lunes, 30 de noviembre de 2009

Hernán Díaz (1931-2009)

Recientemente, el periódico virtual Con-Fabulación había señalado que Díaz "capturó con su lente los rostros y el rictus de quienes tendrían papeles protagónicos -no siempre dignos y loables- en la enorme, desaforada y contradictoria farsa nacional". Interrogado por la misma publicación si sentía nostalgia de su pasado, respondió: "¿Cómo no voy a sentir nostalgia? La mitad de los que retraté están muertos (...) y la otra mitad en la cárcel"

State of play

Otra película más sobre periodistas buenos y políticos malos y buenas directoras de periódicos y malos miembros de corporaciones (en ese orden). Y así las cosas, tu trasero y tu mente (en ese orden) sienten un cierto alivio cuando el film llega a su fin.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Pinocho en el país de los mentirosos

Declaración de la Presidencia de la República

Es muy grave para las instituciones de Colombia que el Presidente de la Corte Suprema de Justicia esté diciendo mentiras de las conversaciones que ha sostenido con el Presidente de la República, según aparece publicado hoy en el periódico El Espectador.

Bogotá, 22 de noviembre de 2009.

Eduardo Galeano dixit

"El muro de Berlín era la noticia de cada día. De la mañana a la noche leíamos, veíamos, escuchábamos: el Muro de la Vergüenza, el Muro de la Infamia, la Cortina de Hierro... Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros brotaron, y siguen brotando en el mundo. Aunque son mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco o nada. Poco se habla del muro que los Estados Unidos están alzando en la frontera mexicana, y poco se habla de las alambradas de Ceuta y Melilla. Casi nada se habla del Muro de Cisjordania, que perpetúa la ocupación israelí de tierras palestinas y será quince veces más largo que el Muro de Berlín, y nada, nada de nada, se habla del Muro de Marruecos, que perpetúa el robo de la patria saharaui por el reino marroquí y mide sesenta veces más que el Muro de Berlín. ¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos?"

domingo, 22 de noviembre de 2009

Lo que sé Por Francis Ford Coppola

Cuando tenía dieciséis o diecisiete años quería ser escritor. Quería ser dramaturgo. Pero todo lo que escribía, me parecía, era flojo. Y recuerdo irme a dormir llorando porque no tenía el talento que ansiaba.

¿Alguna vez vieron la película Rushmore? Yo era exactamente como ese chico.

Tuve vino en la mesa toda mi vida. Incluso los chicos teníamos permitido tomarlo. Solíamos agregarle ginger ale, limón o soda.

Le hice algo terrible a mi padre. Cuando tenía 12 o 13, tuve un trabajo en Western Union. Y cuando llegaba un telegrama en una tira larga, lo cortábamos y lo pegábamos en un papel y lo entregábamos en bicicleta. Y yo sabía el nombre del director del departamento de música de Paramount Pictures, Louis Lipstone. Así que le escribí: “Estimado Sr. Coppola: Lo hemos elegido para que componga una banda sonora. Por favor regrese a Los Angeles inmediatamente para empezar con su encargo. Cordiales saludos, Louis Lipstone.” Y lo pegué y lo entregué. Y mi padre estaba tan contento. Y entonces tuve que decirle que era falso. Estaba totalmente furioso. Por aquellos días, a los chicos se les pegaba. Con el cinturón. Yo sabía por qué lo hice: quería que él recibiera ese telegrama. A veces hacemos cosas malas por buenas razones.

La gente siente que la peor película que hice fue Jack. Pero al día de hoy, cuando recibo cheques por viejas películas que he hecho, los de Jack son los más jugosos. Nadie lo sabe. Si la gente la odia, la odia. Pero yo simplemente quería trabajar con Robin Williams.

Nunca fui descuidado con el dinero de otro. Sólo con el mío. Porque me pareció que, bueno, se puede serlo.

Diez o quince años después de Apocalypse Now! estaba en un hotel en Inglaterra y agarré el principio de la película. Terminé viéndola completa. Y no era tan rara como pensaba. Había, en cierto modo, expandido lo que la gente estaba dispuesta a tolerar en una película.

Vi este cesto lleno de desechos de película. Habíamos rodado con cinco cámaras cuando llegaron los jets y arrojaron el napalm. Había que filmarlos todos al mismo tiempo, así que había mucho metraje. Levanté algo de este barril y lo puse en la moviola y era muy abstracto, y una vez cada tanto se podía ver este helicóptero. Luego, en la edición de sonido estaba toda esta música de los Doors, y en ella se escuchaba algo llamado “The End”. Entonces dije: “Ey, ¿no sería gracioso si empezáramos la película con ‘The End’?”.

Tengo mucha más imaginación que talento. Cocino ideas. Es tan sólo una característica.

Admiro a personas como Woody Allen, que cada año escribe un guión original. Es sorprendente. Siempre deseé poder hacer eso.

Para hacer las cosas bien hay que ser abundante –ésa es mi tendencia–. Si preparo una comida, cocino demasiado y tengo demasiadas cosas. Anoche estaba viendo una película de Cecil B. DeMille basada en Cleopatra, y me di cuenta de cuántas partes de la historia real había dejado afuera. Buena parte del arte del cine es hacer menos. Aspirar a hacer menos.

Una vez, mientras esperaba, conseguí un trabajo: escribir un guión para Bill Cosby. El solía encargar el mejor vino para sus amigos. El no bebía, pero tenía este vino llamado Romanée-Conti que está considerado uno de los mejores del mundo. Yo no sabía que el vino pudiera tener tan buen sabor. También me enseñó a jugar baccarat. Y una noche empecé con 400 dólares y gané 30 mil. Así que compré 30 mil dólares en vinos Romanée.

Hay que mirar las cosas en el contexto de tu expectativa de vida.

El final era claro y Michael se había corrompido: ya había terminado todo. Así que no entendía por qué querían hacer otra El Padrino.

Les dije: “Lo que voy a hacer es ayudarlos a desarrollar una historia. Y encontraré a un director y la produciré”. Ellos me dijeron: “Bueno, ¿quién es el director?”. Yo les dije: “Un tipo joven, Martin Scorsese”. Me dijeron: “¡De ninguna manera!”. El recién empezaba.

