miércoles, 29 de diciembre de 2010

Un poco de sangre, finalmente Por Carlos Patiño Millán

Mi ala está pronta al vuelo.
Retornar, lo haría con gusto,
pues, aun fuera yo tiempo vivo,
mi suerte sería escasa.
Gerhard Scholem, Saludo del Angelus.


1. Un poco de sangre, finalmente

Marcha, fantasma de mi hija, donde no pueda escuchar tus gritos. Sal de casa, toma el primer camino que termina en el mar.

Lo que ocurre aquí adentro, lo que suena cuando los demás ya duermen, lo que emerge de entre las aguas del alma, es la última pérdida.

Si te aterraban las montañas, como a mí, ¿por qué fuiste a dar al abismo?

Tu madre fue la primera en llegar abajo. La primera en besar tu frente. La primera en saber que ya no te pertenecías.

Tus gritos estallan ahora en toda la casa.

2. Las riberas de Aqueronte florecidas de lodo

Ya moribundo, decía que prefería no moverse de su lecho, que las montañas pocas veces lo hacían y eran felices. El río, espeso, lento, cruzaba al sur de la hacienda. De vez en cuando veíamos bajar las almas de los recién fallecidos hasta el Hades. Todos con monedas en los ojos.

Decía que la vejez y la falta de deseo eran equiparables a un volcán inactivo. Que había un río que corría del mar a la montaña. Que al norte, bajo lugares desérticos, se alcanzaba a escuchar el cansado corazón de la tierra.

3. Angelus Novus

El ángel muere despedazado. La noticia no logra conmover a nadie: diecinueve niños han muerto quemados con pólvora. El horror supera al horror en la pantalla.

Ni retraso ni progreso: ni vuelta al pasado ni presente ni arrastre hacia el futuro; nada. La Nada ocupa el Lugar en nuestras vidas. Los muertos no duermen, tampoco lo hace el vencido. Mucho menos el vencedor ante el creciente rumor de que ha partido, de su lado, el historiador.

La historia vuelta a contar, la nada, el ángel muerto. La historia jamás contada, la incertidumbre, la pólvora que carcome nuevas pieles.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Cinco historias muy cortas Por Carlos Patiño Millán

1. Fotos de jóvenes actrices aspirantes al estrellato

Acaban de llegar y ya tienen deseos de abordar el próximo autobús y regresar a casa. Un intérprete de sueños se haría rico en Hollywood. De hecho, Hartman es millonario. Desde su colina decide el paso de las estrellas. De sus estrellas.

Hoy, Ross, un ayudante de Hartman, almuerza en esa cafetería a la que llegan las mujeres. La belleza de la rubia, Polly. La otra, Cinthya, podría funcionar en algún western.

Desde el principio, la gloria no es para todos. La felicidad consiste en creerlo. ¡Dios santo! ¡Cuánta ingenuidad en el mundo!

2. Sobre lo que veo y oigo en las noches cálidas de verano

Croar de ranas. La luna brilla sobre el vasto desierto de su mente. Violencia latente, el lenguaje. Soy un incidente más en su vida.

Revuelva los tizones, dice. Traiga los vegetales, respondo. Esther decía que “vomitar juntos” era la mejor forma de hacer amistad con la gente. Pobre chica. Tan joven.

Cenamos en silencio. Medito beatíficamente sobre nuestro matrimonio y la carne congelada.

Si en ese instante alguien me hubiera preguntado por su salud mental, hubiera dicho que no se veían indicios de lo que sucedería más tarde.

3. Separo el aire que respiro del tuyo

Acabo de llegar a casa. Te dije que podías llevarte lo que quisieras. Lo hiciste. Me desplomo en el único asiento que queda. Estoy preso en mi propia jaula.

Intento ver, en las dos o tres fotografías que dejaste, lo que tiene mi hijo de mí. Mi hijo siempre se acostaba en la hierba sobre mi suéter, nunca sobre el tuyo.

¿Cuándo terminó el amor? ¿A dónde se fue el deseo? ¿En qué momento dejamos de hablar? Ignoro la fecha. Sé que el silencio empezó a florecer, entre nosotros, al llegar la primavera.

4. La historia es igual sólo en apariencia

Mi vida es un lienzo ingobernable: telas, pinturas, pinceles, solventes, aceites, trapos, en el suelo. No ha ocurrido nada malo pero va a suceder. Los hechos serán contados tal como ocurrieron. La vida no es singularmente bella ni terrible, es. La muerte de quien habla, un hombre cualquiera, es pérdida de un día; mañana saldrá el sol.

La ridícula convicción de que fue asesinado. Asesinada: era una modelo. Lina, se llamaba.

Como un sacerdote que repite el mismo rito cinco veces al día, me masturbo frente a su retrato.

Es una sensación extraña.

5. Música, beber coñac con agua

Piano y violín, de niño. Rémy Martin, ya jubilado. Llamen al doctor; en cualquier momento. La partida se espera a cualquier edad, más a esa.

