lunes, 2 de noviembre de 2009

La guerra y las palabras Por Hernán Vanoli

¿De qué manera los escritores latinoamericanos narran la lucha armada? Autores como Iván Thays, Horacio Castellanos Moya, Daniel Alarcón y Santiago Roncagliolo, entre otros, reflexionan en sus novelas sobre su posición frente al tema.

No es novedad que, a lo largo del siglo XX, América Latina se vio atravesada por diversos conflictos entre organizaciones políticas que se levantaron en armas y pasaron a la clandestinidad y dictaduras con Estados que devinieron terroristas. En este marco, los escritores latinoamericanos mostraron un arco de comportamientos y tomas de posición que, de una u otra manera, influyeron en sus literaturas. Hoy, al ritmo en que el panorama histórico de la región se muestra fragmentado, los escritores y las escrituras van tomando diferentes derroteros. Teniendo en cuenta que los ámbitos de valorización de las obras de la mayoría de estos autores son los mercados del libro español y en algunos casos norteamericano, el panorama que los últimos años muestran a la hora de escribir la violencia armada y el propio lugar del escritor permite vislumbrar una variedad inédita de estrategias, puntos de vista ficcionales y modos de pensar la historia que vale la pena revisar.

Detectives

Si el "giro autobiográfico" y las mal llamadas escrituras del yo son algunas de las tendencias más visibles en la narrativa contemporánea, no es raro que encontremos una primera estrategia donde el cruce entre biografía personal y la lucha armada sea el eje narrativo privilegiado. Se trata, en la mayoría de los casos, de textos donde los escritores se posicionan como investigadores, y donde las fronteras de la profesión literaria con el periodismo, lo detectivesco y la historia oficial contada por los organismos de la memoria genera una cierta incomodidad que alimentan los relatos. No es casual que este tipo de enfoques siempre parezcan dirigidos a un lector extranjero de firmes convicciones progresistas, horrorizado con (y fascinado por) el salvajismo latinoamericano. Fernando Vallejo es consciente de ese gesto y por eso puede parodiarlo, y Horacio Castellanos Moya, en Insensatez, ejerce una leve burla sobre el escritor-detective. Sin embargo, también hay casos donde la figura se trabaja con facetas interesantes.

En Un lugar llamado Oreja de Perro, el peruano Iván Thays construye un relato del viaje de un escritor devenido periodista que debe cubrir la visita del presidente a un pequeño poblado andino donde se realizará la apertura mediática de un programa de asistencia social. Sobria y contundente, cae en baches cuando el narrador cuenta su propia vida, pero tiene la virtud de trabajar sutilmente la distancia entre la representación televisiva, el discurso de la "Comisión de la Verdad" y ciertas consecuencias del terrorismo de Estado en el tejido social. Los ecos de la violencia, y sus rastros, van a percibirse a través del relato que el protagonista hace de la galería de personajes que va encontrando en su excursión, donde no faltan un asesinato ni una lúcida descripción de diferentes posiciones con respecto al terrorismo de Estado de parte de la sociedad civil. El personaje-escritor de Thays es un detective involuntario, que viaja por una cobertura periodística y termina descubriendo una trama secreta de la violencia en la que se incluye la permanencia del aparato represivo ilegal y los cuestionamientos hacia sus propios prejuicios de clase.

Algo similar ocurre en El material humano, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, aunque el narrador no deviene detective sino que arranca como tal, revisando los archivos policiales sobre la represión en su país. En un juego de espejos entre diario personal, material de archivo y conversaciones con funcionarios que participan de las investigaciones estatales sobre la verdad histórica, el mayor hallazgo del texto consiste en que, sirviéndose de la permanente ambivalencia entre realidad y ficción, Rey Rosa también consigue narrar las contradicciones, intrigas y luchas generadas por el hecho de que la materialidad del archivo, sea propiedad de aquellos mismos que son investigados. Aquí, la historia personal y el secuestro de la madre del narrador entran en un diálogo productivo sobre el papel del Estado ante las políticas de la memoria. Y, con una transparencia comparable a la de Thays, aunque quizás con menos autocrítica, Rey Rosa señala las aporías, incomodidades e hipocresías en las que muchos escritores latinoamericanos caen al pensar su rol con respecto a la política.