Lo único que les cuestioné fue que la titularan El Padrino Parte II. Siempre era El hijo del Hombre Lobo o El Hombre Lobo regresa o algo así. Pero creían que sería confuso para el público. Es irónico, porque eso fue lo que comenzó todo el asunto de ponerles números a las secuelas. La verdad es que comencé un montón de cosas.

Estaba en mi trailer trabajando en El Padrino II o III en Nueva York, cuando golpearon a mi puerta. El tipo que estaba trabajando conmigo me dijo que John Gotti quería conocer al señor Coppola. Yo le dije: “No es posible, estoy muy ocupado”. Es como el viejo mito de los vampiros, según el cual tenés que invitarlos pero una vez que cruzan el umbral de la puerta, ya están adentro. Pero si les decís que no los querés conocer, no pueden pasar. No pueden conocerte.

Nunca vi Los Soprano. No estoy interesado en la mafia.

¿Qué mayor desaire te puede tocar que el que absolutamente nadie haya ido a ver Juventud sin juventud? Cualquier cosa mejor que eso es un éxito.

A algunos espectadores les encanta quedarse en sus butacas a leer todos los nombres de los créditos. ¿Estarán buscando a un pariente?

¿Qué debería hacer ahora? Podría hacer algo un poquito más ambicioso. O menos. Mejor menos. Para mí, menos ambicioso es más ambicioso.

sábado, 21 de noviembre de 2009

John Ashberry, poeta, 26 libros, mito vivo

Pregunta. ¿Qué une los poemas de Un país mundano?

Respuesta. No concibo mis libros como una unidad, es más bien una estructura acumulativa. Lo que los une es que los he escrito en un mismo periodo

P. ¿Siempre ha sido así?

R. Cuando empecé no escribía con la aspiración de ser leído. Nunca he sido muy sistemático.

P. Ha trabajado varias décadas como profesor.

R. Enseñaba un taller de literatura y de poesía. No era duro pero me creaba ansiedad, pensaba que no tenía nada que enseñar. Siempre sentía que no hacía lo que debía pero parece que los alumnos se divertían.

P. También trabajó muchos años como crítico y periodista. ¿Afectó eso a su poesía?

R. El periodismo me ayudó porque escribía para el público general y debía hablar de arte de manera que el lector hiciera su propio juicio. También me enseñó a prestar atención, y esto es una de las cosas que encuentro más difíciles. Y luego estaba el terrible momento de la entrega, la hora límite, algo aterrador. Aprendes a perder el pánico a la hoja en blanco. Pude superar las inhibiciones, la constante fuente de ansiedad que supone escribir y tener que preguntarte qué y cómo.

P. ¿Le sigue ocurriendo?

R. Siempre vacilas al escribir poesía.

P. ¿Ha cambiado su manera de hacerlo?

R. Al principio escribía a mano, pero en los setenta empecé a componer versos muy largos tipo los de Whitman y perdía el hilo de lo que escribía. Pensé que la máquina de escribir podría ayudarme y así fue. Me divierte escribir así, aunque cada vez es más difícil encontrar las cintas. La resistencia de las teclas es muy inspiradora.

P. ¿Siempre le gustó Whitman?

R. De joven no, pero tiene versos en los que parece que no hay artificio alguno y ése es el placer del gran arte.

P. Él cantó al nacimiento de América. ¿Carece de sentido algo así ahora?

R. Creo que la poesía es una herramienta para explicar lo que estoy sintiendo, para decir esto es lo que me acaba de pasar y esto es de lo que de verdad va la vida.

P. Su trabajo como crítico de arte, ¿ha influido en sus imágenes?

R. No creo ser un poeta muy visual. Muchas de las imágenes en las que me fijo son resultado de escuchar.

P. ¿El oído es la clave?

R. La lengua que me rodea, el habla de la calle... eso es lo que siento que es importante. Me resulta muy interesante y conmovedor ver cómo los americanos intentan comunicarse y fracasan. Creo que no hablan como otra gente, se atascan más y a veces no acaban las frases, las dejan en el aire para que otro complete sus pensamientos. Esto también ocurre en mis poemas.

P. La reinvención de la lengua en la calle es frenética en EE UU, con acrónimos y expresiones que se inventan a diario, se ponen de moda y se olvidan.

R. Somos la civilización de lo desechable. Hay un deseo inmenso por lo nuevo.

P. Escribe escuchando música contemporánea. ¿Es éste el ritmo que busca?

R. La dodecafonía impide que haya un tema predominante. La poesía me llega como la música, puedo escucharla antes de saber qué está diciendo. Como la música, la poesía sigue sus propias formas y te lleva a un sitio determinado, si es que no estás allí ya.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Un día después de la muerte de su madre, Roland Barthes inicia un "Diario de duelo"...

27 de octubre
Todo el mundo conjetura –así lo siento– el grado de intensidad de un duelo. Pero imposible (signos irrisorios, contradictorios) medir hasta qué punto alguien ha sido alcanzado.

27 de octubre
Reunión demasiado numerosa. Futilidad creciente, inevitable. Pienso en ella, que está al lado. Todo cruje. Está, aquí, el principio solemne del gran, largo duelo. Por primera vez desde hace dos días, idea aceptable de mi propia muerte.

30 de octubre
... que esta muerte no me destruya por completo, quiere decir que decididamente quiero vivir perdidamente, hasta la locura, y que por lo tanto el miedo de mi propia muerte está ahí, no se ha desplazado ni una pulgada.

31 de octubre
No quiero hablar por temor a hacer literatura –o sin estar seguro de que eso no lo sería– aunque de hecho la literatura se origine en estas verdades.

31 de octubre
A veces, muy brevemente, un momento blanco –como de insensibilidad– que no es momento de olvido. Eso me espanta.

2 de noviembre
Lo asombroso de estas notas: un sujeto devastado que es presa de la presencia de espíritu.

4 de noviembre
Esta noche, por primera vez, he soñado con ella; estaba acostada pero nada enferma, con su camisón rosa comprado en un supermercado...