Especialista en cortes y heridas, jamás de su piel brotó sangre involuntariamente. Escucha a Beethoven, su música tardía de cuerda. No hay peligro de contrariar al genio de Bonn: el teléfono hace años dejó de sonar en esa casa.

A veces se sienta en el rincón más oscuro y apartado. Recuerda su niñez, las voces de los muertos.

El tiempo es una estaca que se clava en su alma solitaria.

La fotografía es de Cartier-Bresson.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Tres instantáneas sobre Diomedes Díaz Por Alberto Salcedo Ramos

1.

Cuando Diomedes tenía nueve años desempeñaba el oficio más triste que le haya tocado realizar a niño alguno en la región: era espantapájaros. El periodista Luis Mendoza Sierra, su biógrafo y amigo, cuenta que en aquella época Diomedes se calaba un sombrero rojo, se calzaba unas abarcas hechas por él mismo con llantas viejas y se ponía una camisa manga larga de algodón. Con ese atuendo se paraba en la mitad del cultivo de maíz que le había sido encomendado por su patrón, y comenzaba a ahuyentar a cuanto pájaro se arrimaba a picotear las matas. Para no aburrirse en la inmensidad de aquel sembrado expuesto al sol bravo de La Guajira, el chiquillo cumplía su tarea a punta de música: hacía sonar un palo contra una lata vieja, mientras cantaba coplas compuestas por él mismo: Yo llegué de Carrizal/ porque me buscó Teodoro/ pa' que viniera a espantar/ perico, cotorra y loro./ Pericos que no me jodan/ que no me jodan, carajo/ si se comen las mazorcas/ me botarán del trabajo.

2.

A estas alturas del viaje me dan ganas de oír otra vez los clásicos en los cuales Diomedes celebra su entorno. Oír, por ejemplo, la canción de la montañita donde "hay un palo e' cañaguate", y luego la canción del cardón guajiro al que "no marchita el sol", y después la canción del arbolito que sembró tu padre en el potrero y que "es el fiel testigo de lo mucho que sufría por ti", y en seguida la canción de la tierra que "pa' calmar su sed y cerrar sus grietas necesita lluvia". Las oigo en la memoria, claro, y siento ganas de destapar una botella de whisky Sello Negro para brindar por los únicos tres asuntos que, según el poeta vallenato Luis Mizar, justifican una parranda: la salud de la familia, la felicidad de los amigos y cualquier otro motivo.

3.

Noto que mi pie derecho empieza a moverse por su cuenta, como si tuviera voluntad propia. Y descubro que estoy a punto de gritar a los cuatro vientos una frase típica de los parranderos de la región:

—¡Ay, Dios mío, con este disco cualquiera se bebe una plata ajena!

Tomado de "La eterna parranda de Diomedes" Por Alberto Salcedo Ramos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

(Pero todo esto te fue extraño)

Omitir palabras innecesarias. Nada de trucos baratos.

De pronto, todo se volvió “claro” para ti; no para mí. “Ningún hierro puede penetrar el corazón con tanta fuerza como un punto colocado en el sitio preciso”, repetías hasta la saciedad.

“Hubiera tenido tiempo”, lo tuviste; lo tuve.

El amor, el deseo; atisbado.

La guerra nos unió, superó nuestras diferencias. De repente, apuntábamos el arma hacia el mismo lado. Pero es inútil, sobre todo insistir.

Tu madre preguntó si todo “estaba bien”. Tu madre, que jamás quiso a otra persona y que jamás tuvo un orgasmo.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Besos Por Tomás Segovia

