lunes, 25 de enero de 2010

Un pastiche paródico Por Carlos Patiño Millán

Cali está envuelta en las penumbras vespertinas. El calor cae lentamente en gruesas gotas, gira alrededor de mujeres y hombres, se extiende, en fina, blanda capa, sobre los tejados, sobre los carros, sobre calles y carreras.
El taxista Johnny está todo blanco, como un aparecido. Sentado frente al volante de su auto, encorvado el cuerpo cuanto puede estarlo un cuerpo humano, permanece inmóvil. Diríase que ni un alud de llamadas al celular que le cayese encima le sacaría de su quietud.
Su carro, un Daewoo Cielo, es blanco y permanece también inmóvil. Por su inmovilidad, por las líneas rígidas de sus llantas, parece, aun mirado de cerca, un juguete de dulce de los que se les compran a los chiquillos por mil pesos. Hállase sumido en sus reflexiones: un hombre o un carro, arrancados del trabajo cotidiano y lanzados al infierno de una gran ciudad, como Johnny y su taxi, están siempre entregados a tristes pensamientos. Es demasiado grande la diferencia entre la apacible vida y la vida agitada, toda ruido y angustia, de las ciudades relumbrantes de luces.
Hace mucho tiempo que Johnny y su taxi permanecen inmóviles. Han salido a la calle antes de almorzar; pero Johnny no ha ganado nada.
Las sombras se van adensando. La luz de los otros autos se va haciendo más intensa, más brillante. El ruido aumenta.
-¡Taxi! -oye de pronto-. ¡Lléveme a Chipichape!
Johnny se estremece. A través del espejo retrovisor ve a un militar con uniforme de guerra.
-¿Oyó? ¡A Chipichape! ¿Está dormido?
Johnny enciende el auto, que se sacude del sopor de la espera. El militar toma asiento. El taxista, el taxi y el militar se ponen en marcha.
-¡Cuidado! -grita otro taxista invisible, con cólera-. ¡Me vas a chocar, imbécil! ¡A la derecha!
-¡A la derecha!- coincide el militar-.
Siguen oyéndose los insultos del taxista invisible. Un transeúnte que casi es atropellado por el taxi de Johnny gruñe amenazador. Johnny, confuso, avergonzado, descarga su ira en el acelerador. Parece aturdido, atontado, y mira alrededor como si acabase de despertarse de un sueño profundo.
-¡Se diría que todo Cali ha organizado una conspiración contra usted! -dice el militar-. Todos le pitan, le insultan. ¡Una conspiración!
Nuestro hombre vuelve la cabeza y abre la boca. Se ve que quiere decir algo; pero sus labios están como paralizados, y no puede pronunciar una palabra.
El cliente advierte sus esfuerzos y pregunta:
-¿Qué?
Johnny hace un esfuerzo y contesta con voz ahogada:
-Es que... He perdido a mi mujer... Se fue la semana pasada...
-¿De veras?... ¿Y por qué se fue?
Johnny, alentado por esta pregunta, se vuelve aún más hacia el cliente y dice:
-No lo sé... Se emborrachó y me insultó.... Esas cosas pasan...
-¡A la derecha! -óyese de nuevo gritar al militar-. Usted está ciego, imbécil! ¡Vaya más rápido! A este paso no llegaremos nunca. ¡Dale algún latigazo al caballo!
Johnny se altera con esa orden, estira de nuevo el cuello como un cisne, se levanta un poco, y de un modo torpe, pesado, agita el látigo.
Se vuelve repetidas veces hacia su cliente, deseoso de seguir la conversación; pero el otro ha cerrado los ojos y no parece dispuesto a escucharle.
Por fin, llegan a Viborgskaya. El cochero se detiene ante la casa indicada; el cliente se apea. Johnny vuelve a quedarse solo con su caballo. Se estaciona ante una taberna y espera, sentado en el pescante, encorvado, inmóvil. De nuevo la nieve cubre su cuerpo y envuelve en un blanco cendal caballo y trineo.
Una hora, dos... ¡Nadie! ¡Ni un cliente!
Mas he aquí que Johnny torna a estremecerse: ve detenerse ante él a tres jóvenes. Dos son altos, delgados; el tercero, bajo y jorobado.
-¡Cochero, llévanos al sur, al Parque del Perro! ¡Veinte copecs por los tres!
Johnny coge las riendas, se endereza. Veinte copecs es demasiado poco; pero, no obstante, acepta; lo que a él le importa es tener clientes.
Los tres jóvenes, tropezando y jurando, se acercan al trineo. Como sólo hay dos asientos, discuten largamente cuál de los tres ha de ir de pie. Por fin se decide que vaya de pie el jorobado. En cualquier caso el jorobado no va a enderezarse nunca...