5 de noviembre
Tarde triste. Breve salida de compras. Con el pastelero (futilidad) compro un pan de chocolate. Al servir a un cliente, la muchacha de servicio dice: Ahí está. Eran las palabras que yo decía al llevar algo a mamá cuando la estaba cuidando. Una vez, hacia el final, semiinconsciente, repitió en eco: Ahí está (Aquí estoy, palabras que nos dijimos uno al otro toda la vida). Estas palabras de la muchacha me traen lágrimas a los ojos. Lloro largo tiempo (de vuelta en el departamento insonoro). Así puedo cernir mi duelo. No está directamente en la soledad, en lo empírico, etc.; tengo ahí una especie de soltura, de dominio que debe hacer creer a la gente que tengo menos dolor del que habrían pensado. Está ahí donde se vuelve a desgarrar la relación de amor; el "nos amábamos". El punto que quema más en el punto más abstracto...

10 de noviembre
Se recomienda "ánimo ". Pero el tiempo del ánimo era cuando ella estaba enferma, cuando la cuidaba viendo sus sufrimientos, sus tristezas, cuando me tenía que esconder para llorar. A cada momento había que tomar una decisión, asumir una figura, y eso es el ánimo. –Ahora ánimo querría decir querer vivir y de eso ya se tiene demasiado.

10 de noviembre
Molesto y casi culpabilizado porque por momentos creo que mi duelo se reduce a una emotividad. Pero ¿no ha sido toda mi vida sino eso: emoción?

Redbelt

Ni siquiera el prestigioso David Mamet (novelista, ensayista, autor teatral, dramaturgo, guionista y director de cine estadounidense) logra evadir los mismos lugares comunes de siempre a la hora de acercarse al mundo de las Artes Marciales Mixtas. Y su héroe-soldado tampoco ayuda mayor cosa pues preferiere la escualidez de una pálida abogada norteamericana al espectacular cuerpo de una reina brasilera.

"....debe ser quemado sin ser leído..."

3 de junio de 1924. Kafka dejó escrito a su gran amigo Brod: "Querido Max. Mi última petición: todo lo que dejo debe ser quemado sin ser leído...". Brod desobedeció. Una traición de la que el mundo obtuvo gran provecho. De haber cumplido el deseo póstumo, nadie habría leído nunca El proceso, El castillo o América.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Rodolfo Fogwill dixit

"Esos boludos, esos huevones que dicen que tienen 'el terror de la página en blanco', aunque ahora se usa la pantalla, y que la llenen con los dedos, no sé, que dibujen algo, que pongan una porno en Internet si les da terror una página en blanco."

Prohibido leer (2009)

Un escándalo se desató después de que una bibliotecaria de la pequeña ciudad de Orsk, en los Urales, denunciara en su blog que las autoridades habían enviado a las bibliotecas una lista de 37 libros que se recomendaba no entregar a los lectores. La lista de obras que contienen "elementos de propaganda y publicidad de narcóticos y sustancias psicoactivas" fue difundida por el Departamento de Cultura del Ayuntamiento a instancias de la oficina local del Servicio Federal de Lucha Antidrogas ruso (SFLA). Entre los autores proscritos figuran:
-Arturo Pérez-Reverte con La Reina del Sur.
-Tom Wolfe con Ponche de ácido lisérgico.
-William Burroughs con Queer.
-Hunter Thompson con Miedo y asco en Las Vegas.
-Alex Garland con La Playa.
-Irvine Welsh con Porno, Escoria y The Acid House.
-Philip K. Dick con Una mirada a la oscuridad.
-Mick Farren con Jim Morrison's Adventures in the Afterlife.
-Mark Levi con la obra Novela con la cocaína.
-Stanislav Grof con un manual de cultivo de champiñones.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Los ateos también tienen su dios Por Gianni Vattimo

¿Por qué tanto interés en demostrar que Dios no existe? Es una pregunta que, ciertamente, gente como Hitchens refutaría, o al menos zanjaría de inmediato, diciendo que la verdad merece ser conocida más allá o más acá de cualquier interés. Sin embargo, eso de por sí torna sospechoso su enfoque. Como enseñó Nietzsche, quien habla de la verdad como un valor supremo muestra que todavía cree en un dios último. Pero entonces, si no puede, y no debería, invocar el amor por la verdad, ¿por qué a Hitchens le preocupa tanto la demostración de la no existencia de Dios? Sobre todo, teniendo en cuenta que, como observan muchos semi-creyentes, si Dios existe, la verdad es que hace sentir muy discretamente su presencia.

Podemos aventurar una hipótesis, que vale no sólo para Hitchens sino para todos los numerosos ateos militantes que comparten su mismo programa. Quieren demostrar que Dios no existe porque "perturba", o mejor: porque constituye un límite para nuestra libertad. De ahí que tenga sentido oponer a Nietzsche al ateísmo racionalista de Hitchens y otros semejantes. ¿Someterse a la verdad es realmente mejor, para nuestra libertad, que someterse a Dios? Si tomamos, por ejemplo, el iusnaturalismo en la ética y la filosofía del derecho, someterse a la ley (derechos y deberes) "natural" ¿es realmente mejor que someterse a Dios?

Los ateos racionalistas deberían ser más coherentes. Tendrían que adoptar el lema que servía de título a un texto anárquico de hace un tiempo, de Hans Peter Duerr (si no me equivoco): Ni dieu ni mètre –ni dios ni metro–. Ni dios ni orden racional del mundo que deban ser respetados; o también: ni dios ni verdad científica asumida como base para una conducta racional. En suma: el orden objetivo que la "razón" descubriría en la realidad, y que estaría al alcance de la razón de "todos", es tan poco liberador, y peor quizá, que el dios de la tradición. Naturalmente, el dios cuya no existencia se demuestra según Hitchens es el dios de nuestra tradición –una entidad personal que habría creado al mundo y al hombre y con la cual el hombre puede ponerse en comunicación para conocer su voluntad, sus propósitos, su eventual plan de salvación–. ¿Podemos decir el dios cristiano? Si es así, y creo que es así, considerar a este dios como un obstáculo a la libertad y a la responsabilidad del hombre tiene poco sentido; o por lo menos, se funda en un error, pues de quien nos quieren liberar es del dios-poder que quiere imponernos su autoridad a través de todo tipo de exigencias y prohibiciones. En esto, puedo estar más de acuerdo con Hitchens que un creyente.

