciendo por momentos más grave la violación de la norma informal, propia de la cultura política, según la cual los favores se pagan. Se da la pela de pagar un costo jurídico grande por defender una norma cultural ilegal.
Un editorial de EL TIEMPO me acusó de fundamentalismo anticlientelista cuando, como Alcalde, ante reiteradas negativas del Concejo de Bogotá a proyectos críticos, me mantuve en mi posición de no transar. "Un poquito de clientelismo" de vez en cuando podía ser conveniente, según el editorial. Se comprende mejor ahora. Hay un realismo de los 'buenos' (Guantánamo está al servicio de una causa justa, no importa que años después la Corte Suprema de Justicia de E.U. termine de pronto mandándolo cerrar). Todas las instituciones quedan bien: el Ejecutivo hace su tarea, años después la justicia llega y hace la suya. ¿Qué estudiante de administración no ha leído 'La carta a García'? La moraleja parece ser que el resultado justifica todo. No importa cómo, hay que alcanzarlo. Pero esa actitud incuba indignación, ira y a veces desprecio y odio.
Yo no odio a Uribe. Lo envidio. Usa su capacidad persuasiva para distanciarse oportunamente de su base social y sus aliados. Maniobras que le permitieron salvar su reelección y quedar políticamente perdonadas por los logros de su gestión. Su Ley de Justicia y Paz, que inicialmente era garantía de impunidad, fue transformada por la presión de parlamentarios decentes, ONG y fallos de las cortes en una ley de transición admirable, que está dando hoy sus frutos. ¿Quién se atribuye los logros? El Gobierno, Uribe. Lo hace casi sin parpadear. Funciona la institucionalidad colombiana enderezando radicalmente la iniciativa de Uribe y... ¿de quién termina siendo el mérito? De Uribe.
Si yo fuera Gina Parody o Martha Lucía Ramírez, dos congresistas en cuya honestidad creo (así como creo en la de Gustavo Petro), yo renunciaría. Se necesita tener la cara dura de Samper y parte de su equipo para reconocer que los dineros del cartel de Cali entraron a su campaña a sus espaldas, sin reconocer que sin esos dineros él no hubiera sido elegido, y, por tanto, renunciar. Los directivos de los partidos uribistas dejaron, consciente y voluntariamente o no, que el voto sano que los eligió, por ejemplo los de Gina Parody y Martha Lucía Ramírez, se mezclara con el voto producto de presión paramilitar. La "combinación de todas las formas de lucha" es, sin duda, el título de la enfermedad que agobia a Colombia. ¡Deslindémonos!
Apreciado Presidente: sin el voto de Yidis o Teodolindo, usted no habría sido elegido. No nos venga ahora con el cuento de que el fin (indudablemente noble, nada menos que "salvar la patria") justificaba los medios (la oferta de gabelas a Yidis). No es solo un tema jurídico. Es también, y sobre todo, un tema político. Pero en Colombia la gente juega a sustituir por un enrevesado juicio legal el juicio moral y cultural que dicta el sentido común. No ocultemos el sol tapándolo con las manos: lo que sabemos todos da para un juicio político claro y sin demoras. Es tiempo de renuncias. Después, la historia, con su sabiduría, y la justicia darán su dictamen definitivo.
Cuando el atajo está al servicio de una buena causa, muchos colombianos lo aceptan (lo aceptamos). Los resultados justifican la falta. Lo de Yidis fue un atajo. Un atajo dolorosamente documentado en el video con Noticias Uno. Yidis temía dos cosas: que la mataran, que le incumplieran. Sus entrevistas, incluida la de El Espectador, son patéticos documentos de época. ¡Se equiparan la rabia por el incumplimiento de las promesas y el miedo a perder la vida! A Yidis le sigue pareciendo por momentos más grave la violación de la norma informal, propia de la cultura política, según la cual los favores se pagan. Se da la pela de pagar un costo jurídico grande por defender una norma cultural ilegal.
Un editorial de EL TIEMPO me acusó de fundamentalismo anticlientelista cuando, como Alcalde, ante reiteradas negativas del Concejo de Bogotá a proyectos críticos, me mantuve en mi posición de no transar. "Un poquito de clientelismo" de vez en cuando podía ser conveniente, según el editorial. Se comprende mejor ahora. Hay un realismo de los 'buenos' (Guantánamo está al servicio de una causa justa, no importa que años después la Corte Suprema de Justicia de E.U. termine de pronto mandándolo cerrar). Todas las instituciones quedan bien: el Ejecutivo hace su tarea, años después la justicia llega y hace la suya. ¿Qué estudiante de administración no ha leído 'La carta a García'? La moraleja parece ser que el resultado justifica todo. No importa cómo, hay que alcanzarlo. Pero esa actitud incuba indignación, ira y a veces desprecio y odio.
Yo no odio a Uribe. Lo envidio. Usa su capacidad persuasiva para distanciarse oportunamente de su base social y sus aliados. Maniobras que le permitieron salvar su reelección y quedar políticamente perdonadas por los logros de su gestión. Su Ley de Justicia y Paz, que inicialmente era garantía de impunidad, fue transformada por la presión de parlamentarios decentes, ONG y fallos de las cortes en una ley de transición admirable, que está dando hoy sus frutos. ¿Quién se atribuye los logros? El Gobierno, Uribe. Lo hace casi sin parpadear. Funciona la institucionalidad colombiana enderezando radicalmente la iniciativa de Uribe y... ¿de quién termina siendo el mérito? De Uribe.
Si yo fuera Gina Parody o Martha Lucía Ramírez, dos congresistas en cuya honestidad creo (así como creo en la de Gustavo Petro), yo renunciaría. Se necesita tener la cara dura de Samper y parte de su equipo para reconocer que los dineros del cartel de Cali entraron a su campaña a sus espaldas, sin reconocer que sin esos dineros él no hubiera sido elegido, y, por tanto, renunciar. Los directivos de los partidos uribistas dejaron, consciente y voluntariamente o no, que el voto sano que los eligió, por ejemplo los de Gina Parody y Martha Lucía Ramírez, se mezclara con el voto producto de presión paramilitar. La "combinación de todas las formas de lucha" es, sin duda, el título de la enfermedad que agobia a Colombia. ¡Deslindémonos!
Apreciado Presidente: sin el voto de Yidis o Teodolindo, usted no habría sido elegido. No nos venga ahora con el cuento de que el fin (indudablemente noble, nada menos que "salvar la patria") justificaba los medios (la oferta de gabelas a Yidis). No es solo un tema jurídico. Es también, y sobre todo, un tema político. Pero en Colombia la gente juega a sustituir por un enrevesado juicio legal el juicio moral y cultural que dicta el sentido común. No ocultemos el sol tapándolo con las manos: lo que sabemos todos da para un juicio político claro y sin demoras. Es tiempo de renuncias. Después, la historia, con su sabiduría, y la justicia darán su dictamen definitivo.