-¡Bueno; en marcha, viejo estúpido! -le grita el jorobado a Johnny, colocándose a su espalda. El auto se desplaza rápidamente. Johnny, deseoso de entablar conversación, vuelve la cabeza, y, enseñando los dientes, ríe.
-¡Ja, ja, ja!... ¡Qué buen humor tienen ustedes!
-¡Cállese, vejete! -grita enojado el jorobado-. ¿No puede ir más aprisa?
Johnny agita las manos, agita todo el cuerpo. A pesar de todo, está contento; no está solo. Le riñen, le insultan; pero, al menos, oye voces humanas. Los jóvenes gritan, juran, hablan de las dos mujeres que los
esperan. En un momento que se le antoja oportuno, Johnny se vuelve de nuevo hacia los clientes y dice:
-Ustedes enamorados y yo, muchachos, acabo de perder a mi mujer. Se fue de la casa la semana pasada...
-¡Cállese, ya le dije!-contesta el jorobado-.
-Si querés que este viejo marica vaya más rápido pégale un golpe -le aconseja uno de sus amigos.
-¿Oyó, viejo?- grita el tercero-. Te lo vas a ganar si manejás así.
Y, hablando así, le da un puñetazo en la espalda.
-¡Ja, ja, ja! -ríe, sin ganas, Johnny. ¡Mi Dios les conserve el buen humor!
Johnny empieza a pensar en su mujer, pero él, el taxi y los tres muchachos han llegado a su destino. Johnny recibe los veinte copecs convenidos y los clientes se apean. Les sigue con los ojos hasta que desaparecen en un portal.
Vuelve a quedarse solo con su caballo. La tristeza invade de nuevo, más dura, más cruel, su fatigado corazón. Observa a la multitud que pasa por la calle, como buscando entre los miles de transeúntes alguien que quiera escucharle. Pero la gente parece tener prisa y Cali entera pasa sin fijarse en él. Su tristeza a cada momento es más intensa. Enorme, infinita, si pudiera salir de su pecho inundaría el mundo entero.
Johnny avanza un poco, se encorva de nuevo y se sume en sus tristes pensamientos. Se ha convencido de que es inútil dirigirse a la gente.
Pasa otra hora. Se siente muy mal y decide retirarse. Se yergue, agita el látigo.
-No puedo más -murmura-. Hay que irse a acostar.
El caballo, como si hubiera entendido las palabras de su viejo amo, emprende un presuroso trote.
Una hora después Johnny está en su casa, es decir, en una vasta y sucia habitación, donde, acostados en el suelo o en bancos, duermen docenas de cocheros. La atmósfera es pesada, irrespirable. Suenan ronquidos.
Johnny se arrepiente de haber vuelto, tan pronto. Además, no ha ganado casi nada. Quizá por eso -piensa- se siente tan desgraciado.
En un rincón, un taxista joven se incorpora. Se rasca la cabeza y busca algo con la mirada.
-¿Querés beber? -le pregunta Johnny.
-Sí.
-Tengo guaro... Mi esposa se fue de casa, me dejó... ¿Vos sabías eso?... La semana pasada... ¡Perra hijadeputa!
Pero sus palabras no han producido efecto alguno. El cochero no le ha hecho, caso, se ha vuelto a acostar, se ha tapado la cabeza con la colcha y momentos después se le oye roncar.
Johnny exhala un suspiro. Experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia. Casi ha transcurrido una semana desde que su mujer lo abandonó, pero no ha tenido aún ocasión de hablar
de ella con una persona de corazón. Quisiera hablar de ella largamente, contarla con todos sus detalles. Necesita referir cómo ha sufrido.
¡Tiene tantas cosas que contar! ¡Qué no daría él por encontrar alguien que se prestase a escucharle, sacudiendo compasivamente la cabeza, suspirando, compadeciéndole! Lo mejor sería contárselo todo a cualquier mujer; a las mujeres, aunque sean tontas, les gusta eso, y basta decirles dos palabras para que viertan torrentes de lágrimas.
Johnny decide ir a ver a su caballo.
Se viste y sale a la cuadra.
El taxi, inmóvil, come heno.
-¿Comes? -le dice Johnny, dándole palmaditas en el lomo-. ¿Qué se le va a hacer, muchacho?
Como no hemos ganado para comprar avena hay que contentarse con heno...
Soy ya demasiado viejo para ganar mucho... A decir verdad, yo no debía ya trabajar.
Tras una corta pausa, continúa:
-Sí, amigo..., mi mujer se ha ido... ¿Comprendes? Es como si tú tuvieras un amor y te dejara solo... Naturalmente, sufrirías, ¿verdad?...
El taxi sigue estático, callado, sumido en sus propios pensamientos, escucha a su viejo amo y exhala un aliento húmedo y cálido. Johnny al ser escuchado al fin por un ser viviente, desahoga su corazón contándoselo todo. Afuera, todavía hace calor, mucho calor.