Para los creyentes, al contrario, justamente para salvar la propia fe, sobre todo en este momento de la historia en que el multiculturalismo nos ha hecho conocer tantas experiencias religiosas distintas, es decisivo separar a dios de toda disciplina clerical, de toda pretensión de poder de imposición sobre la libre elección del hombre. Desde el punto de vista del interés por la libertad, en cambio, se debería reconocer que la idea de un dios personal que nos comunica su voluntad y sus propósitos es mucho más aceptable que la de un orden objetivo que, ciertamente, como en Spinoza, nos invita a "no llorar ni gozar, sino solo entender" la necesidad lógica de todo. No precisamente un gran avance para la libertad que se intentaba salvar.

Es cierto que de este dios tenemos noticias sólo a través de textos mitológicos, nunca lo descubrimos en una experiencia sensible o mediante un procedimiento científico ordenado. No es un "fenómeno", diría Kant; o, como escribe en cambio más claramente Bonhoeffer, "un dios que está (como una cosa, un objeto de posible experiencia) no está". Y sin embargo, todos tenemos el sentimiento, sí, como una impresión de fondo de la que no podemos liberarnos, de que nuestra existencia fue hecha posible, en sus aspectos afectivos, de evaluación, de elecciones morales, solo por esa herencia mitológica, en cuyo interior, por otra parte, maduró también la mentalidad científica de la que Hitchens quiere ser defensor.

El dios cuya no existencia es demostrada (sin turbarnos en absoluto) por Hitchens es el que, por el contrario, pareció tan a menudo demostrable (de San Anselmo a Descartes) a los filósofos; si ese dios existiera, adiós libertad, estamos de acuerdo. Pero es justamente el "dios de los filósofos", al que ya Pascal consideraba poco creíble. Las iglesias, y en primer lugar la Iglesia católica, pensaron que debían predicar al dios de Jesucristo como si fuera ese dios "demostrable"; y cometieron ese error por puros motivos de poder –el Dios que la razón "demuestra" parece portador de una autoridad más absoluta y universal (pensemos en cómo la Iglesia insiste en el hecho de que "por naturaleza", el matrimonio "naturalmente" heterosexual es indisoluble, y así puede prohibir el divorcio también a los no creyentes. Y así sucesivamente). El dios en el cual siguen creyendo los creyentes no tiene nada que ver con el dios, inexistente, de Hitchens. Su libro puede, en cambio, ayudar a todos a liquidar la siempre resurgente tentación de identificar la palabra divina con alguna autoridad despótica, llámese la iglesia o la "ciencia".

Una pregunta para Joaquín Sabina

-Sos feliz?

La pregunta, más cursi que obvia, lo desacomoda por un instante. Arma la guardia y el español "recoleto, antiguo y decadente" como Praga cuenta: "Una vez Rimbaud le preguntó eso mismo a un amigo. El amigo respondió que sí, que era feliz. Rimbaud le dijo: 'Oye... ¿cómo has podido caer tan bajo?'.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Solución definitiva para arreglar el conflicto entre Israel y Palestina según Gene Simmons (Kiss)

"Una invasión extraterrestre. A los extraterrestres no les interesan nuestros problemas. Cuando nos invadan se nos olvidará toda esa mierda religiosa y no habrá diferencias entre nosotros. Seremos simplemente hermanos terrícolas y dejaremos de lado nuestros conflictos para luchar contra ellos".

miércoles, 4 de noviembre de 2009

La palabra Por Vladimir Nabokov (inédito en español)

La nueva edición de los Cuentos completos de Vladimir Nabokov incluye dos inéditos en español: La palabra y Natasha. Dimitri Nabokov, el hijo del escritor y traductor de los relatos del ruso al inglés, conoció La palabra en el 2005. Publicado en 1923 en Rul´, revista del exilio ruso en Berlín, se trata, dice, de un relato tan emocional que antes de traducirlo tuvo que acallar dudas sobre su autenticidad. Era el segundo relato que Nabokov había publicado, el primero tras el asesinato de su padre en 1922.

Barrido del valle de la noche por el genio de un viento onírico, me encontré al borde de un camino, bajo un cielo de oro puro y claro, en una tierra montañosa de extraordinaria naturaleza. Sin necesidad de mirar, sentía el brillo, los ángulos y las múltiples facetas de aquellos inmensos mosaicos que constituían las rocas, de los precipicios deslumbrantes, y el destello de innumerables lagos que me miraban como espejos en algún lugar abajo en el valle, tras de mí. Mi alma se vio embargada por un sentido de iridiscencia celestial, de libertad, de grandiosidad: supe que estaba en el Paraíso. Y sin embargo, dentro de esta mi alma terrenal, surgió un único pensamiento mortal como una llama que me traspasara - y con qué celo, con qué tristeza lo preservé del aura de aquella gigantesca belleza que me rodeaba-.Ese único pensamiento, esa llama desnuda de sufrimiento puro, no era sino el pensamiento de mi tierra mortal. Descalzo y sin dinero, al borde de aquel camino de montaña, esperé a los amables y luminosos habitantes del cielo, mientras el viento, como la anticipación de un milagro, jugaba con mi pelo, llenaba las gargantas con un zumbido de cristal, y agitaba las sedas fabulosas de los árboles que florecían entre las rocas que bordeaban el camino. Largos filamentos de todo tipo de hierbas lamían los troncos de los árboles como si fueran lenguas de fuego; grandes flores se rompían abiertas en las ramas brillantes y, como copas volantes que rezumaran luz del sol, planeaban por el aire, exhalando en sus jadeos unos pétalos convexos y translúcidos. Su aroma dulce y húmedo me recordaba todas las cosas maravillosas que había experimentado a lo largo de mi vida.

De repente, cuando me encontraba cegado y sin aliento ante aquel resplandor, el camino se llenó de una tempestad de alas. Escapándose de las cegadoras profundidades llegaron en enjambre los ángeles que yo estaba esperando, con sus alas recogidas apuntando a las alturas. Se movían con pasos etéreos; eran como nubes de colores en movimiento, y sus rostros transparentes permanecían inmóviles a excepción de un leve temblor extasiado en sus pestañas radiantes. Unos pájaros turquesa volaban entre ellos con risas felices como de adolescentes, y unos animales color naranja deambulaban ágiles, en una fantasía de manchas negras. Las criaturas se enrollaban como ovillos en el aire, estirando sus piernas de satén en silencio para atrapar las flores volantes que circulaban y se elevaban, apretándose ante mí con ojos brillantes.

