Una segunda reelección sería premiar una mentira, pues el beneficiado con la reforma constitucional repitió varias veces que "in límine" rechazaba siquiera la hipótesis de ser reelegido. Una segunda reelección será despertar la impaciencia y la ira de todos aquellos que no queremos vivir sometidos por siempre a las reiteradas veleidades autocráticas de una peligrosa camarilla de rencorosos, sino que aspiramos a que se ensayen otros métodos y otras fórmulas para desarrollar el país donde nacimos y del cual no queremos que nos despojen quienes se apegan al mando con una concupiscencia dañina y enfermiza. Y una segunda reelección, por último, además del desastre que sería para nuestra ya bien maltrecha democracia, sería también una catástrofe para el mismo Uribe, que perdería la apuesta por la felicidad pues dejaría de tener, incluso, a una mujer dulce y ya asfixiada por los faustos del poder, que tendrá la sensatez de no ser, por tercera vez, primera dama.