Inspirado en “Melancolía” de Antón Chejov

domingo, 24 de enero de 2010

Moon

El futuro ya está siendo. Es verosímil y es aterrador. No contentos con acabar con este planeta, ya empezamos a acabar con los planetas vecinos. Todo esto viene a la mente al ver el debut cinematográfico de Duncan Jones, una de las sorpresas más agradables del 2009. Si bien son notorias las semejanzas con "2001, odisea del espacio", por ejemplo, pronto olvidamos las coincidencias al encontrarnos a un Sam Rockwell inmenso en su papel de empleado de Lunar Industries Ltd. Si esto no es llevar la actuación cinematográfica al límite, no sé qué entenderán ustedes por límite.

"Es que sus tetas, Coca..."

Razones del éxito de Isabel Sarli, legendaria actriz argentina, en el Oriente: “Es que sus tetas, Coca, son más grandes que la cabeza promedio de los japoneses”.

La crisis vivida como electroshock Por Slavoj Zizek

¿La crisis actual va a ser un momento aleccionador, el despertar de un sueño? Todo depende de cómo se lo simbolice, de que relato o interpretación ideológica se imponga y determine la percepción general de la crisis. Cuando se interrumpe el normal transcurrir de las cosas de forma traumática, se abre el terreno a una competencia ideológica "discursiva": en la Alemania de fines de los años 20, por ejemplo, Hitler ganó la competencia por la narración que explicaría a los alemanes las razones de la crisis de la República de Weimar y la salida de la misma (su trama fue el plan judío); en la Francia de 1940 fue la narración del mariscal Petain la que ganó en lo relativo a explicar los motivos de la derrota de Francia. La expectativa optimista izquierdista de que la crisis económica y financiera actual dé una oportunidad a la izquierda radicalizada es, por lo tanto, de una miopía peligrosa: el principal efecto de la crisis no va a ser el auge de la política emancipatoria radicalizada sino el apogeo del populismo racista, más guerras, más pobreza en los países más pobres del Tercer Mundo, mayores divisiones entre ricos y pobres.

Si bien las crisis sacan a la gente de una actitud de complacencia y la llevan a cuestionar los fundamentos de su vida, la primera reacción espontánea es el pánico, que lleva a un "retorno a las cosas básicas": las premisas básicas de la ideología imperante no se ponen en duda, sino que se afirman de manera aun más violenta. El peligro es, por lo tanto, que la crisis actual se utilice según los lineamientos de lo que Naomi Klein llamó la "doctrina de shock". Las reacciones hostiles predominantes en relación con el nuevo libro de Naomi Klein son mucho más violentas de lo que cabría esperar; hasta los benévolos liberales de izquierda, que ven con simpatía algunos de sus análisis, deploran la forma en que "el griterío oscurece su razonamiento" (como señaló Will Hutton en su reseña del libro en The Observer). Es evidente que Klein tocó algún nervio muy sensible con su tesis principal: "La historia del libre mercado contemporáneo se escribió mediante shocks. Algunas de las más graves violaciones de los derechos humanos de los últimos 35 años (...) se cometieron con la deliberada intención de aterrar a la gente o estuvieron destinados a preparar el terreno para la introducción de reformas drásticas de libre mercado" (en La doctrina del shock).

