Una noche soñé con un paraíso. Desperté con una flor en mi mano. Murillo calló cuando se lo conté. Solía quedarse callada ante mis historias.
-No hables tanto, no inventes. Eres el primer inquilino del Hospedaje de la Lengua…
Mis ojos se perdían por la ventana. Miraban la vida que bullía en todas partes, menos allí. Era claro que no la amaba; la necesitaba. Me gustaba verla pintarse la boca, quitarse los calzones. Sentía lástima por ese inútil paso del tiempo. Nada hacíamos, salvo sobrevivir.
Un día, callé también. Vivía en un cuarto vacío, hacía meses.