A fuerza de repetir lugar común tras lugar común (madre omnipotente, violencia gratuita, padre ausente, sangre en abundancia, escenita lésbica de rigor, lookalikes, espejos, doppelgängers, rivales y rivalidades, director de compañía de ballet en busca de obtener beneficios de sus bailarinas, viejito verde masturbador) Darren Aronofsky parece haber perdido totalmente el rumbo que lo llevó a ser considerado, algún día, como un director prometedor (Réquiem por un sueño). En Cisne negro, incluso el discreto encanto de El luchador se ha evaporado. Ni siquiera la portentosa belleza de Natalie Portman (!) salva este film del naufragio de lo previsible y lo ya tantas veces visto. Mejor dicho, el exceso.
Pero como se sabe, Hollywood ama los excesos.
Pero como se sabe, Hollywood ama los excesos.