Escribe Eduardo “Tato” Pavlovsky:
Es bueno siempre recordar las reflexiones de Edward Said: la función primordial del intelectual es su función crítica. Y también las del psiquiatra español Castilla del Pino, cuando dice que la sociedad que ha formado con sus universidades a los intelectuales merece y necesita que éstos opinen sobre la sociedad que los formó. Es su necesaria retribución.
Por eso es tan reconfortante enterarse de la actitud del ex campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov, que fue detenido cuando participaba en una reunión opositora contra el gobierno de Vladimir Putin. Para Kasparov, sin la complementariedad del ajedrez y la política, la existencia “carece de sentido”.
Entre nosotros, cuando un intelectual asume una función en el gobierno pierde inmediatamente su función crítica y sus artículos se convierten en una suerte de barroco ininteligible, donde lo barroco tiende a diluir toda función crítica. Muchos son los ejemplos que tuvimos y seguimos teniendo. Basta con leerlos detenidamente.
Kasparov, en su libro La vida es un juego de ajedrez, parece sugerir que haber sido campeón del mundo de ajedrez no lo exime de tener opiniones políticas. Su rival Karpov, por el contrario, representaba al hombre del sistema. Su frialdad y distancia de todo comentario crítico parecía el ideal del ajedrecista soviético.
En Latinoamérica, ser un profesional es aceptar que uno es un privilegiado –se ha alimentado suficientemente bien como para poder pensar– frente a una mayoría que mal alimentada ha tenido lesiones neurológicas irreparables para poder educarse. Esa minoría privilegiada tiene entonces la obligación de pensar sobre la sociedad que los formó.
Un día, un dramaturgo de mucho prestigio me dijo que él escribía teatro y que no le interesaba incluir la política en el teatro. Que lo político lo leía en los diarios. Creo que no se trata de hacer política en el escenario. Sólo se trata de alguna vez opinar o escribir artículos sobre temas candentes en nuestra sociedad: la miseria, la indigencia, la exclusión, la redistribución de la riqueza, la corrupción, etc. Esos fenómenos no son teatrales. Pero este dramaturgo prestigioso jamás dio una opinión personal, ni firmó alguna vez una solicitada que lo comprometiera en este momento latinoamericano tan importante. Allí son neutrales. Vergonzosamente neutrales.
Inatacables. Pero hay una sordidez que acompaña su silencio cómplice.
Kasparov es uno de los más fuertes opositores políticos de Vladimir Putin. Es fundador de un partido, La Otra Rusia, donde fue elegido candidato para las elecciones de marzo del año que viene. Advierte que Putin es un corruptor y que no tiene nada que proponer a la sociedad rusa.
El partido del Kremlin, por supuesto, tiene una mayoría abrumadora sobre la oposición. El ex jerarca de la KGB es un zorro habilísimo. Eso nadie lo niega. Dice Kasparov que lo más importante que hizo Putin fue multiplicar los capitales de los millonarios rusos a costa del pueblo ruso.
Recordemos que Kasparov fue campeón del mundo entre 1985 y 2000. En el 2005 se retiró del ajedrez y fundó su primer movimiento político: el Frente Ruso Unificado.
Yo creo que la actitud de Kasparov no se mide por el resultado de una elección sino porque su inclusión política convierte el acto político en un acontecimiento, algo que pasa por fuera de la representación, una verdadera micropolítica de la resistencia. Por los bordes, pero también fuente formadora de subjetividad. No permanecer callados frente a cualquier tipo de injusticia. Eso es importante. Combatir el silencio cómplice de los intelectuales. Allí el gran campeón de ajedrez se convierte en modelo ético.
Como dice Deleuze en una contestación a Toni Negri: todos los días tenemos que inventar un acontecimiento, crear burbujas de incomunicación. Hacer siempre algo impredecible, intempestivo. Algo que nos sumerja en la alegría de la potencia. Algo que nos dé sentido frente a un mundo que nos ha robado todo. También el sentido. Pero no lo lograrán, dice el filósofo francés.
Kasparov y su aventura política es un ejemplo de dignidad, pero también de una imaginación radical como potencia de invención. Después de leer el extraordinario libro sobre Stalingrado de Anthony Beevor, diría que Kasparov parece descender de ese pueblo que nunca dejó de combatir, y que fue inventor de tácticas que derrotaron al poderoso VI ejército alemán. Su general Paulus dijo un día de 1943: “No se puede combatir con los rusos, todos los días inventan algo nuevo”. De esa generación imbatible parece descender el genio de Bakú, la tierra de Kasparov. Porque los rusos en Stalingrado jugaron al Gran Ajedrez de la Resistencia. Con toda la potencia de invención de un pueblo dispuesto a no rendirse nunca. Nunca jamás. Y allí se ganó la guerra. Con el alma rusa. Ese es el intento del genial ajedrecista.
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