Esa tesis se desarrolla a través de una serie de análisis concretos, entre los cuales la guerra de Irak desempeña un papel central: el ataque de los Estados Unidos a Irak se basó en la idea de que, luego de la estrategia militar de "conmoción y pavor", el país podía organizarse como un paraíso de libre mercado, dado que el país y la población estarían tan traumatizados que no ofrecerían oposición... La imposición de una economía de mercado se facilita mucho si lo que allana el camino a la misma es algún tipo de conmoción (natural, militar, económica) que obliga a la gente a abandonar las "viejas costumbres", convirtiéndola en una tabula rasa ideológica, en sobreviviente de su propia muerte simbólica, dispuesta a aceptar el nuevo orden una vez barridos los obstáculos. La doctrina del shock de Klein también es válida para la ecología: lejos de poner en peligro el capitalismo una gran catástrofe ecológica bien podría fortalecerlo con la apertura de nuevos espacios de inversión capitalista.

¿Y si la crisis actual también se usa como un "shock" que cree las condiciones ideológicas para una terapia liberal más profunda? La necesidad de esa terapia de shock surge del núcleo utópico (con frecuencia olvidado) de la economía neoliberal. Si bien el liberalismo se presenta como encarnación de la antiutopía, y el neoliberalismo como señal de la nueva era de la humanidad que dejó atrás los proyectos utópicos responsables de los horrores totalitarios del siglo XX, ahora es evidente que los tiempos de verdadera utopía fueron los felices años 90 de Clinton con su creencia de que llegamos al "fin de la historia" (Fukuyama), de que por fin se halló la fórmula para el orden socioeconómico óptimo. La experiencia de las últimas décadas demuestra a las claras que el mercado no es un mecanismo benigno que funciona mejor cuando se lo deja trabajar en paz, sino que exige mucha violencia paralela al mercado para crear las condiciones para su funcionamiento. La forma en que los fundamentalistas del mercado reaccionan a los resultados destructivos de la instrumentación de sus recetas es típica de los "totalitarios" utópicos: responsabilizan del fracaso a las concesiones de quienes concretaron sus visiones (todavía hay demasiada intervención del estado, etc.) y exigen una instrumentación aun más drástica de la doctrina de mercado.

En consecuencia, para decirlo en términos marxistas anticuados, la tarea principal de la ideología gobernante en la crisis actual es imponer un relato que no responsabilice de la crisis al sistema capitalista global como tal, sino a su desviación accidental secundaria (regulaciones legales demasiado laxas, corrupción de las grandes instituciones financieras, etc.). En tiempos del Socialismo Existente, las ideologías prosocialistas trataban de salvar la idea del socialismo diciendo que el fracaso de las "democracias del pueblo" era el fracaso de una versión inauténtica del socialismo, no de su idea como tal. No es sin ironía que se destaca que (a menudo los mismos) ideólogos que se burlaron de esa defensa del socialismo y la calificaron de ilusoria, insistiendo en que había que responsabilizar a la propia idea básica, ahora recurren al mismo tipo de defensa: no es el capitalismo el que está en bancarrota, sino sólo su concreción distorsionada...

