El poeta colombiano Carlos Framb, foto, es el protagonista de una impresionante historia. A la medianoche del 20 de octubre del año pasado, su madre, Luzmila Alzate, de 82 años, se suicidó para ponerles fin a sus dolores y padecimientos. Carlos le ayudó a tomar la decisión, le preparó el coctel letal y la acompañó hasta cuando dejó de respirar. El caso se hizo más dramático cuando, dos horas después de la muerte de Luzmila, Carlos también trató de suicidarse. Se tomó la poción y se acostó al lado de su madre. Pero falló y terminó en la cárcel, acusado de homicidio agravado.El caso, que tuvo su último capítulo la semana pasada, conmovió a sectores de intelectuales de Medellín, que abrieron una polémica sobre el derecho a tener una vida digna y a morir cuando el paciente quiera y no cuando Dios lo desee. La historia comenzó en 2007, cuando Luzmila le manifestó a su hijo Carlos su deseo de dejar de vivir, y de sufrir. El dolor creciente de su madre animó a Framb para profundizar en el tema. Buscó un conocido libro, escrito por un médico, sobre métodos tranquilos para el suicidio, y empezó a comprar medicamentos que permitieran terminar con la vida a través de un sueño profundo. "¡Llegó el momento!, me dijo ella un día, a principios del año pasado, para expresar que estaba lista". A partir de entonces, Framb comenzó a prepararlo todo, pero también a tratar de aceptar la ausencia, el dolor y el vacío que deja en un hombre la muerte de su madre. En el transcurso de los meses decidieron que sería por medio de un coctel de somníferos y morfina que causara una muerte sin más sufrimientos, sin asfixias ni conciencia de lo que es morir. "Fue algo que manejamos los dos con gran confidencialidad, sin conversarlo con nadie, para que el plan no fuera frustrado", recuerda Framb. Aunque su madre no lo sabía, Framb había decidido que ese mismo día también se suicidaría, pues no soportaba la idea de seguir viviendo sin ella, que se había convertido en su vida misma. Ese 20 de octubre, su hermano Iván los visitó. Cuando se fue, Carlos le dijo a su mamá que ya tenía "aquello", refiriéndose a los medicamentos para el buen morir. "Puse el frasco de morfina y la caja de somníferos sobre el escritorio y le dije que todo estaba listo para cuando estuviera preparada. - 'Qué más puedo esperar', me respondió, y comenzó a hablar sobre la tristeza que le daba dejarnos, que sabía que saldríamos adelante y que la familia nos ayudaría. Fue un momento muy conmovedor, lloramos. Nos tomamos un trago de vodka juntos. Se quedó de rodillas, al lado de la cama, orando. Un rato después, cogí las drogas y preparé un batido con yogurt en la licuadora y se lo llevé en un pocillo", recordó Framb, en diálogo con SEMANA. "La consolé, le dije que se quedaría dormida y que la muerte sobrevendría durante el sueño", recuerda. Después le dijo que para él sería muy bello acompañarla, pero ella no estuvo de acuerdo.Luzmila se tomó el batido antes de la medianoche y se acostó a conversar sobre cosas intrascendentes. Se quedó dormida. Empezó a perder temperatura, su respiración se hizo lenta hasta que la vida terminó. Mientras moría, su hijo le cogía la mano, la consentía. No era un amor de Edipo. Era una relación muy cariñosa, cercana, que comenzó cuando Carlos nació en Sonsón en 1965. De niño tuvo una relación distante con su padre. Y Carlos encontró en los libros, en su timidez, en su madre, un refugio. De joven empezó a escribir poemas bajo el seudónimo de Carlos Framb, que después asumiría como su nombre real. Tras la muerte del papá, en 2001, el poeta se quedó viviendo con su madre, cuidándola. Durante ese tiempo se hicieron cómplices, compañeros, confidentes. Y así, en medio del deterioro de la salud de Luzmila, de la osteartrosis, del insomnio, del trastorno del sueño; de la ceguera producida por las cataratas y un glaucoma, y de la cada día más abrumadora dificultad para caminar, a Luzmila se le fue apagando la vida de la mano de los dolores. Su situación de salud y soledad, pues muchas veces debía quedarse en la casa mientras Carlos trabajaba como profesor en un colegio en Medellín, hizo que desarrollara trastornos de ansiedad y depresión.A pesar de su religiosidad, Luzmila era una mujer liberal, lo que le permitió hablar con su hijo sobre el derecho que tenía para dejar de sufrir. Tenía una noción de un Dios bueno, que sabría comprender su decisión.Al constatar su muerte, Carlos salió a caminar en la