Interferencias arcaicas

¿Qué tienen en común, entonces, novelas como Angosta, del colombiano Héctor Abad Faciolince, La paz de los sepulcros, del mexicano Jorge Volpi, y Radio Ciudad Perdida, la más reciente del peruano Daniel Alarcón? Con sus particularidades, comparten la construcción de escenarios urbanos, ucrónicos o distópicos pero alejados de las reglas de la ciencia ficción, agrietados por un uso estatal indiscriminado de la violencia, y donde las nuevas formas de dominación encarnan de manera menos espectacular pero quizás más profunda. La conspiración de los poderosos está presente en todas las obras, y en todas los movimientos guerrilleros aparecen como excusas para la manipulación de los recursos y la información por parte de los sectores dominantes. De hecho, la relación entre medios masivos y poder es un eje fundamental en todas estas novelas. Mientras que en la perspectiva algo naive de Alarcón la radio permanece como último elemento vinculante frente a la destrucción de las relaciones humanas, y en Volpi la corrupción romana de los funcionarios se asienta en la enunciación pornográfica propia de la circulación de imágenes en la contemporaneidad, Faciolince elige hacer una suerte de sociología topográfica donde la fe en los libros y el exilio, parecen la única salida para los escritores ante la violencia política. En suma, las novelas comparten algo que las emparenta con la notable Las Islas, de Carlos Gamerro: una construcción de escenarios donde el futuro se escribe lleno de elementos arcaicos, con fuertes continuidades hacia un presente que se proyecta como imposible de superar, y donde la ciudad muchas veces oficia de velado personaje principal.

Pero aunque en estos casos los escritores no dejen de ser representados muchas veces a través de una serie de lugares comunes (como periodistas mercenarios, o con la fatigante figura del escritor mártir), la conexión con sus biografías personales aparece en los paratextos. Alarcón dedica su libro a Javier Antonio Alarcón Guzmán, familiar suyo fallecido en 1989. Faciolince, por su parte, dedica el libro a su propio padre asesinado por comandos paramilitares, cuya historia se cuenta entre líneas. En la contratapa a la edición de 2007 de su novela, Volpi aclara que empezó a escribir La paz de los sepulcros en un viaje a Oaxaca en febrero de 1994, apenas un mes después del levantamiento zapatista y poco antes del asesinato del candidato a presidente del PRI Luis Donaldo Colosio, ocurrido en marzo de ese mismo año en Tijuana. Justamente, la novela incluye el asesinato de un importante candidato a la presidencia y la existencia de un mediático movimiento guerrillero.

Desde los géneros

Más allá de la imbricación directa entre historia personal y novela propia de los "escritores detectives", y de las diferentes formas de emergencia de lo biográfico en las obras que construyen un modo de abordaje más ficcionalizado aunque no necesariamente representacional, existen otras modalidades utilizadas por los escritores para abordar la violencia política y su posición frente al tema. La Cuarta Espada, de Santiago Roncagliolo, y a Muertos incómodos (falta lo que falta), escrita por Paco Taibo II y el Subcomandante Marcos, que fuera publicada por entregas entre 2004 y 2005 en el periódico mexicano La Jornada, intentan narrar la violencia política y tematizan el lugar de los escritores desde géneros asentados. La Cuarta espada ingresaría dentro del género editorial de los perfiles, esto es, libros que cuentan vida y obra de personajes mediáticos o famosos. En el caso de Roncagliolo, el libro surge casi como subproducto de la investigación emprendida para Abril Rojo, pero en este caso el escritor "abandona" la literatura para narrar, en primera persona, las peripecias de su investigación sobre vida y obra de Abimael Guzmán, ex líder de Sendero Luminoso ahora en prisión. Aunque el libro fue concebido como un producto comercial, y de hecho sus paratextos juegan a favor de esta lectura, no son muchas las diferencias con las novelas mencionadas anteriormente. En todo caso, lo que se narra además de la traumática historia de un movimiento como Sendero y de una personalidad como la de Guzmán, es el tránsito desde una posición ideológica muy marcada por parte del escritor cuya experiencia personal va siendo resignificada a medida que la investigación avanza.

Inscripta en el género policial, Muertos incómodos presenta una serie de curiosidades. El Subcomandante Marcos (bautizado por Regis Débray como "el mejor escritor latinoamericano vivo") invitó a Paco Taibo II a escribir la novela, que terminó formando parte de la serie del detective Belascoarán Shayne, personaje con el cual Taibo había escrito ya más de nueve libros. De naturaleza clásica, lo más interesante del libro está ubicado en la confluencia de la publicidad para el EZLN, el compromiso político de Taibo y el hecho de que ambos autores ceden las regalías y los derechos a una ONG de Chiapas. Hecho social y periodístico además de literario, la novela sirve también para que Marcos polemice con ciertas versiones oficiales sobre el movimiento zapatista. Así, el libro desmiente la versión del difundido La Rebelión de las Cañadas. Origen y ascenso del EZLN, y su autor, Carlos Tello Díaz, es acusado de trabajar a sueldo del ejército mexicano con el objetivo de desprestigiar al movimiento.

Queda en claro, entonces, que muchos son los abordajes y las posiciones que los escritores asumen frente a la realidad histórica que los atraviesa. Muchas veces, la mayor ambivalencia no significa, necesariamente, mayor inteligencia para pensar lo político, sino que funciona como mecanismo para eludir la reflexión sobre la propia posición. Pero también es cierto que, como se dijo en una discusión de blogs, ante el terrorismo de Estado y la lucha armada antidemocrática, "lo único políticamente incorrecto es el olvido".