lunes, 1 de febrero de 2010

J. D. Salinger, último acto Por Juan Sasturain

El hombre viejo que con tanto empeño
cuidó su soledad –como el oculto
guardián en el centeno, el tumulto
y los juegos de los niños– movió un leño

del contiguo hogar y –secreto dueño
de un fervor difuso, autor de culto
para tantos, pero solo– entre el bulto
de sombras y fantasmas, buscó el sueño.

Se soñó Seymour, estuvo en Normandía
otra vez, y vio el libro que su hermana
Franny leyó, y en sueños lo leía.

Después lo soñó a Holden la mañana
de la charla con Phoebe, y ya era el día
final: perfecto para el pez banana.