¡Alas! ¡Más alas! ¡Por todas partes, alas! ¿Cómo describir sus circunvoluciones y colores? Eran suaves y también poderosas - leonadas, violetas, azul profundo, negro aterciopelado, con un polvillo arrebolado en las puntas redondeadas de las plumas curvas. Eran como nubes escarpadas fijas en la espalda luminosa de los ángeles, suspendidas en arrogante equilibrio; de tanto en tanto, un ángel, en una especie de trance maravilloso, como si le fuera imposible contener por más tiempo su felicidad, en un efímero segundo, abría sin previo aviso esa su belleza alada y era como un estallido de sol, como una burbuja de millones de ojos.

Pasaban en enjambres, mirando al cielo. Sus ojos eran simas jubilosas, y en sus miradas acerté a ver el vértigo del vuelo. Se acercaban con pasos deslizantes, bajo una lluvia de flores. Las flores derramaban su brillo húmedo en el vuelo; los esbeltos y elegantes animales jugaban, sin dejar de ascender en remolinos; los pájaros tañían de felicidad, remontando el vuelo para luego caer en picado. Yyo, un mendigo cegado y azogado, seguía parado al borde del camino, con un mismo y único pensamiento que apenas lograba balbucear dentro de mi alma de mendigo: Llámales, diles... oh, diles que en esa la más espléndida de las estrellas de Dios hay una tierra, mi tierra... que se muere en la más absoluta y acongojada oscuridad. Tuve la sensación de que si tan sólo hubiera podido agarrar con la mano aquel tornasol resplandeciente, hubiera podido traer a mi tierra una alegría tal que las almas de los humanos se hubieran visto iluminadas al instante y hubieran comenzado a girar alrededor...

Alcé mis manos trémulas, y esforzándome por impedir el camino de los ángeles traté de agarrar el dobladillo de sus casullas brillantes, de tocar los bordes, los extremos tórridos y ondulantes de sus alas curvadas que se deslizaban entre mis dedos como flores con pelusa. Yo corría y me precipitaba de uno a otro, implorando como en un delirio su indulgencia, pero los ángeles seguían su camino sin detenerse, ajenos a mí, con sus rostros cincelados mirando a las alturas. Era una hueste que ascendía hacia una fiesta celestial, hacia un claro de un bosque de un resplandor insoportable, donde tronaba y respiraba una divinidad en la que no me atrevía ni a pensar. Vi telarañas de fuego, manchas de colores, dibujos y diseños de carmesí gigante, rojos, alas violetas, y sobre todo y sobre mí, el suave susurro de una ola vellosa que ascendía. Los pájaros coronados con un arco iris turquesa picoteaban, las flores se desprendían de las brillantes ramas y flotaban. ¡Esperad un minuto, escuchadme!, les gritaba, tratando de abrazarme a las piernas de algún ángel vaporoso, pero sus pies, impalpables, inalcanzables, se me escurrían de las manos, y los extremos de aquellas alas grandes se limitaban a quemarme los labios a su paso. En la distancia, una tormenta incipiente amenazaba con descargar en un claro dorado abierto entre rocas vívidas, los ángeles se retiraban, los pájaros cesaron en sus agudas risas agitadas; las flores ya no volaban desde los árboles; sentí una cierta debilidad, fui enmudeciendo...

Y entonces ocurrió un milagro. Uno de los últimos ángeles se quedó rezagado, se volvió y en silencio se acercó a mí. Divisé sus ojos cavernosos de diamante fijos en mí desde el arco imponente de su ceño. En las nervaduras de sus alas extendidas relucía algo que parecía hielo. Las propias alas eran grises, un tono inefable de gris, y cada pluma acababa en una hoz de plata. Su rostro, la silueta levemente risueña de sus labios y su frente limpia y despejada me recordaron otros rasgos que conocía y había visto en la tierra. Las curvas, el destello, el encanto de todos los rostros que yo había amado en vida... parecieron fundirse en un semblante maravilloso. Todos los sonidos familiares que habían llegado discretos y nítidos a mis oídos parecían ahora fundirse en una única y perfecta melodía.

Se acercó hasta mí. Sonrió. Yo no pude devolverle la mirada. Pero observando sus piernas, noté una red de venas azules en sus pies y también una pálida marca de nacimiento. Y deduje, a partir de esas venas, de aquel lunar diminuto, que todavía no había acabado de abandonar la tierra por completo, que quizás pudiera entender mi plegaria.

Y entonces, inclinando la cabeza, tapándome los ojos medio ciegos con las palmas de las manos, sucias de barro, comencé a enumerar mis penas. Quería explicarle lo maravillosa que era mi tierra, y lo terrible de su síncope negro, pero no encontré las palabras que necesitaba. A borbotones, repitiéndome, balbuceé una serie de trivialidades, le hablé de una casa quemada en la que hubo un tiempo en el que el brillo que el sol dejaba en el parqué se reflejaba en un espejo inclinado. Parloteé de viejos libros y tilos viejos, de pequeñeces, de mis primeros poemas escritos en un cuaderno escolar color cobalto, de un gran peñasco gris, cubierto de frambuesas salvajes en medio de un campo lleno de mariposas y escabiosas... pero no pude, no acerté a expresar lo más importante. Me confundía, me trastabillaba, me quedaba callado, comenzaba de nuevo, una y otra vez, en un hablar confuso que no llevaba a ninguna parte, y le hablé de habitaciones en una casa de campo fría y llena de ecos, le hablé de tilos, de mi primer amor, de abejorros durmiendo entre las escabiosas. Me parecía que en cualquier momento, en cualquier momento, me vendrían las palabras para decir aquello que quería, lo más importante, que llegaría a poder contarle todo el dolor de mi tierra. Pero por alguna extraña razón sólo me acordaba de minucias, de pequeñeces y detalles mundanos que no acertaban a decir ni a llorar aquellas lágrimas corpulentas de fuego que yo quería contar sin acertar a hacerlo...

Me quedé callado y alcé la cabeza. El ángel esbozó una sonrisa atenta, silenciosa, contemplándome con celo desde sus ojos alargados de diamante. Y supe entonces que me entendía.

- Perdóname - exclamé y besé con humildad aquel pálido pie con su marca de nacimiento-.Disculpa que no sepa hablar sino de lo efímero, de trivialidades. Y sin embargo, tú, mi ángel gris, de corazón amable, me entiendes. Contéstame, ayúdame, dime, dime, ¿qué es lo que puede salvar a mi tierra?