Así, luego de condenar a todos los "sospechosos habituales" de utopías, tal vez haya llegado el momento de concentrarse en la propia utopía liberal. Es lo que habría que contestarles a quienes rechazan todo intento de cuestionar los fundamentos del orden capitalista democrático liberal como una utopía peligrosa: la crisis actual nos enfrenta a las consecuencias del núcleo utópico de ese orden. Si bien el liberalismo se presenta como la encarnación de la antiutopía, y el neoliberalismo como señal de la nueva era de la humanidad que dejó atrás los proyectos utópicos responsables de los horrores totalitarios del siglo XX, ahora se hace evidente que los tiempos de la verdadera utopía fueron los felices años 90 de Clinton, con su creencia de que llegamos al "fin de la historia" (Fukuyama), de que la humanidad por fin encontró la fórmula para el orden socioeconómico óptimo. La experiencia de las últimas décadas demuestra que el mercado no es un mecanismo benigno que funciona mejor cuando se lo deja trabajar en paz, sino que exige mucha violencia paralela al mercado para crear las condiciones para su funcionamiento. La forma en que los fundamentalistas del mercado reaccionan a los resultados destructivos de la instrumentación de sus recetas es típica de los "totalitarios" utópicos: responsabilizan del fracaso a las concesiones de quienes concretaron sus visiones (todavía hay demasiada intervención del estado, etc.) y exigen una instrumentación aun más drástica de la doctrina de mercado. Ese anverso violento de la fórmula liberal es el mensaje inquietante del libro de Klein, y la crisis financiera actual demuestra lo difícil que es perturbar el denso fondo de premisas utópicas que determinan nuestros actos, como dice Alain Badiou: "Se exige a los ciudadanos que "entiendan" que no es posible cubrir la brecha financiera de la Seguridad Social, pero que, sin ponerse a contar los miles de millones, debe cubrirse la brecha de los bancos. Debemos aprobar seriamente que nadie quiera nacionalizar una fábrica en problemas por la competencia, fábrica en la que trabajan miles de personas, pero que resulte evidente nacionalizar un banco que se desplomó debido a sus especulaciones" (Le Monde, 17 de octubre de 2008).

Habría que generalizar la siguiente afirmación. Cuando combatimos el sida, el hambre, la falta de agua, el calentamiento global, etc., si bien reconocemos la urgencia de esos problemas, siempre hay tiempo para reflexionar, postergar decisiones (la principal conclusión de la última reunión de los gobernantes de las superpotencias en Bali, considerada un éxito, fue que volvería a reunirse en dos años para seguir conversando ...), pero en la crisis financiera la urgencia de actuar fue categórica y de inmediato se encontró una suma que excedió todo lo imaginable. Salvar especies en peligro, salvar al planeta del calentamiento global, a los enfermos de sida, a los que mueren por falta de fondos para operaciones y tratamientos caros, salvar a los chicos que se mueren de hambre... todo eso puede esperar, pero el llamado "¡salven a los bancos!" es un imperativo categórico que exige y recibe atención inmediata. El pánico se hizo omnipresente y enseguida se estableció una unidad transnacional no partidaria: todos los enconos entre gobernantes se olvidaron en el acto para evitar LA catástrofe. Hasta los métodos democráticos quedaron suspendidos de facto: no había tiempo para la metodología democrática y quienes se opusieron al plan en el Congreso pronto fueron obligados a marchar con la mayoría. Bush, McCain y Obama se apresuraron a unirse; no había tiempo para prolongados debates; estamos en emergencia y hay que actuar ... No hay que olvidar que la inmensa suma de dinero no se gastó por una tarea "real" clara, sino para restablecer la confianza en los mercados, o sea ¡por una cuestión de fe! ¿Necesitamos otra prueba de que el Capital es el Real de nuestras vidas, el Real cuyas exigencias son mucho más absolutas que hasta la más acuciante de las exigencias de nuestra realidad natural y social? Fue Joseph Brodsky quien dio una respuesta adecuada a la misteriosa búsqueda del "quinto elemento" la quintaesencia de nuestra realidad: "Sumado al aire, la tierra, el agua y el fuego, el dinero es la quinta fuerza natural que un ser humano debe tener en cuenta con más frecuencia" (en uno de los ensayos recogidos en Menos que uno). Si se tienen dudas, baste una mirada a la crisis financiera de 2008.

