El crítico español Diego Manrique escribe algo que cae como anillo al dedo a propósito del super concierto por la paz: "Resulta enternecedora esa esperanza de que nuestros cantantes nos proporcionen pistas para resolver los grandes problemas del presente. No hay seres más despistados e ignorantes de la realidad que los triunfadores. De principio, se aíslan del resto de los humanos: se relacionan entre ellos mismos y, para el día a día, prefieren rodearse de lacayos. Su visión del mundo es tremendamente limitada: a veces, leen un periódico; generalmente, reciben sus noticias masticadas, vía televisión o Internet. En un altísimo porcentaje, ni siguen el devenir de la música en la que se desenvuelven. Tienden al egocentrismo y rechazan asimilar información que no apoye sus ideas preconcebidas. Y sin embargo, confiamos en que ellos aporten soluciones a cuestiones ajenas a su oficio. Y mienten, mienten con infantil descaro, despreciando el detalle de que puedes acudir a otras fuentes. ¿Un ejemplo? Nunca jamás un cantante dará una cifra correcta cuando le preguntan por las ventas de un disco suyo: siempre lo inflará. La práctica es tan generalizada que la patronal de las disqueras, Promusicae, esconde esos datos para no dejar en evidencia a sus empleados de lujo. Obviamente, todo eso no impide que un cantante tenga la facultad de cristalizar el zeitgeist, de perfilar esperanzas y temores colectivos. Prerrogativa misteriosa, al alcance incluso de vocalistas incapaces de articular una frase inteligente. Hasta que en 1984, Bob Geldof abrió la etapa de las declaraciones musicales gremiales con Band Aid. Un mecanismo para recaudar dinero, movilizar multitudes y, es legítimo, autopromocionarse. Una fórmula que viene degenerando. Ya no se necesitan canciones que iluminen: basta con que "comuniquen". Para llegar al máximo público posible, usan el mínimo común denominador. Se acumulan los nombres famosos, cantando o simplemente figurando. Gente simpática, a la que igual queremos, haciendo cucamonas y felices de haberse conocido bajo la lámpara del Poder. Épica del progresismo bajo en calorías, de la complicidad tontorrona, del pragmatismo D'Hondt: si alguna vez simpatizaron por partidos minoritarios, hoy prefieren los que tienen potencial para ganar las elecciones."