"Yo tengo epilepsia. Lo digo, porque aún ahora es difícil oírlo. Más difícil oírlo que vivir sabiéndolo. Escribimos un día aterrados y otro dichosos, como quien camina al borde de un abismo. ¿A quién le importará todo esto? ¿Habrá quién llore las muertes que hemos llorado? ¿Habrá quién le tema al deseo, quien lo consienta y lo urja con nosotros? ¿Para qué hacer una novela? Cumplimos con el deber de inventar cada mañana un mundo y escribimos para sentir que en algo mejora nuestra realidad. Escribimos para recordar que la vida cómo es o cómo podría ser, con su belleza, su barbarie y sus dificultades, está regida por un azar y unas leyes que no tienen remedio. Aunque escribir nos ayude a creer que lo tiene".