Besos

Mis besos lloverán sobre tu boca oceánica
primero uno a uno como una hilera de gruesas gotas
anchas gotas dulces cuando empieza la lluvia
que revientan como claveles de sombra
luego de pronto todos juntos
hundiéndose en tu gruta marina
chorro de besos sordos entrando hasta tu fondo
perdiéndose como un chorro en el mar
en tu boca oceánica de oleaje caliente
besos chafados blandos anchos como el peso de la plastilina
besos oscuros como túneles de donde no se sale vivo
deslumbrantes como el estallido de la fe
sentidos como algo que te arrancan
comunicantes como los vasos comunicantes
besos penetrantes como la noche glacial en que todos nos abandonaron
besaré tus mejillas
tus pómulos de estatua de archilla adánica
tu piel que cede bajo mis dedos
para que yo modele un rostro de carne compacta
idéntico al tuyo
y besaré tus ojos más grandes que tú toda
y que tú y yo juntos y la vida y la muerte
del color de la tersura
de mirada asombrosa como encontrarse en la calle con
uno mismo
como encontrarse delante de un abismo
que nos obliga a decir quién somos
tus ojos en cuyo fondo vives tú
como en el fondo del bosque más claro del mundo
tus ojos que tú no conoces
que miran con un gran golpe aturdidor
y me inmutan y me obligan a callar y a ponerme serio
como si viera de pronto en una sola imagen
toda la trágica indescifrable historia de la especie
tus ojos de esfinge virginal
de silencio que resplandece como el hielo
tus ojos de caída durante mil años en el pozo del olvido
besaré también tu cuello liso y vertiginoso como un tobogán inmóvil
tu garganta donde la vida se anuda como un fruto
que se puede morder
tu garganta donde puede morderse la amargura
y donde el sol en estado líquido circula por tu voz y tus venas
como un cogñac ingrávido y cargado de electricidad
besaré tus hombros construidos y frágiles como la ciudad
de Florencia
y tus brazos firmes como un río caudal
frescos como la maternidad
rotundos como el momento de inspiración
tus brazos redondos como la palabra de Roma
amorosos a veces como el amor de las vacas por los terneros
y tus manos lisas y buenas como cucharas de palo
tus manos incitadoras como la fiebre
o blandas como el regazo de la madre del asesino
tus manos que apaciguan como saber que la bondad existe
besaré tus pechos globos de ternura
besaré sobre todo tus pechos más tibios que la convalescencia
y que pesan en el hueco de mi mano como la evidencia
en la mente del sabio
tus pechos pesados fluidos tus pechos de mercurio solar
tus pechos anchos como un paisaje escogido definitivamente
inolvidables como el pedazo de tierra donde habrán
de enterrarnos
calientes como las ganas de vivir
con pezones de milagro y dulces alfileres
que son la punta donde de pronto acaba chatamente
la fuerza de la vida y sus renovaciones
tus pezones de botón para abrochar el paraíso
de retoño del mundo que echa flores de puro júbilo
tus pezones submarinos de sabor a frescura
besaré mil veces tus pechos que pesan como imanes
y cuando los aprieto se desparraman como el son
en los trigales
tus pechos de luz materializada y de sangre dulcificada
generosos como la alegría de aceptar la tristeza
tus pechos en donde todo se resuelve
donde acaba la guerra la duda la tortura
y las ganas de morirse
besaré tu vientre firme como el planeta Tierra
tu vientre de llanura emergida del caos
de playa rumorosa
de almohada para la cabeza del rey después de entrar a saco
tu vientre misterioso cuna de la noche desesperada
remolino de la rendición y del deslumbrante suicidio
donde la frente se rinde como una espada fulminada
tu vientre montón de arena de oro palpitante
montón de trigo negro cosechado en la luna
montón de tenebroso humus incitante
tu vientre regado por los ríos subterráneos
donde aún palpitan las convulsiones del parto de la tierra
tu vientre contráctil que se endurece como un brusco
recuerdo que se coagula
y ondula como las colinas
y palpita como las capas más profundas del mar océano
tu vientre lleno de entrañas de temperatura insoportable
tu vientre que ruge como un horno
o que está tranquilo y pacificado como el pan
tu vientre como la superficie de las olas
lleno hasta los bordes de mar de fondo y de resacas
lleno de irresistible vértigo delicioso
como una caída en un ascensor desbocado
interminable como el vicio y como él insensible
tu vientre incalculadamente hermoso
valle en medio de ti en medio del universo
en medio de mi pensamiento
en medio de mi beso auroral
tu vientre plaza de todos
partido de luz y sombra y donde la muerte trepida
suave al tacto como la espalda del toro negro de la muerte
tu vientre de muerte hecha fuente para beber la vida
fuerte y clara
besaré tus muslos de catedral
de pinos paternales
practicables como los postigos que se abren sobre
lo desconocido
tus muslos para ser acariciados como un recuerdo pensativo
tensos como un arco que nunca se disparará
tus muslos cuya línea representa la curva del curso de los tiempos
besaré tus ingles donde anida la fragilidad de la existencia
tus ingles regadas como los huertos mozárabes
translúcidas y blancas como la vía láctea
besaré tu sexo terrible
oscuro como un signo que no puede nombrarse sin tartamudear
como una cruz que marca el centro de los centros
tu sexo de sal negra
de flor nacida antes que el tiempo
delicado y perverso como el interior de las caracolas
más profundo que el color rojo
tu sexo de dulce infierno vegetal
emocionante como perder el sentido
abierto como la semilla del mundo
tu sexo de perdón para el culpable sollozante
de disolución de la amargura y de mar hospitalario
y de luz enterrada y de conocimiento
de amor de lucha a muerte de girar de los astros
de sobrecogimiento de hondura de viaje entre sueños
de magia negra de anonadamiento de miel embrujada
de pendiente suave como el encadenamiento de las ideas
de crisol para fundir la vida y la muerte
de galaxia en expansión
tu sexo triángulo sagrado besaré
besaré besaré
hasta hacer que toda tú te enciendas
como un farol de papel que flota locamente en la noche.

Tomás Segovia. Poeta, dramaturgo, novelista y traductor nacido en Valencia, España, en 1927.