1.
Cuando Diomedes tenía nueve años desempeñaba el oficio más triste que le haya tocado realizar a niño alguno en la región: era espantapájaros. El periodista Luis Mendoza Sierra, su biógrafo y amigo, cuenta que en aquella época Diomedes se calaba un sombrero rojo, se calzaba unas abarcas hechas por él mismo con llantas viejas y se ponía una camisa manga larga de algodón. Con ese atuendo se paraba en la mitad del cultivo de maíz que le había sido encomendado por su patrón, y comenzaba a ahuyentar a cuanto pájaro se arrimaba a picotear las matas. Para no aburrirse en la inmensidad de aquel sembrado expuesto al sol bravo de La Guajira, el chiquillo cumplía su tarea a punta de música: hacía sonar un palo contra una lata vieja, mientras cantaba coplas compuestas por él mismo: Yo llegué de Carrizal/ porque me buscó Teodoro/ pa' que viniera a espantar/ perico, cotorra y loro./ Pericos que no me jodan/ que no me jodan, carajo/ si se comen las mazorcas/ me botarán del trabajo.
2.
A estas alturas del viaje me dan ganas de oír otra vez los clásicos en los cuales Diomedes celebra su entorno. Oír, por ejemplo, la canción de la montañita donde "hay un palo e' cañaguate", y luego la canción del cardón guajiro al que "no marchita el sol", y después la canción del arbolito que sembró tu padre en el potrero y que "es el fiel testigo de lo mucho que sufría por ti", y en seguida la canción de la tierra que "pa' calmar su sed y cerrar sus grietas necesita lluvia". Las oigo en la memoria, claro, y siento ganas de destapar una botella de whisky Sello Negro para brindar por los únicos tres asuntos que, según el poeta vallenato Luis Mizar, justifican una parranda: la salud de la familia, la felicidad de los amigos y cualquier otro motivo.
3.
Noto que mi pie derecho empieza a moverse por su cuenta, como si tuviera voluntad propia. Y descubro que estoy a punto de gritar a los cuatro vientos una frase típica de los parranderos de la región:
—¡Ay, Dios mío, con este disco cualquiera se bebe una plata ajena!
Tomado de "La eterna parranda de Diomedes" Por Alberto Salcedo Ramos.
Cuando Diomedes tenía nueve años desempeñaba el oficio más triste que le haya tocado realizar a niño alguno en la región: era espantapájaros. El periodista Luis Mendoza Sierra, su biógrafo y amigo, cuenta que en aquella época Diomedes se calaba un sombrero rojo, se calzaba unas abarcas hechas por él mismo con llantas viejas y se ponía una camisa manga larga de algodón. Con ese atuendo se paraba en la mitad del cultivo de maíz que le había sido encomendado por su patrón, y comenzaba a ahuyentar a cuanto pájaro se arrimaba a picotear las matas. Para no aburrirse en la inmensidad de aquel sembrado expuesto al sol bravo de La Guajira, el chiquillo cumplía su tarea a punta de música: hacía sonar un palo contra una lata vieja, mientras cantaba coplas compuestas por él mismo: Yo llegué de Carrizal/ porque me buscó Teodoro/ pa' que viniera a espantar/ perico, cotorra y loro./ Pericos que no me jodan/ que no me jodan, carajo/ si se comen las mazorcas/ me botarán del trabajo.
2.
A estas alturas del viaje me dan ganas de oír otra vez los clásicos en los cuales Diomedes celebra su entorno. Oír, por ejemplo, la canción de la montañita donde "hay un palo e' cañaguate", y luego la canción del cardón guajiro al que "no marchita el sol", y después la canción del arbolito que sembró tu padre en el potrero y que "es el fiel testigo de lo mucho que sufría por ti", y en seguida la canción de la tierra que "pa' calmar su sed y cerrar sus grietas necesita lluvia". Las oigo en la memoria, claro, y siento ganas de destapar una botella de whisky Sello Negro para brindar por los únicos tres asuntos que, según el poeta vallenato Luis Mizar, justifican una parranda: la salud de la familia, la felicidad de los amigos y cualquier otro motivo.
3.
Noto que mi pie derecho empieza a moverse por su cuenta, como si tuviera voluntad propia. Y descubro que estoy a punto de gritar a los cuatro vientos una frase típica de los parranderos de la región:
—¡Ay, Dios mío, con este disco cualquiera se bebe una plata ajena!
Tomado de "La eterna parranda de Diomedes" Por Alberto Salcedo Ramos.