Me tomó por los hombros un instante en un abrazo de sus alas de paloma y pronunció una sola palabra, y en su voz reconocí todas aquellas voces silenciadas y adoradas. La palabra que pronunció era tan maravillosa que, con un suspiro, cerré los ojos e incliné aún más la cabeza. La fragancia y la melodía de la voz se extendieron por mis venas, y se alzaron como el sol en mi mente: las innumerables cavidades que habitaban mi conciencia se prendieron en ella y repitieron aquella canción edénica y brillante. Estaba lleno de ella. Con la tensión de un nudo bien lazado, me golpeaba en las sienes, su humedad temblaba en mis pestañas, su dulce hielo abanicaba mis cabellos, y era una lluvia de calor celeste sobre mi corazón.

La grité, me deleité en cada una de sus sílabas, alcé mis ojos con violencia, rebosantes de arcos iris radiantes de lágrimas de alegría...

Dios mío... el amanecer de invierno brilla verdoso ya en la ventana y no consigo recordar aquella palabra de mi grito.

martes, 3 de noviembre de 2009

"El mundo empezó sin el hombre, y acabará sin él."

El antropólogo Claude Lévi-Strauss muere a los 100 años de edad.
Fotografía de su viaje a Brasil, años 30.

A la sombra del patriarca Por Enrique Krauze (fragmento final)

(...)
Gabriel García Márquez no es un escritor de torre de marfil: ha declarado estar orgulloso de su oficio de periodista, promueve el periodismo en una academia en Colombia y ha dicho que el reportaje es un género literario que “puede ser no sólo igual a la vida sino más aún: mejor que la vida. Puede ser igual a un cuento o una novela con la única diferencia –sagrada e inviolable– de que la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última coma”. ¿Cómo conciliar esta declaración de la moral periodística con su propio ocultamiento de la verdad en Cuba, a pesar de tener acceso privilegiado a la información interna?

Por lo que hace al juicio de la posteridad, es un tanto prematuro afirmar que García Márquez es el “nuevo Cervantes”. Pero en términos morales no hay comparación. Héroe de guerra contra los turcos, herido y mutilado en batalla, náufrago y preso en Argel por cinco años, Cervantes vivió sus ideales, dificultades y pobreza con una moralidad quijotesca, y la suprema libertad de tomar sus derrotas con humor. Esa grandeza de espíritu no se ha visto en las complicidades de García Márquez con la opresión y la dictadura. No es Cervantes.

La obra de García Márquez sobrevivirá a las extrañas fidelidades del hombre que la escribió. Pero sería un acto de justicia poética el que, en el otoño de su vida y el cenit de su gloria, se deslindara de Fidel Castro y pusiera su prestigio al servicio de los boat people cubanos. Aunque tal vez sea imposible. Esas cosas inverosímiles sólo pasan en las novelas de García Márquez.

lunes, 2 de noviembre de 2009

La guerra y las palabras Por Hernán Vanoli

¿De qué manera los escritores latinoamericanos narran la lucha armada? Autores como Iván Thays, Horacio Castellanos Moya, Daniel Alarcón y Santiago Roncagliolo, entre otros, reflexionan en sus novelas sobre su posición frente al tema.

No es novedad que, a lo largo del siglo XX, América Latina se vio atravesada por diversos conflictos entre organizaciones políticas que se levantaron en armas y pasaron a la clandestinidad y dictaduras con Estados que devinieron terroristas. En este marco, los escritores latinoamericanos mostraron un arco de comportamientos y tomas de posición que, de una u otra manera, influyeron en sus literaturas. Hoy, al ritmo en que el panorama histórico de la región se muestra fragmentado, los escritores y las escrituras van tomando diferentes derroteros. Teniendo en cuenta que los ámbitos de valorización de las obras de la mayoría de estos autores son los mercados del libro español y en algunos casos norteamericano, el panorama que los últimos años muestran a la hora de escribir la violencia armada y el propio lugar del escritor permite vislumbrar una variedad inédita de estrategias, puntos de vista ficcionales y modos de pensar la historia que vale la pena revisar.

Detectives

Si el "giro autobiográfico" y las mal llamadas escrituras del yo son algunas de las tendencias más visibles en la narrativa contemporánea, no es raro que encontremos una primera estrategia donde el cruce entre biografía personal y la lucha armada sea el eje narrativo privilegiado. Se trata, en la mayoría de los casos, de textos donde los escritores se posicionan como investigadores, y donde las fronteras de la profesión literaria con el periodismo, lo detectivesco y la historia oficial contada por los organismos de la memoria genera una cierta incomodidad que alimentan los relatos. No es casual que este tipo de enfoques siempre parezcan dirigidos a un lector extranjero de firmes convicciones progresistas, horrorizado con (y fascinado por) el salvajismo latinoamericano. Fernando Vallejo es consciente de ese gesto y por eso puede parodiarlo, y Horacio Castellanos Moya, en Insensatez, ejerce una leve burla sobre el escritor-detective. Sin embargo, también hay casos donde la figura se trabaja con facetas interesantes.

En Un lugar llamado Oreja de Perro, el peruano Iván Thays construye un relato del viaje de un escritor devenido periodista que debe cubrir la visita del presidente a un pequeño poblado andino donde se realizará la apertura mediática de un programa de asistencia social. Sobria y contundente, cae en baches cuando el narrador cuenta su propia vida, pero tiene la virtud de trabajar sutilmente la distancia entre la representación televisiva, el discurso de la "Comisión de la Verdad" y ciertas consecuencias del terrorismo de Estado en el tejido social. Los ecos de la violencia, y sus rastros, van a percibirse a través del relato que el protagonista hace de la galería de personajes que va encontrando en su excursión, donde no faltan un asesinato ni una lúcida descripción de diferentes posiciones con respecto al terrorismo de Estado de parte de la sociedad civil. El personaje-escritor de Thays es un detective involuntario, que viaja por una cobertura periodística y termina descubriendo una trama secreta de la violencia en la que se incluye la permanencia del aparato represivo ilegal y los cuestionamientos hacia sus propios prejuicios de clase.

