Crudas, explícitas, abyectas. Así son las integrantes de una nueva camada de escritoras que narran con enormes dosis de realismo los avatares de su propio cuerpo. La best seller anglo-alemana Charlotte Roche es sólo la punta del iceberg de esta sensibilidad transgresora.
Habla de almorranas con tal conocimiento de causa (les llama “coliflores”) que cuesta creer que no sean suyas. Hasta Jorge Herralde, su editor en España, está convencido de que el libro de Charlotte Roche (1978) “es absolutamente autobiográfico”. Quién diría que aquella inglesa de decoroso peinadete, criada entre germanos, ex presentadora de Viva (algo así como la MTV alemana), fuera capaz de describir con tal minuciosidad rituales que incluyen autoexploraciones por sus orificios, sexo entre fluidos, heridas y excrecencias y regodeos con sus hedores naturales. A Zonas húmedas (Anagrama), que ha vendido un millón y medio de ejemplares en Alemania, lo han tildado de “el libro más osado que se haya escrito jamás sobre el cuerpo de la mujer”, no sólo por lo explícito de su contenido o por su realismo sucio a ultranza, ni siquiera porque se considere a su autora como baluarte de un nuevo feminismo. Lo es, sobre todo, porque Helen, la chica de 18 años que yace en una cama del área de proctología recuperándose de una fisura anal que se causó mientras se depilaba, consigue, en su larga y cómica confidencia, normalizar y hacer visible una dimensión confiscada hace mucho por el higienismo y la dictadura de la estética.
Para Julián Rodríguez, editor de Periférica, “a menudo aquello que parecía normal en Bataille resultaba escatológico en Durás. Culturalmente, ha resultado llamativo cualquier asunto sexual si quien lo mira es una mujer”. Hace casi 15 años, Marie Darrieussecq necesitó de una metáfora (la metamorfosis de una mujer adicta al botox en una cerda feliz) para hablar de los mismos temas que hoy toda una nueva generación se plantea en registro documental y en primera persona. “Son escritoras que van hasta el final de su experiencia, real o imaginaria, sin adornos ni artificios”, asegura Herralde, quien tiene en su catálogo a Catherine Millet, Virginie Despentes o A. M. Homes.
Cada autora contribuye a destruir los tópicos femeninos. Beatriz Preciado (1970) escribió en Testo yonkie (Espasa) su brutal experiencia con la testosterona y aprovechó para lanzar una tesis sobre el feminismo porno punk. Para José Pons, editor de Melusina, que el mes que viene publicará El postporno era eso, de María Llopis (1975), se trata de “una labor de rescate del cuerpo femenino tanto tiempo secuestrado por el cristianismo, la cultura heteropatriarcal y el feminismo de los setenta”. El trabajo de Diana Junyet, alias La Pornoterrorista (foto), es un buen exponente de ello.
Los más grandes hallazgos se han dado en la “literatura extendida”, allí donde se cruzan performance, cine, poesía y cómic. Lo explica Ana S. Pareja, editora de Alpha Decay: “Julie Doucet (1965) y sus menstruaciones, Phoebe Gloeckner (1960) y su Diario de una adolescente o la finlandesa Kaisa Leka (1978), que narra la experiencia de amputación de sus dos piernas, constituyen reflexiones extremas y muy divertidas acerca del cuerpo femenino”.
Aunque la mirada se ha desprejuiciado, el debate continúa: “¿No es más sexual Poppy Z. Brite, autora de novelas de terror mainstream, que cualquiera de las sexoescritoras de los últimos tiempos?”, se pregunta Julián Rodríguez. Poppy Z. Brite se considera un “transexual no operativo”, alguien que nació mujer y se siente como un hombre, pero no quiere lucir como tal. Sus novelas están llenas de escenas de sexo explícito y de homosexuales asesinados.
Habla de almorranas con tal conocimiento de causa (les llama “coliflores”) que cuesta creer que no sean suyas. Hasta Jorge Herralde, su editor en España, está convencido de que el libro de Charlotte Roche (1978) “es absolutamente autobiográfico”. Quién diría que aquella inglesa de decoroso peinadete, criada entre germanos, ex presentadora de Viva (algo así como la MTV alemana), fuera capaz de describir con tal minuciosidad rituales que incluyen autoexploraciones por sus orificios, sexo entre fluidos, heridas y excrecencias y regodeos con sus hedores naturales. A Zonas húmedas (Anagrama), que ha vendido un millón y medio de ejemplares en Alemania, lo han tildado de “el libro más osado que se haya escrito jamás sobre el cuerpo de la mujer”, no sólo por lo explícito de su contenido o por su realismo sucio a ultranza, ni siquiera porque se considere a su autora como baluarte de un nuevo feminismo. Lo es, sobre todo, porque Helen, la chica de 18 años que yace en una cama del área de proctología recuperándose de una fisura anal que se causó mientras se depilaba, consigue, en su larga y cómica confidencia, normalizar y hacer visible una dimensión confiscada hace mucho por el higienismo y la dictadura de la estética.
Para Julián Rodríguez, editor de Periférica, “a menudo aquello que parecía normal en Bataille resultaba escatológico en Durás. Culturalmente, ha resultado llamativo cualquier asunto sexual si quien lo mira es una mujer”. Hace casi 15 años, Marie Darrieussecq necesitó de una metáfora (la metamorfosis de una mujer adicta al botox en una cerda feliz) para hablar de los mismos temas que hoy toda una nueva generación se plantea en registro documental y en primera persona. “Son escritoras que van hasta el final de su experiencia, real o imaginaria, sin adornos ni artificios”, asegura Herralde, quien tiene en su catálogo a Catherine Millet, Virginie Despentes o A. M. Homes.
Cada autora contribuye a destruir los tópicos femeninos. Beatriz Preciado (1970) escribió en Testo yonkie (Espasa) su brutal experiencia con la testosterona y aprovechó para lanzar una tesis sobre el feminismo porno punk. Para José Pons, editor de Melusina, que el mes que viene publicará El postporno era eso, de María Llopis (1975), se trata de “una labor de rescate del cuerpo femenino tanto tiempo secuestrado por el cristianismo, la cultura heteropatriarcal y el feminismo de los setenta”. El trabajo de Diana Junyet, alias La Pornoterrorista (foto), es un buen exponente de ello.
Los más grandes hallazgos se han dado en la “literatura extendida”, allí donde se cruzan performance, cine, poesía y cómic. Lo explica Ana S. Pareja, editora de Alpha Decay: “Julie Doucet (1965) y sus menstruaciones, Phoebe Gloeckner (1960) y su Diario de una adolescente o la finlandesa Kaisa Leka (1978), que narra la experiencia de amputación de sus dos piernas, constituyen reflexiones extremas y muy divertidas acerca del cuerpo femenino”.
Aunque la mirada se ha desprejuiciado, el debate continúa: “¿No es más sexual Poppy Z. Brite, autora de novelas de terror mainstream, que cualquiera de las sexoescritoras de los últimos tiempos?”, se pregunta Julián Rodríguez. Poppy Z. Brite se considera un “transexual no operativo”, alguien que nació mujer y se siente como un hombre, pero no quiere lucir como tal. Sus novelas están llenas de escenas de sexo explícito y de homosexuales asesinados.
En este mapa de autoras, no todo lo que se etiqueta como sexual es excitante, ni todo lo sexual es transgresor, ni toda escritora es necesariamente una mujer.