madrugada del domingo 21 de octubre. Se fumó un cigarrillo y regresó. Escribió una carta para su hermano, para explicarle lo que había pasado y dejar las instrucciones para su entierro y el de su mamá. Organizó varios papeles, oyó música, algo de la banda The Verve y de Bach. Se preparó su coctel y se acostó al lado del cuerpo de su madre, que yacía en la cama en posición fetal. La abrazó, pero colapsó más rápido de lo que pensaba y no alcanzó a taparse la cara con una bolsa plástica que había preparado para asegurar su muerte. "Prefería no seguir vivo sin ella. Y por razones personales, por mi filosofía de vida y por ausencia de ilusiones metafísicas, no me importaba morir". Pero dos días después, descubrió que aún vivía. Su hermano, al llegar a la casa el domingo, leyó en la pared una frase que decía: "Sin odio, sin armas, sin violencia", que había escrito su hermano antes de tomarse el veneno. Entró corriendo y los encontró en la cama. Su madre estaba fría, no respondió a los gritos y sollozos de Iván. Su hermano agonizante balbuceó algunas palabras. En menos de media hora, los paramédicos se llevaron a Carlos al hospital San Vicente, donde lo rescataron de la muerte que se negó a abrazarlo. El cuerpo de Luzmila fue levantado por el CTI y sepultado.Al despertar, Framb descubrió que la toxicología no es una ciencia exacta y tomó con serenidad el hecho de seguir viviendo. De inmediato, fue acusado de homicidio agravado, algo que sin duda habría sido titulado por un diario sensacionalista como matricidio, lo que le daría entre 25 y 30 años de prisión. El poeta rechazó los cargos. Al día siguiente fue sometido a un examen siquiátrico que descartó su permanencia en una institución mental, pero le dio un tiquete a la cárcel Yarumito, de Itagüí.Los hechos se convirtieron en un caso especial para el derecho, pues no es común que en un suicidio colectivo uno sobreviva y que se rompa el silencio de lo ocurrido. Y los más importante: ¿cuál es el delito por el que se le debe condenar? El suicidio no es penalizado, pero sí la inducción y asistencia al mismo, que da una pena de uno a dos años. "La Fiscalía, sin que hubiera suficientes pruebas e indicios, pidió la máxima pena: la del homicidio doloso, en vez de haber establecido la imputación más favorable, siguiendo el principio que ordena que toda duda se debe resolver en favor del reo", dice Santiago Sierra , quienfue el abogado defensor del poeta junto con Carlos Jaramillo, .Ni su hermano ni otro familiar lo denunciaron. Durante cinco meses Framb estuvo en prisión. Si quería morir, ¿por qué no lo hizo en la cárcel? El poeta responde que de alguna manera la voluntad de su mamá era que él siguiera vivo. Además, encontró una motivación para seguir, al defender el acto de libertad de su madre de morirse cuando quiso y demostrar que no había habido un homicidio. No se trató de un acto vil, salvaje, sino, según Framb, de una ratificación de la frase de Cioran, cuando dice que el suicidio es el honor del hombre.El 26 de marzo, al ir a los estrados, el juez dictó una pena de 16 meses de prisión por ayudar al suicidio de su madre, pero le fue concedida la excarcelación. La Fiscalía impugnó el fallo, con el argumento que la defensa no demostró que se había tratado de un suicidio asistido. Tras muchos meses de espera, finalmente, el martes de la semana pasada, el Tribunal Superior de Medellín precluyó el caso, al considerar que no había pruebas para condenar a Framb por homicidio. Hoy el poeta sigue en Medellín, ciudad que fue testigo del martirio de su madre, pero también del amor a sus dos hijos. Mientras Luzmila le dio dos veces la vida, él la asistió para morir dignamente. Ahora escribe sus reflexiones sobre esta experiencia, que espera publicar. Quiere recuperar la memoria de su madre y dedicarse a la literatura."¿Que qué pienso de la vida? Disfrutar de esta nueva oportunidad. He sido un gran hedonista y defensor de la vida, pero de la vida digna. Yo no soy el apóstol de ninguna causa, sólo espero que mi caso sirva para que la sociedad entienda este tema".Sobre el gran vacío que dejó la muerte de su madre, lo llena un poco la alegría saber que dejó de sufrir. Y para terminar, Framb, autor de los libros de poesía Antínoo y Un día en el paraíso, dice: "Fue un acto de amor que seguramente no haría con ninguna otra persona que me lo pidiera. ¿O usted no le ayudaría a morir a su madre o al ser que más ama, si se lo pidiera?".