Algo similar ocurre en El material humano, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, aunque el narrador no deviene detective sino que arranca como tal, revisando los archivos policiales sobre la represión en su país. En un juego de espejos entre diario personal, material de archivo y conversaciones con funcionarios que participan de las investigaciones estatales sobre la verdad histórica, el mayor hallazgo del texto consiste en que, sirviéndose de la permanente ambivalencia entre realidad y ficción, Rey Rosa también consigue narrar las contradicciones, intrigas y luchas generadas por el hecho de que la materialidad del archivo, sea propiedad de aquellos mismos que son investigados. Aquí, la historia personal y el secuestro de la madre del narrador entran en un diálogo productivo sobre el papel del Estado ante las políticas de la memoria. Y, con una transparencia comparable a la de Thays, aunque quizás con menos autocrítica, Rey Rosa señala las aporías, incomodidades e hipocresías en las que muchos escritores latinoamericanos caen al pensar su rol con respecto a la política.

Interferencias arcaicas

¿Qué tienen en común, entonces, novelas como Angosta, del colombiano Héctor Abad Faciolince, La paz de los sepulcros, del mexicano Jorge Volpi, y Radio Ciudad Perdida, la más reciente del peruano Daniel Alarcón? Con sus particularidades, comparten la construcción de escenarios urbanos, ucrónicos o distópicos pero alejados de las reglas de la ciencia ficción, agrietados por un uso estatal indiscriminado de la violencia, y donde las nuevas formas de dominación encarnan de manera menos espectacular pero quizás más profunda. La conspiración de los poderosos está presente en todas las obras, y en todas los movimientos guerrilleros aparecen como excusas para la manipulación de los recursos y la información por parte de los sectores dominantes. De hecho, la relación entre medios masivos y poder es un eje fundamental en todas estas novelas. Mientras que en la perspectiva algo naive de Alarcón la radio permanece como último elemento vinculante frente a la destrucción de las relaciones humanas, y en Volpi la corrupción romana de los funcionarios se asienta en la enunciación pornográfica propia de la circulación de imágenes en la contemporaneidad, Faciolince elige hacer una suerte de sociología topográfica donde la fe en los libros y el exilio, parecen la única salida para los escritores ante la violencia política. En suma, las novelas comparten algo que las emparenta con la notable Las Islas, de Carlos Gamerro: una construcción de escenarios donde el futuro se escribe lleno de elementos arcaicos, con fuertes continuidades hacia un presente que se proyecta como imposible de superar, y donde la ciudad muchas veces oficia de velado personaje principal.

Pero aunque en estos casos los escritores no dejen de ser representados muchas veces a través de una serie de lugares comunes (como periodistas mercenarios, o con la fatigante figura del escritor mártir), la conexión con sus biografías personales aparece en los paratextos. Alarcón dedica su libro a Javier Antonio Alarcón Guzmán, familiar suyo fallecido en 1989. Faciolince, por su parte, dedica el libro a su propio padre asesinado por comandos paramilitares, cuya historia se cuenta entre líneas. En la contratapa a la edición de 2007 de su novela, Volpi aclara que empezó a escribir La paz de los sepulcros en un viaje a Oaxaca en febrero de 1994, apenas un mes después del levantamiento zapatista y poco antes del asesinato del candidato a presidente del PRI Luis Donaldo Colosio, ocurrido en marzo de ese mismo año en Tijuana. Justamente, la novela incluye el asesinato de un importante candidato a la presidencia y la existencia de un mediático movimiento guerrillero.

Desde los géneros

Más allá de la imbricación directa entre historia personal y novela propia de los "escritores detectives", y de las diferentes formas de emergencia de lo biográfico en las obras que construyen un modo de abordaje más ficcionalizado aunque no necesariamente representacional, existen otras modalidades utilizadas por los escritores para abordar la violencia política y su posición frente al tema. La Cuarta Espada, de Santiago Roncagliolo, y a Muertos incómodos (falta lo que falta), escrita por Paco Taibo II y el Subcomandante Marcos, que fuera publicada por entregas entre 2004 y 2005 en el periódico mexicano La Jornada, intentan narrar la violencia política y tematizan el lugar de los escritores desde géneros asentados. La Cuarta espada ingresaría dentro del género editorial de los perfiles, esto es, libros que cuentan vida y obra de personajes mediáticos o famosos. En el caso de Roncagliolo, el libro surge casi como subproducto de la investigación emprendida para Abril Rojo, pero en este caso el escritor "abandona" la literatura para narrar, en primera persona, las peripecias de su investigación sobre vida y obra de Abimael Guzmán, ex líder de Sendero Luminoso ahora en prisión. Aunque el libro fue concebido como un producto comercial, y de hecho sus paratextos juegan a favor de esta lectura, no son muchas las diferencias con las novelas mencionadas anteriormente. En todo caso, lo que se narra además de la traumática historia de un movimiento como Sendero y de una personalidad como la de Guzmán, es el tránsito desde una posición ideológica muy marcada por parte del escritor cuya experiencia personal va siendo resignificada a medida que la investigación avanza.

Inscripta en el género policial, Muertos incómodos presenta una serie de curiosidades. El Subcomandante Marcos (bautizado por Regis Débray como "el mejor escritor latinoamericano vivo") invitó a Paco Taibo II a escribir la novela, que terminó formando parte de la serie del detective Belascoarán Shayne, personaje con el cual Taibo había escrito ya más de nueve libros. De naturaleza clásica, lo más interesante del libro está ubicado en la confluencia de la publicidad para el EZLN, el compromiso político de Taibo y el hecho de que ambos autores ceden las regalías y los derechos a una ONG de Chiapas. Hecho social y periodístico además de literario, la novela sirve también para que Marcos polemice con ciertas versiones oficiales sobre el movimiento zapatista. Así, el libro desmiente la versión del difundido La Rebelión de las Cañadas. Origen y ascenso del EZLN, y su autor, Carlos Tello Díaz, es acusado de trabajar a sueldo del ejército mexicano con el objetivo de desprestigiar al movimiento.

Queda en claro, entonces, que muchos son los abordajes y las posiciones que los escritores asumen frente a la realidad histórica que los atraviesa. Muchas veces, la mayor ambivalencia no significa, necesariamente, mayor inteligencia para pensar lo político, sino que funciona como mecanismo para eludir la reflexión sobre la propia posición. Pero también es cierto que, como se dijo en una discusión de blogs, ante el terrorismo de Estado y la lucha armada antidemocrática, "lo único políticamente incorrecto es el olvido".