A fines de 2008, investigadores de Cambridge y Yale que analizaban las tendencias en la epidemia de tuberculosis en las últimas décadas en Europa del este dieron a conocer su resultado: tras analizar datos de más de 20 países, establecieron una clara correlación entre los préstamos del FMI a esos países y el aumento de los casos de tuberculosis. Cuando los préstamos se interrumpieron, la epidemia de tuberculosis volvió a reducirse. La explicación es simple: la condición para el otorgamiento de los créditos es que el estado imponga una "disciplina financiera" (reducir el gasto público), y la primera víctima de esas medidas destinadas a establecer la "salud financiera" es la propia salud: el gasto en salud pública. Así queda abierto el camino para que los humanitarios occidentales deploren las catastróficas condiciones de los servicios médicos en esos países y ofrezcan asistencia caritativa.

La crisis financiera hizo imposible ignorar la flagrante irracionalidad del capitalismo global. Basta con comparar los 700.000 millones de dólares que se destinaron a la estabilización del sistema bancario tan sólo en los Estados Unidos con el hecho de que, de los 22.000 millones de dólares que los países más ricos iban a destinar a la ayuda a la agricultura de los países más pobres en este año de crisis de alimentos, sólo se aportaron 2.200 millones. La culpa de esa crisis de alimentos no puede atribuirse a los sospechosos habituales como la corrupción, la ineficiencia y el intervencionismo estatal de los países del Tercer Mundo. Al contrario, depende de manera directa de la globalización de la agricultura, y fue Bill Clinton el que lo dejó en claro en sus comentarios (según informó AP el 23 de octubre de 2008) sobre la crisis global de alimentos durante una reunión de la ONU en ocasión del Día Mundial de los Alimentos y con el elocuente título de "Nos equivocamos en relación con los alimentos globales" (el texto está disponible en www.cbsnews.com). El eje del discurso de Clinton fue que la actual crisis global de alimentos demuestra que "todos nos equivocamos, incluyéndome a mí cuando fui presidente", al tratar los alimentos agrícolas como materias primas en lugar de cómo un derecho vital de los pobres del mundo. Clinton fue muy claro al responsabilizar no a gobiernos o países individuales sino a la política global occidental a largo plazo que impusieron los Estados Unidos y la Unión Europea e instrumentaron durante décadas el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otras instituciones. Esa política presionó a los países africanos y asiáticos para que abandonaran los subsidios gubernamentales para fertilizantes, semillas mejoradas y otros insumos agrícolas, allanando así el camino para que la mejor tierra se usara para cultivos de exportación y para arruinar la autosuficiencia alimentaria de los países. El resultado de esos "ajustes estructurales" fue la integración de la agricultura local a la economía global: al tiempo que se exportaba la producción agrícola, los agricultores que se quedaban sin tierras terminaban incorporándose a barriadas pobres y convirtiéndose en mano de obra para la explotación laboral tercerizada, y los países tuvieron que depender cada vez más de alimentos importados. Así se los mantiene en una dependencia poscolonial y se los hace cada vez más vulnerables a las fluctuaciones del mercado: el vertiginoso aumento del precio de los granos (producto también de su uso para la producción de biocombustibles) de los últimos años ya dio lugar a hambrunas en países, de Haití a Etiopía.

En estos años, esa estrategia se hizo sistemática y de mucho mayor alcance: las grandes empresas internacionales y los gobiernos trataron de compensar la escasez de tierra cultivable en sus propios países mediante el establecimiento de grandes establecimientos agrarios industriales en el exterior (V. Walt en Time, 23 de noviembre de 2008). Por ejemplo, en noviembre de 2008 Daewoo Logistics de Corea del Sur anunció que había negociado el alquiler por 99 años de casi un millón y medio de hectáreas de tierras cultivables en Madagascar, casi la mitad de la tierra cultivable de Madagascar. Daewoo planea sembrar maíz en alrededor de las tres cuartas partes y dedicar el resto a la producción de aceite de palma, producto primario clave para el mercado global de biocombustibles. Pero es apenas la punta del iceberg. El fértil suelo africano también resulta atractivo a otras naciones europeas y a los países del Golfo Pérsico petrolero. Si bien esos países ricos no tienen ningún problema para pagar la importación de alimentos, el actual torbellino de los mercados mundiales de alimentos hizo que aumentara el estímulo para asegurarse las propias fuentes de abastecimiento.

