lunes, 21 de abril de 2008

El que es Caballero, no repite


Andrew Graham-Yooll entrevista a Antonio Caballero.
–¿Por qué nunca escribió una segunda novela?
–Porque a mí me parece que uno debe escribir solamente cuando tiene algo que decir. Y lo que hubiera querido decir en otra novela habría sido reiterar un poco los mismos tres o cuatro temas que me interesaban. No me interesaba convertirme en un novelista que sacaba una novela por año. Podría perfectamente, pero repetir lo mismo con otra presentación narrativa no me parece que tenga mucho sentido. Mi novela (Sin remedio, Alfaguara, Colombia) no es una novela de personajes o de situaciones. Es una novela para explicar dos cosas en las que creo yo: una es que me parece que es muy difícil escribir poesía, porque exige decir la verdad. La otra es que diga uno lo que diga será mal entendido.

–¿Y si cambiamos ese orden de cosas y decimos que el lector puede pensar: diga lo que diga, la gente siempre va a pensar que habría estado mejor dicho en una novela?
–También, eso no lo había pensado, pero no voy a escribir otra novela para que digan eso. Tengo tres libros taurinos. Dos son recopilaciones de artículos ya publicados y uno es un libro escrito sobre siete toreros (Los siete pilares del toreo, editado por Espasa). Fuera de la novela lo que yo he publicado son recopilaciones de artículos impresos. Uno de esos libros, de artículos políticos, es el que ganó el Premio Planeta (Colombia) para periodísticos. La mayoría eran artículos de prensa, de dos o tres folios, si bien hay algunos textos más largos. A la novela le ha ido muy bien...

–Tuvo el espaldarazo de un comentario favorable de Gabriel García Márquez...
–Sí, le ha ido bien... Se sigue publicando, se sigue reimprimiendo constantemente. Esa novela se vende fundamentalmente aquí en Colombia, si bien se publicó en la Argentina el año pasado. Hace dos años volvió a aparecer en España, que no salía hace mucho (donde había salido con Bruguera, luego con Planeta, y finalmente con Alfaguara).
–Cuando nos conocimos, hace veinticinco años, usted estaba bastante impresionado por la muerte de un escritor (Luis) Andrés Caicedo (Estela) (1951-1977), que se suicidó a los veintiséis años. Tomó 60 pastillas de secobarbital, intentó suicidarse dos veces en 1976 y fracasó. Fue fiel a su idea de que vivir más de veinticinco años es una insensatez. Recibió un ejemplar de su única novela pocos días antes de suicidarse, en Cali. Para mí, que una persona tan joven se quite la vida pertenece al cuadro que es Colombia como la describió usted, “un país rebosante de energía joven” donde suceden cosas atroces. Le recuerdo que esta conversación viene de 1983, cuando usted preparaba su novela, y usted me dejó bastante impresionado, fui su admirador. Yo venía de conversar con García Márquez, que hasta escribió sobre nuestra reunión, una crónica sobre la visita y sobre una tía mía.
–Recuerdo el hecho, nuestra conversación, y mi impresión. Caicedo fue originalmente crítico de cine e intentó también hacer cine, que no llegó a hacer. Escribió una novela, unos cuantos cuentos y otro par de novelas a medio hacer que no terminó, que después sus amigos han ido publicando post mortem y que no son buenas, la verdad. Su novela, ¡Que viva la música!, es una novela extraordinaria, en mi opinión. Tiene unos cuentos largos muy buenos, uno de ellos que se llama El atravesado, que está muy bien, y cuentos cortos algunos, y fragmentos cortos de novelas, una cosa llamada Noches sin Fortuna, tal vez. Yo hace bastante tiempo que no lo he vuelto a leer. Se murió demasiado pronto, se mató demasiado pronto, y no era todavía un escritor hecho, aunque esa novela, ¡Que viva la música!, es una gran obra. No ha sido olvidado. Al contrario, porque entre otras cosas sus amigos de cine, y sus amigos de Cali, han mantenido su memoria y lo republican a cada rato, publican fragmentos, publican cartas que encuentran, en fin, se ha convertido en figura de culto, como le dicen, que me resulta tan desagradable. Pero yo no creo que haya tenido ningún tipo de posteridad literaria. Simplemente fue él aislado, no tuvo ninguna influencia literaria ni en vida ni post mortem.