"...el manicomio es el Monte Sinaí, maldito, en el que recibes las tablas de una ley que los hombres no conocen."

La poetisa Alda Merini, de 78 años, considerada la última gran exponente de este género en Italia, falleció este lunes en el hospital San Paolo de Milán tras una larga enfermedad. Merini dedicó su obra a los excluidos y a quienes sufren y sobre todo a la locura, dado que ella tuvo que ser internada durante un periodo en un centro de enfermos mentales.

Dos poemas de Merini en versión de Guillermo Fernández:

1.

LOCURA, mi joven y gran enemiga,
algún tiempo te llevé como un velo
en mis ojos, al conocerme apenas.
De lejos me viste, como blanco tuyo
y pensaste que yo sería tu musa;
cuando empezó la pérdida de dientes,
que aún me aflige entre tanto despojo,
compraste la manzana del futuro
para darme el fruto de tu fragancia.

2.

EL MANICOMIO es una gran caja de resonancia
y el delirio se vuelve eco,
medida el anonimato,
el manicomio es el Monte Sinaí,
maldito, en el que recibes
las tablas de una ley
que los hombres no conocen.

domingo, 1 de noviembre de 2009

"Tener y no tener" Por Homero Alsina Thevenet

Tener y no tener (To Have and Have Not, EUA-1944) dir. Howard Hawks. Libreto cinematográfico de Jules Furthman y William Faulkner, muy vagamente relacionado con la novela homónima de Ernest Hemingway.

Primero, antes de ver la película, y cayendo en el notorio error de formar opiniones previas, pensábamos escribir una crónica que se llamaba “doblar y no doblar”. Después vimos la película, y pensamos escribir una crónica muy meticulosa, probablemente muy larga, posiblemente ilustrativa, en la que se narraba la historia del film y el proceso de errores, mentiras y deformaciones que lo fundamentaron. Pensábamos hablar sobre escribir y no escribir, sobre adaptar y no adaptar, sobre filmar y no filmar, sobre doblar y no doblar, sobre estrenar y no estrenar, sobre concurrir y no concurrir. De todos estos verbos infinitivos hubiéramos preferido los negativos, y hubiéramos ilustrado esa distinción, diciendo cuáles son los muchos defectos y las pocas virtudes del novelista Ernest Hemingway (cuya novela original nunca mereció ser escrita), las auténticas habilidades y los falsos títulos del famoso novelista William Faulkner (aquí reducido a una función de adaptador, ajena a su más extensa fama), el absoluto olvido que de su potencia de director cometió Howard Hawks, la funesta imitación de Casablanca, que está llevando a Warner Brothers al continuo plagio (Pasaje a Marsella, Los conquistadores), y este también funesto suceso del doblaje, que hace evidentemente falsa a una película cuya total falsedad estaba un poco más oculta.

Entre escribir y no escribir, entre narrar y no narrar el compendio de mal logradas famas, ventas de títulos, adaptaciones que desmienten al libro, imitaciones de otros éxitos, y tentativas de lograr otros éxitos nuevos e inmerecidos, habíamos preferido escribir y narrar. Y cuando ya estábamos dispuestos a censurar, por partes, a Ernest Hemingway, William Faulkner, Howard Hawks, los estudios Warner Brothers, Lauren Bacall y al inventor del doblaje, reparamos en que tal compleja y larga tarea exigía un desmedido espacio, un perfecto y minucioso conocimiento de la película, una crónica puntualísima y erudita que algunos lectores refutarían por ostentosa, otros por extensa, otros, inexplicablemente, por confusa. Así que vimos la película por segunda vez, y reparamos en que tanta complejidad sobraba, y en que la minuciosa historia de las muchas falsías que originaron al film podía ser fácilmente sustituida, sin pérdidas, por la mera comprobación de los frutos que el árbol produce. Ahora sí estábamos en lo cierto; ahora podíamos olvidarnos de censurar los elementos químicos puestos en juego, y atenernos al hecho insignificante de que la combinación de ellos es altamente explosiva, y de que esa explosión se produce tres veces diarias en el cine de estreno.

Quien no lo crea que vaya y la oiga y la vea y nos cuente si alguna vez ha presenciado una película tan ambiciosa, tan falsa, tan vacía.

Todo en ella es un largo fraude: usar sólo el título de la novela original, poner los nazis (los franceses de Vichy) donde no estaban, insinuar un film de aventuras y no realizarlo, perder el tiempo con diálogos que no conducen a sitio alguno (se pierden en estériles charlas sobre abejas muertas, botellas de whisky y labios aptos para silbar) y ganarlo con abreviaciones y trampas a la lógica. Es fraude imitar a Casablanca, es fraude imitar al obeso Sidney Greenstreet, es fraude pretender convencernos de que existe alguien llamado Lauren Bacall (no existe: es un compendio de Greta Garbo, Marlene Dietrich, Veronica Lake y Simone Simon, sin otra personalidad que un sistema de poses y vestuarios), es fraude que los diálogos de Hemingway (lo mejor y probablemente lo único que él sabe hacer) sean sustituidos e imitados por los de Faulkner, es fraude que esos diálogos de Faulkner (presuntamente poseídos de alguna calidad literaria) nos sean traducidos por el maldito doblaje, es fraude todo el film, desde su primera a su última escena. Aquí no se trata ya de un buen argumento mal expresado, ni de un mal argumento bien expresado. Se trata de una serie de trucos literarios y cinematográficos, unidos sin sentido ni cohesión, dispuestos a expresar confusos conceptos siempre intrascendentes, y ajenos, por todo resultado, a la fama bien o mal lograda (diversamente) de quienes los escribieron, adaptaron, dirigieron, interpretaron y tradujeron. Nos parece ocioso proceder al extenso análisis, nos parece muy tenue censurar detalladamente al indeseable doblaje. Para decirlo con palabras ajenas, y con cierta tranquilidad de estilo, diremos que Tener y no tener nos parece, por todos y cada uno de sus complejos elementos, por la total falla de producción que la ha hecho nacer, una de las películas más falsas y enfermantes de nuestro tiempo.

Marcha, 6 de julio 1945