¿Cuál es el incentivo que tiene la otra parte, los países africanos en los que abunda el hambre y cuyos campesinos carecen de fondos para dedicar a fertilizante, herramientas básicas, combustible e infraestructura de transporte para producir con eficiencia y llevar su producción al mercado? Los representantes de Daewoo aseguran que el acuerdo también beneficiará a Magadascar: no sólo la tierra que están arrendando no está en uso en la actualidad, sino que, "si bien Daewoo proyecta exportar el producto de la tierra que arrienda en Madagascar, planea invertir unos 6.000 millones de dólares en los próximos veinte años en la construcción de instalaciones portuarias, carreteras, plantas eléctricas y sistemas de irrigación necesarios para sus negocios agrarios locales, lo que creará miles de empleos para los desocupados de Madagascar. Los empleos contribuirán a que la población de Madagascar gane dinero para comprar sus propios alimentos, aunque sean importados." El círculo de la dependencia poscolonial vuelve a cerrarse: la dependencia alimentaria aumentará.

¿No nos vamos acercando de forma gradual a un estado global en el que la posible falta de tres recursos materiales básicos (energía –petróleo-, agua, alimentos) se convertirá en el aspecto determinante de la política internacional? ¿No es la falta de alimentos que se hace visible en las (por ahora) esporádicas explosiones en un lugar u otro una de las señales del inminente apocalipsis? Si bien el hecho de que eso pase está sobredeterminado por múltiples factores (la creciente demanda en países de rápido desarrollo como India y China, las cosechas desastrosas debido a problemas ecológicos, el uso de grandes extensiones de tierras cultivables en los países del Tercer Mundo, de las que se desalojó a la población local, para productos de exportación, el uso determinado por el mercado de granos con otros fines, como el de los biocombustibles), parece evidente que la actual no es una crisis de corto plazo que se superará con rapidez mediante regulaciones de mercado apropiadas, sino un estancamiento de largo plazo imposible de solucionar con una economía de mercado. (Algunos apólogos del nuevo orden mundial destacan que esa falta de alimentos es en sí misma un índice del progreso material: la población del Tercer Mundo en rápido desarrollo gana más y puede permitirse comer más. El problema es que esa nueva demanda de alimentos pone a millones de personas del Tercer Mundo que no participan en ese desarrollo por debajo del nivel de supervivencia, en el hambre lisa y llana.) ¿No se aplica lo mismo a las inminentes crisis de energía y abastecimiento de agua? Para abordarlas de manera adecuada, habrá que inventar nuevas formas de acción colectiva en gran escala: ni la intervención estatal estándar ni las tan elogiadas autoorganizaciones locales pueden hacerlo. Si el problema no se va a resolver, habría que pensar con seriedad que nos encaminamos a una nueva era de apartheid en la que algunas partes aisladas del mundo que cuenten con abundancia de alimentos y energía estarán separadas de un exterior caótico dominado por la confusión, el hambre y la guerra permanente. ¿Qué debe hacer la población de Haití y la de otros lugares con escasez de alimentos? ¿No tienen pleno derecho a una rebelión violenta? El comunismo vuelve a ser una opción.

Clinton está en lo cierto cuando dice que "los alimentos no son un producto primario como otros; hay que volver a una política de máxima autosuficiencia de alimentos; es una locura pensar que podemos desarrollar otros países del mundo sin incrementar su capacidad de alimentarse." Pero aquí hay que agregar por lo menos dos cosas. En primer lugar, al tiempo que imponen la globalización de la agricultura a los países del Tercer Mundo, los países occidentales desarrollados hacen grandes esfuerzos por mantener su propia autosuficiencia de alimentos mediante el apoyo económico a sus propios productores rurales, etc. (este apoyo económico constituye más de la mitad del total del presupuesto de la Unión Europea). En segundo término, hay que tomar conciencia de que la lista de productos y cosas que no son "productos primarios como otros" es mucho más larga: no sólo defensa sino sobre todo alimentos, agua, energía, el medio ambiente como tal, cultura y educación, salud... ¿Quién y cómo decidirá sobre esas prioridades si no pueden quedar libradas al mercado? Es aquí donde hay que volver a plantear la cuestión del comunismo.

Traducción de Joaquín Ibarburu.

martes, 19 de enero de 2010

I had a dream...

19.01.2010. Los marines aterrizan en el Palacio Presidencial.

viernes, 15 de enero de 2010

Clint Eastwood por Patrick McGilligan

- Tacaño: "Cada año exige un pavo congelado a Warner para regalárselo a su madre en el día de Acción de Gracias".

- Avaro: "Se queda con un coche de todas sus películas y jamás ha pagado en un restaurante".

- Machista: "En su carrera se ha mantenido la tradición de que sus novias encarnan a prostitutas en el cine".

- Despreciativo: "No tiene en cuenta a los guionistas. Filma el primer borrador que le llega y a veces no habla con su guionista hasta el estreno. Usa a los amigos, a los que un día deja de llamar como si nunca hubieran existido".

lunes, 11 de enero de 2010

Terminator 4 Salvation

Si se lee esta película en clave de la compleja realidad colombiana, uno termina hasta divertiéndose con las analogías y las alocadas correspondencias. Porque si se lee este película en clave de cine de Hollywood, apaga y vámonos...

jueves, 7 de enero de 2010

Lady Gaga habla

¿Cómo te convertiste en Gaga?

Fue un sobrenombre que se les ocurrió a mis amigos de Nueva York. Sabían que adoraba a Freddie Mercury de Queen y Queen tenía ese hit Radio Gaga.

¿Cuáles son tus modelos?

David Bowie. Este rayo que tengo dibujado en la cara es una referencia a él. O Andy Warhol. En su momento, hizo exactamente lo que estoy haciendo yo ahora. Lo que él hace es arte para la masa que no obstante es tomado en serio.

¿Gaga es la Madonna del futuro?

No quiero parecer presuntuosa, pero mi meta es revolucionar la música pop. La última revolución la lanzó Madonna hace 25 años.

De todos modos, ¿no es por momentos estresante tener que hacer de Gaga siempre?

No entendés. No hay dos Lady Gaga. No hay una persona en el escenario y una privada. Soy un ser humano, no una doble personalidad.

¿Es difícil trabajar con vos?

No mando asistentes a que vayan corriendo a buscarme el café con leche perfecto. No soy para nada una diva engreída.

Gaga, ¿qué le diste a la música pop que antes no tenía?

No tengo una respuesta clara para explicar por qué 2009 fue el año de Lady Gaga. Tal vez sea porque la gente siente cuánto amo la música pop. Me encanta ser una artista pop. No me avergüenzo de eso. Al contrario, me enorgullezco. Me inspiro en la cultura pop, el pop art y la cultura de los famosos. Hago música pop que no es estúpida.

¿Cómo cambió tu vida en estos uno o dos últimos años?

Cambió completamente. Lo único que no cambió es mi ambición. Eso significa que es cada vez más grande, porque considero que mi música es importante y relevante. Estoy dedicándome al arte más que nunca.

¿Por qué?

Porque llevo una vida solitaria.

¿Solitaria?

Estando de gira llevás una vida más bien aislada. Estás totalmente concentrada en las actuaciones y no prestás demasiada atención al resto. Y pasás mucho más tiempo en cuartos de hotel de lo que la gente imagina. Esas noches, generalmente me siento a componer para poder seguir en contacto con mi esencia creativa. Así fueron creados los nuevos temas para el álbum The Fame Monster, que básicamente es una continuación de mi debut, The Fame. Las nuevas canciones tienen que ver con el lado oscuro de la fama. Abordan el hecho de que ahora me resulta imposible ir a un lugar sin que me reconozcan.

¿Nada de compras caras, nada de autos veloces?

Ni siquiera puedo manejar un auto. No tengo registro. Tengo un departamento alquilado en Nueva York. Nada más. Cuando viajo, tengo casi todas mis posesiones conmigo. Así de mínimo es lo que tengo.

¿Estás enamorada?

Sí, de mi música. De otro modo, no. Estoy sola. Pero creo en el amor.

Tu mayor éxito "Poker Face" habla, entre otras cosas, de fantasías homosexuales. ¿Creés que podrías enamorarte de una mujer?

Por supuesto. En lo que al amor respecta, no hay reglas ni límites. Pero me gusta la sexualidad masculina. Los hombres tienen algo que yo no tengo, pero que valoro.